Comencemos por el principio. Cuando uno se abona a un equipo de fútbol, espera poder acudir cada dos semanas a su asiento en la grada del estadio con la esperanza de ver a su equipo ganar el partido, o al menos no perder, aunque al final uno se conforma con ver un buen partido de fútbol, o en su defecto al menos disfrutar de pinceladas de buen juego. Sin embargo la realidad es que cuando uno deja el estadio, la mayoría de las veces, se va satisfecho con haber disfrutado de algunos detalles técnicos exquisitos, o de la garra y el empuje expuestos por su equipo o incluso de movimientos tácticos solidarios de los jugadores que sufrieron y lucharon hasta el límite de sus piernas.
Cuando uno además es abonado de un equipo humilde, la cosa es más complicada. Hay partidos que uno recuerda haber abandonado el estadio aplaudiendo al equipo por el derroche físico desplegado durante los noventa minutos por sus jugadores, a pesar de haber perdido el encuentro, reconociendo que el rival que tenía en frente en esa ocasión jugó mejor.
Pero el fútbol no siempre es algo claro y evidente, y hay muchas, muchísimas ocasiones en las que no ocurre lo que se espera. Van ocurriendo circunstancias como una lesión al principio, una ocasión de gol clara errada, un centro que inesperadamente entra a gol, un rebote que no favorece a un defensa, un jugador que resbala, un técnico que no atina a dar con la tecla, un jugador que no tiene su día, un portero al que ese día la fortuna le da la espalda o un delantero al que nadie espera y está en todas de manera fructuosa. También ocurren los errores arbitrales, los fuera juegos no pitados o los penaltis no señalados o todo justo al revés.
Existen tantas y tantas variables durante un partido que conseguir doblar el resultado a tu favor, en muchísimas ocasiones, es más una voluntad de insistir, de intentarlo una y otra vez, de seguir y seguir, insistir y volver a ir, de probar e intentar las cosas una vez tras otra, para que, de alguna manera, el azar se alíe en alguna de tantas con nosotros de forma que se pueda alegremente alcanzar el objetivo.
El deporte no siempre es agradecido, y en ocasiones, tristemente se convierte en todo lo contrario. El fútbol muchas veces es injusto, pero como juego que es, uno sabe de antemano que el azar, la suerte, juega a nuestro favor o en nuestra contra y sobre ella se carga la responsabilidad en la derrota y pocas veces en la victoria.
Ayer, en La Rosaleda, en un partido épico vimos un poco de todo lo que escribo antes en un solo partido. Después de que al Málaga no le pitaran un penalti claro, de que el equipo de enfrente, el Getafe, aliado con la diosa Fortuna hiciera un gol sorprendente, y que más tarde volviera a adelantarse con un gol ayudado con la mano, que el árbitro, desacertado, no vio, o al menos no pitó y validó. Después de todo esto, a tres minutos del final, el Málaga, el equipo de mis amores, consiguió empatar el partido para que cuatro minutos después en una fabulosa chilena, estéticamente perfecta, La Bestia Baptista -que además celebraba justamente ese día su treinta cumpleaños y que esta misma semana había sido padre- perforara la portería del Getafe consiguiendo un auténtico go-la-zo. Darle la vuelta al injusto resultado, en los minutos de descuento, y de esa manera, supuso un auténtico éxtasis de alegría.
Un 3-2 que hizo justicia. Si no con el juego sí con el tuerto arbitraje del colegiado. Hacía mucho tiempo que no salía tan contento por las bocanas del estadio. Exultante, agradecido y feliz. Muy feliz. Gracias fútbol.
Pd: El abrazo conjunto de los compañeros de abono después del gol, con nuestras caras incrédulas y nuestros gritos de alegría... No tiene precio.