martes, 26 de septiembre de 2017

Día 7. Altamira - Cabárceno - Santillana del Mar

Una de las visitas que más ilusión me hacía de realizar en este viaje era la que nos esperaba ese día: la Cueva de Altamira. Habíamos leído que en verano, y especialmente en agosto, se creaban largas colas para acceder a la cueva, por lo que decidimos ir bien temprano. Desayunamos en el bar-cafetería que hay justo debajo del hotel, y sin demorarnos fuimos directos hacia la cueva.

Una de las razones por la que elegimos nuestro hotel en Santillana del Mar en parte fue por su cercanía a la Cueva de Altamira. En cinco minutos en coche nos plantamos en la entrada de la cueva. No habían abierto aún y ya había unas pocas personas haciendo cola en las taquillas. Accedimos a la exposición casi de los primeros. Apenas tuvimos que esperar.

Antes de acceder a la cueva disfrutamos de una exposición muy interesante sobre la historia alrededor de la Cueva de Altamira: ¿cómo la encontraron? ¿cómo era el entorno y estilo de vida en el paleolítico? ¿qué comián? ¿cómo se relacionaban? ¿practicaban la agricultura? Todas esas preguntas te las van contestando en paneles y vídeos explicativos antes de entrar a la Neocueva.

La Neocueva es una especie de copia de la cueva, respetando las dimensiones, de como era la cueva en el Paleolítico Superior, cuando aún estaba habitada antes del derrumbe que selló la entrada principal de la cueva, hace la friolera de 13.000 años. En la Neocueva realizas un recorrido por el interior acompañado de un guía que va poco a poco explicando distintos aspectos de la vida en el Paleolítico, y especialmente ayuda a identificar las pinturas al llegar a la Gran Sala de Policromos, también conocida como la Capilla Sixtina del arte rupestre. Bisontes, caballos, ciervos pintados sobre la piedra, y no pintados de cualquier manera, sino en perspectiva, con volumen y contornos definidos, y todo esto hace miles de años, con la escasa iluminación de una antorcha de tuétano, con cuatro palos y materia prima natural, tierra, carbón vegetal, grasa, sangre... Un artista autodidacta del paleolítico. ¿El primer artista? Sólo puedo decir que ese hombre sabía lo que se hacía. Ya fuera para ritos de fertilidad, o bien preparación para la caza o por significado religioso, sea para lo que fuese que pintase, sólo puedo rendirme a su talento y darle las gracias. Pocas cosas nos diferencian más a los humanos con el resto de seres vivos que la expresión artística.

Abandonas la cueva como empequeñecido, comprendiendo que somos la evolución de miles de  años, el resultado de cientos de generaciones evolucionando desde unos pocos que fueron poblando la tierra, luchando por la vida día a día, hasta convertirnos en la plaga que hoy somos.

Después de visitar la tienda de la cueva y comprar algunos recuerdos -había algunos realmente atractivos-, nos dirigimos al Parque de la Naturaleza de Cabárceno. ¡Espectacular! Visita recomendadísima especialmente si vas con niños.

Cabárceno es una especie de zoo en semilibertad, algo parececido al Selwo que visitamos en 2015, pero aquí la visita se realiza en coche, o al menos gran parte en coche, casi como un safari. El parque de Cabérceno es enorme, te puedes pasar todo el día allí viendo animales y no verlo todo. Solamente recordando los primeros animales que se me vienen a la cabeza puerdo recordar que vimos elefantes (con cría divertidísima incluida), avestruces curiosos, jirafas, gorilas y chimpancés (alguno tomando biberón), cebras, búfalos, linces, panteras, tigres, leones y sobre todo osos. Había una gran cantidad de osos en el mismo recinto. Unos treinta más o menos, los contamos pero ahora no recuerdo bien. No paran, siempre en movimiento. Es impresionante.

Además el parque del Cabárceno cuenta con un teleférico que une las distintas partes del parque y te permite pasar sobre las parcelas donde están los animales y verlos desde más cercanía. A Pepi le daba un poco de vértigo y  cuando apretó el viento aún más, pero fue divertido. Los niños lo pasaron en grande. Otro atractivo más del parque es la naturaleza del parque, un entorno precioso, altas montañas, las vistas, vegetación abundante y todo muy bien presentado. En mitad del parque había una zona de restauración donde almorzamos dignamente.

Poco antes de que cerraran las puertas del parque salimos y regresamos a Santillana del Mar. Llegamos con buen tiempo para pasear aún de día. Lo primero que encontrarmos junto a nuestro hotel fue el Convento de San Ildefonso, donde viven religiosas Clarisas que se ocupan de una repostería allí mismo y compramos algunas pastas típicas. Holgazaneamos a paso lento por calles empedradas, admirando las fachadas con sus balcones de madera abarrotados de flores, incluso con probamos algo típico cántabro: un vaso de leche acompañado con un sobao pasiego. En una de las muchas tiendas de productos regionales nos trajimos algunos sobaos pasiegos para la familia.

Un gran ambiente abarrotaba las calles, aunque se puede decir perfectamente que Santillana del Mar es casi una calle y media, no más. Preciosa, eso sí, pero una calle y media. Alrededor de la calle principal, que va desde la entrada del pueblo hasta la Colegiata de Santa Juliana. Todo lo que existe está ya alrededor de esa calle.

Una vez regresado del viaje creo que fue un acierto ubicar nuestro alojamiento en Santillana del Mar. Es un lugar precioso, cargado de historia, muy bien comunicado y con un sinfín de restaurantes y calles preciosas para pasear hasta el final del día. Casi plenamente peatonal por lo que el paseo es doblemente agradable.

Al oscurecer en la tarde de agosto, con los pies cansados, lo que apetecía era dejarse llevar por el olor que nos llegaba desde los fogones de la cocinas invitándonos a ocupar mesa en alguno de los acogedores salones de comidas que abundan en el pueblo.  Al final nos decidimos por una terraza, pues la noche es lo a que invitaba. Cenamos estupendamente, todo sea dicho. El descanso de ese día lo merecíamos todos.

domingo, 24 de septiembre de 2017

Día 6. Fuente Dé - Santo Toribio - San Vicente de la Barquera - Comillas - Santillana del Mar

Despertamos bien temprano ese día y bajamos al bar del hostal a desayunar unas tostadas y sin perder un minuto fuimos directos a Fuente Dé, que estaba a unos 20 minutos en coche desde Camaleño. Ésta era una de las razones por las que habíamos elegido el hostal de Camaleño. Cuando llegamos a Fuente Dé apenas había nadie, éramos casi los primeros en llegar. Habíamos leído de las enormes colas que se forman para subir en el teleférico y por eso llegamos pronto. Compramos nuestros tickets y sin esperar a nadie ascendimos en el teleférico.

¡Es una experiencia única! Ascender unas veinte personas colgadas de un cable de acero, comprobando metro a metro como vas separándote del piso e ir ascendiendo hacia lo alto de la montaña, mientras los coches pasan de tener tamaño real a parecer de juguete, no es un experiencia para corazones sensibles. Sofía, Pepi y yo estábamos algo temerosos por el trayecto en teleférico y deseábamos que terminara cuanto antes, en cambio, Miguel disfrutó del viaje casi como lo que más. ¡Inconsciente!

Una vez arriba, en tierra firme, las vistas son espectaculares. Diría que merece la pena, pero hay que reconocer que el viaje no era barato. Mires hacia donde mires sólo ves montañas. Montañas y más montañas hasta donde te alcance la vista. Monumental. Inmensidad. Te faltan palabras, en realidad te quedas sin ellas.

Había por allí algunas cabras montesas paseando entre los turistas, casi posando. Miguel quería fotografiarse con cada una que veía, Sofía prefería verlas desde la distancia. Tiramos mil fotos y comenzamos el descenso en teleférico. El descenso se hizo más llevadero y una vez abajo, de vuelta a la estabilidad terrestre, el mundo parece que dejó de tambalearse y todo a mi alrededor paró de temblar. Visitamos la tienda de regalos porque los niños querían llevarse un recuerdo de allí, y como ellos traían un dinero ahorrado, cualquiera les decía que no. Ahora había gente por todos lados y la cola era para tenerla en cuenta. Había gente que al sacar el ticket y les comunicaban que hasta dentro de dos horas no les tocaba subir. ¡Un disparate! Una cordillera de montañas que también tiene un teleférico que es una mina de oro.

Nos montamos en el coche para iniciar nuestro camino hacia el Monasterio de Santo Toribio de Liébana. Había mucha gente allí. El monasterio es parte del Camino de Santiago y había alguna misa y accedimos a la iglesia gótica con dificultad, porque apenas se cabía. Contemplamos la puerta del perdón pero no pudimos ver ni las obras del beato santo Toribio, ni el Lignum Crucis, que es el trozo más grande conocido de cruz donde murió Jesucristo. No estaba abierto a visitas hasta por la tarde. No entraba en nuestro planes quedarnos allí hasta entonces. Otra vez será. Nos esperaba una hora de carretera hasta nuestra siguiente parada en San Vicente de la Barquera, y por medio, de nuevo, el desfiladero de la Hermida. Palabras mayores.

Llegamos a San Vicente de la Barquera con tiempo suficiente para dar un paseo antes de almorzar. Aparcamos en un parking que hay justo en el extremo norte del puente, al otro lado del Castillo del Rey. La vista desde este lado de la ciudad es imprescindible para los que visitan la ciudad. Cruzamos el puente a pie, ascendimos por la calle Padre Antonio por delante del Castillo del Rey hasta la Torre del Preboste y la Casa Consistorial, un poco más adelante estaba la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles. El conjunto es precioso. Descendimos callejeando, escalones abajo por la calle Arenal hasta la Avenida Miramar, también conocida como la Avenida de los Soportales. Toda la vida de la localidad está concentrada en los bares y las aceras de esa avenida. Vimos un hueco en uno de los que nos habían recomendado, restaurante La Folía, pedimos mesa, y mientras nos la preparaban en el soportal, picamos unos boquerones y unas anchoas estupendas en la barra. La comida fue fabulosa.

Dimos un paseo por los soportales. Bajamos por un lado de la avenida y de vuelta subimos por la otra. Contemplamos la Playa El Tostadero y la Playa La Maza.Y nos fuimos despidiendo porque aún teníamos varias visitas por hacer en el día.

Nuestro siguiente objetivo marcado para la jornada era Comillas, una localidad pequeña pero cargada de historia y muy monumental.

Comillas también estaba bastante animada, y encontrar aparcamiento nos llevó un buen rato. Finalmente tuvimos suerte y aparcamos a pocos metros de la Plaza de la Constitución, donde está situado el Ayuntamiento Antiguo de Comillas y la Iglesia de San Cristóbal. La Plaza es curiosa, es más bien un cruce de caminos, donde todo es carretera realizada de cantos de piedra, y prácticamente todos los edificios respetan la doble planta y balcones corridos. El conjunto es vistoso.

A pocos metros de allí, bajando por la derecha del Antiguo Ayuntamiento, llegas a un precioso rincón donde está la Fuente de los Tres Caños, la Torre de la Vega, y allí cerca la Oficina de Turismo. Allí nos recomendaron qué ver y también montarnos en el tren turístico. Eso hicimos.

El tren turístico hace un recorrido bastante completo. Comienza el trayecto dirigiéndose hacia la fabulosa playa de Comillas, pasa junto al cementerio y se puede admirar el Ángel Exterminador, contemplar desde la distancia la Universidad Pontificia de Comillas, que estaba en obras, y también el siniestro Palacio de los Duques de Almodóvar del Río de estilo victoriano, el Palacio de Sobrellano y la Capilla Panteón. Por supuesto recomienda la visita de El Capricho de Gaudí.

Lo primero que hicimos fue realizar la visita al Palacio de Sobrellano. La visita es fabulosa. Todo en conjunto: el edificio, el mobiliario, los cuadros, la historia, y todo muy bien explicado por la guía. Hasta los niños estaban boquiabiertos. La guía fue hilando la historia de la fortuna de Antonio López y López, Primer Marqués de Comillas, hasta su amistad con Alfonso XII y la visita del rey a la localidad. Todo muy ameno. Salimos muy contentos de la visita.

Dimos un rodeo y entramos a la visita de El Capricho de Gaudí. No sé si tuvimos mala suerte, si fuimos a la hora incorrecta pero estaba masificada. Los grupos de visitas eran demasiado numerosos. No se cabía en las salas para la explicación. Y había muchos grupos de visitas guiadas y a veces se solapaban unos con otros. No hicimos la visita completa. Nos desmarcamos del recorrido y lo realizamos por nuestra cuenta.

Cuando salimos de la visita comenzó a chispear, así que no nos demoramos y fuimos directamente a por el coche. Nuestra última parada del día era Santillana del Mar, allí nos esperaba nuestro hotel por varios días. Teníamos ya ganas de llegar.

Llegamos a Santillana del Mar bien entrada la noche, casi todo el mundo salía del pueblo, había una gran caravana de coche para salir y, sin embargo, el camino de entrada estaba totalmente despejado. Paré el coche en la puerta del hotel, sacamos las maletas y mientras ellos hacía el ingreso fui a aparcar el coche. No había ningún problema para aparcar el coche por la noche.

Salimos a dar una pequeña vuelta por el pueblo, pero estábamos cansados, la idea era encontrar un sitio cercano a hotel donde picar algo para cenar, y regresar al hotel a descansar. La temperatura era ideal y encontramos cerca del hotel un restaurante con terraza exterior y allí cenamos cachopo y patatas.No queríamos acostarnos tarde pues al día siguiente, otra vez, nos tocaría madrugar.

domingo, 17 de septiembre de 2017

Día 5. Lagos de Covadonga - Santuario Covadonga - Cabrales - Liébana - Potes

El hotel de Intriago, además de un jacuzzi, una zona amplia de aparcamiento y una pista de fútbol, también tenía el desayuno incluido, y muy completo, todo sea dicho. Fuimos pronto porque teníamos muchas cosas que hacer esa jornada, como venía siendo habitual.

Nuestra primera parada del día era subir a los Lagos de Covadonga, para ello lo inmediato era dirigirse a los pies de los Picos de Europa, aparcar el coche en uno de los parkings habilitados para ello, donde puedes sacar el billete de autobús que te lleva hasta la parada de arriba. Ese trayecto desde abajo hasta arriba en autobús no es apto para enfermos de corazón. Curvas cerradísimas, rampas de un desnivel enorme, precipicios increíbles. Por si fuese poco, te cruzas con autobuses, pasando uno al lado del otro a escasos centímetros. Añádanle que a mitad del camino nos introdujimos en una nube, una neblina espesa que impedía ver nada más allá de unos pocos metros. Y, por si fuese poco, a todo este disparate encima le añadimos el factor salvaje, que es que cada dos por tres había una vaca cruzando el camino, créanme si les digo que es casi mejor cerrar los ojos y y rezar todo lo que sepan. Llegas arriba con ganas de besar el suelo.

Una vez allí ya todo es caminar, subir y bajar escaleras, sin prisas, unas vistas desde el Mirador del Príncipe verdaderamente extraordinarias. Las minas de la Buferrera son también espectaculares, y cuando llegas al Lago de la Ercina, el descanso es obligatorio. A los niños les sorprendió verse rodeados de vacas en libertad.

Ascendimos al Mirador de Entrelagos desde donde se pueden contemplar los dos lagos, el Lago de la Ercina y el Lago de Enol. Las vistas allí son inigualables. Tuvimos la suerte porque el cielo estaba prácticamente despejado y miraras hacia donde miraras la atención se te perdía en la infinidad de la naturaleza. Qué preciosidad. Te quedarías allí horas, en silencio, simplemente contemplando, pero el tiempo es quizás lo más preciado y limitado que disponemos y hay que intentar aprovecharlo.

Bajamos justo por el otro extremo de por donde habíamos llegado, es decir, dimos la vuelta completa. A la bajada nos encontramos con que empezaba a subir una niebla que apenas permitía ver el Lago de Enol. En cuestión de minutos todo había cambiado. El chófer del autobús nos dijo que habíamos tenido mucha suerte y que no se suelen ver muchos días en esas condiciones por allí. Una temperatura perfecta.

Tomamos el autobús de vuelta y nos bajamos en la parada del Santuario de Covadonga. Había gente pero no era exagerado. El Santuario está construido en un sitio tan complicado, con una comunicación tan compleja que sólo imaginar las dificultades lo convierte en un lugar especial. El entorno en sí mismo, entre mágico y terrenal, con un marcado carácter montañés, que es un escondite tanto como un escenario junto al camino, hacen que te sientas fuera de lugar. Tanto un refugio como un lugar de paso.

El conjunto del santuario es precioso,  la capilla en el interior de la cueva, el detalle de la tumba de Don Pelayo, primer rey de Asturias, la basílica con la explanada delantera y la escultura a Don Pelayo. En general todo lo que allí encuentras es hermoso.

Cogimos de nuevo el autobús que nos llevó hasta donde teníamos aparcado el coche. Cambiamos de vehículo de locomoción y continuamos nuestro viaje, pero ante hicimos parada en el hotel de Intriago -nos pillaba de camino- a recoger las maletas. La siguiente parada era en Arenas de Cabrales, entrada a los picos de Europa, a tan solamente media hora en coche.

Sofía es una auténtica devota del queso de cabrales, y todo aquello que esté relacionado con el queso de cabrales. Planeamos pasar por Cabrales a la hora del almuerzo para que se llevara una grata sorpresa. Buscamos un sitio agradable donde almorzar y descansar y que tuviese productos asturianos. Lo encontramos y pedimos casi de todo lo que se puede pedir con cabrales: patatas al cabrales, croquetas al cabrales, carne al cabrales... bueno, además pedimos fabada y algún postre. Todo estupendo.

Nuestra siguiente planeada desde Arenas de Cabrales era visitar la Iglesia de Santa María de Lebeña, y para ello tendríamos que circular junto al río Deba por entre el desfiladero de La Hermida, que tiene más de una, de diez y de cien curvas, es tan estrecha que sientes que en cualquiera de las curvas la montaña se te va a tragar. Está literalmente echada encima de la carretera. Sofía se quedó tan a gusto después de tanto cabrales que se pasó todo el trayecto durmiendo. Pepi pasó nervios de verdad.

Pasado el susto llegamos a Santa María de Lebeña, donde pudimos realizar una visita guiada. Una locuaz señora nos resumió brevemente la historia de la Iglesia, así como sus características arquitectónicas, y nos puso al día de las vicisitudes de una serpiente que el párroco se encontró días antes en el interior de la capilla. Fue una visita muy interesante y divertida, la verdad. Nos contó la historia del robo de la Virgen de la Buena Leche, la del campanario, los arcos mozárabes, e incluso la leyenda del tejo y el olivo. Todo de manera muy amena.

Nuestra siguiente parada era un cruce de caminos, Potes. Aparcamos en el aparcamiento al aire libre que hay justo en el centro del pueblo, frente a la iglesia de San Vicente. El centro de Potes estaba animadísimo cuando llegamos.  Potes es un municipio precioso de calles empedradas, donde dos ríos se dan de la mano una vez han descendido desde los Picos de Europa. Presidiendo la localidad, robustamente alzada sobre sillares de piedra está la Torre del Infantado. No disponíamos de mucho tiempo, pero tuvimos suficiente para pasear por el centro y cruzar el puente de San Cayetano y contemplar ocas jugueteando en el cauce del río. Comenzó a nublarse y en un santiamén cayó un chaparrón de aúpa. Caía agua pero bien. Pudimos refugiarnos en unos amplios soportales y allí esperamos a que aflojara el aguacero. Dimos una carrera para meternos en el coche y ya con un leve chispeo abandonamos Potes en dirección a Camaleño, donde teníamos reservado nuestro hostal. En diez minutos estábamos allí.

Nuestro hostal en Camaleño estaba en la misma carretera y no tenía pérdida porque no había otro alojamiento. En realidad Camaleño es pequeñísimo. No sé cuantos habitantes tiene pero seguro que pocos. El alojamiento era como un caserón de montaña, de un par de plantas, con escaleras de madera que crujían al pisarlas. Además, en la parte trasera disfrutaba de un espacioso jardín donde estaba instalada una red para jugar al badminton. Y al fondo del jardín había una especie de granero, que se utiliza como almacén, donde había muchos juguetes y artículos de entretenimiento.
 
Cuando llegamos al jardín había un hombre jugando con una joven al badminton e invitaron a Miguel y a Sofía a unirse a jugar con ellos.  No se lo pensaron. Al rato ya le habían pillado el truco y se lo estaban pasando en grande todos juntos. Pepi y yo nos sentamos relajadamente a una mesa de madera, necesitábamos ese descanso. Los picos de Europa de fondo, toda la vegetación que nos rodeaba refulgía en verdes. Había manzanas y peras caídas en el césped debajo de cada manzano y peral.

Empezó a anochecer y bajarmos a tomar algo al restaurante del hostal. No teníamos mucho apetito. Pedimos un surtido de quesos y un cachopo para los cuatro. Aproveché la ocasión de que no tenía que conducir y pedí sidra -Pepi me acompañó-. Al llegar a la habitación todos caímos derrotados después de un día intensísimo. Al día siguiente nos esperaba una gran etapa de montaña.

lunes, 11 de septiembre de 2017

Día 4. Lastres - Arriondas - Cangas de Onís

Como la noche anterior nos recogimos a descansar algo más temprano, esa siguiente mañana despertamos más frescos. Preparamos las maletas, bajamos a desayunar a la cafetería del hotel y comenzamos una nueva etapa en el viaje. La de este día estaba marcada en mayúsculas.

Nuestra primera parada estaba escasamente a una hora de nuestro hotel en Oviedo. Lastres es un pequeño pueblo pesquero, conocido por ser el pueblo del Doctor Mateo  (una serie de televisión que yo no he visto), en la que pasa consulta un doctor que vive en el pueblo, que por lo que sé, el pueblo se hace llamar de otra manera en la serie.

Lastres tiene similitudes con Cudillero. Lastres es tal vez un pueblo menos turístico que Cudillero, ni posee un amplio aparcamiento ni disfruta de infinidad de restaurantes, pero goza de una playa estupenda a los pies del pueblo.

Como llegamos bien temprano, tuvimos la fortuna de aparcar en primerísima línea de playa, y créanme si les digo que no hay muchos aparcamientos. Pepi y los niños bajaron una espaciosa escalinata de piedra que descendía hacia la playa. Se quitaron el calzado y pasearon un buen rato por la orilla. Llegaron a mojar sus pies en el Cantábrico. Se les veía felices. Se enjuagaron los pies en una ducha y regresaron. Apenas visitamos el pueblo, estaba muy inclinado, todo lleno de cuestas y teníamos más visitas pendientes para esa jornada.

Nuestra segunda escala prevista para el día estaba en Arriondas. El pueblo está completamente volcado al piragüismo y al descenso en canoa del Sella. Nuestra idea era alquilar un par de canoas en una de las múltiples empresas de las que ofertan descensos del río Sella y eso hicimos.  Alquilamos un par de canoas, nos dieron unos remos, chalecos salvavidas, un bidón con un picnic y unas fugaces instrucciones de cómo se dirige una canoa y al agua patos.

Lo cierto es que el mayor inconveniente del descenso es que el río no llevaba mucha agua en algunos tramos y las canoas se encallaban. Además al ser agosto, por el río descendían cientos de canoas. En ocasiones estabas más preocupado en no chocar con otras canoas que en poder disfrutar del paisaje que nos rodeaba en el trayecto. Sofía y Pepi ocuparon una canoa, Miguel y yo la otra. Tuvimos más de un percance. La primera contrariedad es que cuando encallaba una canoa había que descender de ella y dar un pequeño empujón y luego casi en un salto montarse de nuevo rápido para así aprovechar el empuje, pero claro, esto es fácil decirlo, pero el río estaba abarrotado de canoas, el fondo del río lleno de cantos rodados y era difícil mantener la verticalidad y mucho más cuando no teníamos el vestuario apropiado, especialmente el calzado. No es lo mismo unas chanclas que unos escarpines. Pepi lo avisó antes de iniciar el viaje, pero no era seguro que hiciéramos el descenso en canoa (se tenían que dar las condiciones climatológicas) y los escarpines suponían un gasto añadido para una sola ocasión. Nos tomamos el descenso como algo ocasional y low cost

Ahora nos reímos y lo recordamos con diversión, pero Pepi se dio una buena zambullida al intentar descender de la canoa para desencallarla, y en el chapuzón además perdió las chanclas. Miguel no paraba de reírse, le hizo mucha gracia. Pepi y Sofía andaban todo el rato discutiendo y Miguel disfrutaba de la escena. Lo único que le preocupaba a él era que fuésemos por delante. Lo cierto es que era cansado. Imagino que cuando el río lleve más caudal todo será más sencillo, pero lo hecho hecho está. Una vez que le cogimos en tranquillo todo fue más sencillo y divertido. El entorno es verdaderamente espectacular y el tiempo fue fabuloso. 

Abandonamos el río en la primera salida, más o menos a la mitad del descenso. La idea era probar esto del descenso en canoa, no hacernos unos expertos y bien que estuvimos por lo menos 4 ó 5 horas en el río. Teníamos aún cosas pendientes por hacer en ese día y no queríamos demorarnos mucho.

En una furgoneta nos devolvieron al pueblo, allí entregamos los remos, las canoas, los chalecos y los bidones pero sin los picnics, que buena cuenta dimos de ellos en una de las paradas que realizamos en el río. Nos cambiamos en los vestuarios y montamos en el coche hacia la siguiente parada.

Nuestro hotel estaba en Intriago, una pequeña población a unos ocho kilómetros al este de Cangas de Onís. Llegamos molidos. El hotel contaba con una piscina, una pequeña pista de fútbol y un par de jacuzzis al aire libre. Ni que decir que el jacuzzi nos vino divino. ¡Qué descanso! A Miguel le dio tiempo incluso de jugar al fútbol con un niño del pueblo. Tras el reposo nos arreglamos y fuimos a visitar Cangas de Onís. ¡Qué bonita es Cangas de Onís! Y qué magnífico es el puente. Lo has visto mil veces en la televisión, en postales, revistas, pero no es lo mismo, tiene una presencia y una escala asombrosa.

La primera visita obligatoria en Cangas de Onís es su puente Romano, aunque realmente parece ser que no es romano, pero no importa, es igualmente bello. Paseamos por el centro, por las calles principales, muy animadas en verano, Cangas de Onís es una localidad muy turística también, llena de tiendas de regalos y de sidrerías, también volcada al descenso del Sella. Dimos un  lento paseo por la calle donde se encuentran todos los caserones Indianos, que no son pocos, y seguimos holgazaneando por las tiendas de regalos. Miguelito se había traído algo de sus ahorros y estaba loco por gastar, aunque no sé cómo se las apaña que al final le saca siempre alguna tontería a la madre y así no necesita rascarse el bolsillo. ¡No es listillo! Empezaba a anochecer y decidimos abandonar Cangas de Onís para cenar. Todo parecía estar abarrotado y no teníamos ganas de jaleo ni de andar esperando cola para una mesa. Nos fuimos.

En el trayecto desde Intriago (donde estaba nuestro hotel) hasta Cangas de Onís habíamos visto muchos restaurantes a pie de carretera con bastante buena pinta. Nos apetecía huir del bullicio del centro y de los menús para turistas y así hicimos. Creo que acertamos porque necesitábamos tranquilidad. Resultó que el restaurante que elegimos tenían una buena barbacoa encendida y una buena parrillada de carne cayó en un santiamén. Al terminar, después de recorrer los pocos kilómetros de vuelta a Intriago, caímos rendidos sin remedio. Había sido realmente un día agotador para todos.

martes, 5 de septiembre de 2017

Día 3. Oviedo - Cudillero - Gijón - Oviedo

Sonó el despertador y nos costó un poco más que de costumbre levantar anclas, el cansancio se va acumulando y se hacía notar. Salimos a desayunar en una cafetería junto al hotel y sin entretenernos fuimos a por el coche, que dejamos descansando en un parking cercano.

El Palacio de Santa María del Naranco y la Iglesia de San Miguel de Lillo son visita obligatoria si vas a Oviedo. Nosotros somos fieles obedientes de las obligaciones y no faltamos a la cita. Cada media hora los abren alternadamente. Una persona se dedica a cerrar cada uno, recorrer la distancia que los separa a pie, y nada más llegar, abrir la otra. Así toda la jornada.

Santa María del Naranco es un antiguo palacio construido en el siglo IX. Doce siglos de por medio y ahí sigue. Te paras a pensar la de historias y vidas que han recorrido alrededor de sus piedras y es imposible hacerse una mínima idea. Guerras, venganzas, sacrificios, suicidios, asesinatos...todo ocurriendo en la ladera del monte Naranco, el mundo en agitación y mientras el palacio ahí, inmóvil, como observador pétreo, y aún, erguido a pesar del paso del implacable tiempo. ¿Imaginarían tal hazaña los obreros que levantaron sus piedras? Seguro que no.

Eché de menos una explicación, una pequeña visita guiada, no necesariamente muy extensa porque lo que hay es simplemente piedra sobre piedra, pero ¿por qué esa orientación? ¿por qué esa altura? ¿cuál era su función inicial? En realidad todo está ahí en Internet, esperando que mi interés me arroje uno de estos días a buscarlo, información tan paciente como la piedras en la ladera del monte Naranco.

A cinco minutos a pie, o menos, ascendiendo una ligera pendiente, está la Iglesia de San Miguel de Lillo. Otra maravilla del siglo IX. Aquí además de piedra existen frescos, y relieves en las jambas de la puerta de entrada. Lo que vemos ahora es lo que queda, tendremos que abrir bien los ojos para comprender que falta mucho, que varias alas se derrumbaron y lo que observamos es un tercera parte de lo que inició su estático recorrido por los siglos. La historia de lo que no vemos.

Si te separas unos metros de la Iglesia, si tomas perspectiva, va creciendo en belleza. La simetría va ordenando todo. Las distintas alturas de las cubiertas a un agua juegan al equilibrio de las proporciones. El Prerrománico era rácano en luces, pero rico en robustez. Hay una belleza inexplicable en su simplicidad que le congratula con su alrededor. Está tan integrado en la naturaleza que le rodea que pareciera que el sitio estaba hecho para construirla ahí. Ni una piedra más ni una piedra menos.

A una hora en coche aproximadamente desde allí está el pequeño y bello pueblo pesquero de Cudillero. Bello como una postal. Tuvimos que atravesar el pueblo en coche para llegar al parking, que estaba al final del puerto. Entras en el pueblo sin llegar a darte cuenta de lo que te rodea, especialmente si vas conduciendo, pero conforme vas regresando a pie desde el aparcamiento, consigues poco a poco ir juntando los detalles. Es una montaña a pie de mar. Un bosque besando la dársena del puerto. Las fachadas de las viviendas de distintos colores rodeando como una herradura a la plaza. Y justo enfrente, abierta al mar, la plaza con su mercado y alrededor terrazas de restaurantes.

Las gaviotas descansando al sol en la rampa, resignadas a la constante molestia de los niños que suben y bajan la rampa para asustarlas. Es pronto y aún no apetece sentarse en una terraza. Decidimos pasear por el pueblo. Fue un paseo breve y empinado pero hicimos decenas de fotos. El pueblo empezaba a abarrotarse. Decidimos seguir nuestra hoja de ruta. Próxima parada Gijón.

En apenas tres cuartos de hora estábamos aparcados en un parking a una manzana del paseo marítimo, junto a la playa de San Lorenzo.

Hacía un día estupendo, el cielo estaba completamente despejado y disfrutábamos de una temperatura plenamente veraniega. Toda Asturias parecía estar en esa playa. ¡Y eso que era lunes! No he visto una playa tan abarrotada en mi vida. Me entró sofoco de sólo verla. Como no trajimos trajes de baño, ni falta que nos hacía, pues nuestra intención era hacer turismo, buscamos un lugar donde probar la fabada asturiana.

Entramos a uno de los sitios que habíamos visto recomendados por Internet, restaurante El Mirador de la Playa. ¡Qué gran acierto! Un sitio agradable, con un servicio estupendo y una comida maravillosa. No fui capaz de comerme todo lo que me pusieron y eso que yo soy de buen jalar. La fabada estaba para chuparse los dedos, y todo en realidad, y hasta los postres estaban soberbios y eso que llegamos a ellos ya sin muchas ganas. Restaurante tremendamente recomendable.

Para bajar semejante atracón reanudamos a pie nuestra visita por Gijón. Cerca de allí estaba la oficina de turismo. Allí nos facilitaron un plano y algunos buenos consejos. Nos dirigimos por el paseo marítimo hacia el Cerro de Santa Catalina. Por el camino nos encontramos con la Parroquia de San Pedro Apóstol y con el Club de Regatas. Las vistas desde allí hacia la costa son un recuerdo imprescindible de la ciudad.  Ascendimos al cerro hasta el Elogio del Horizonte, monumental obra de Chillida. A Miguelito le hizo ilusión llegar hasta allí. Iniciamos el descenso junto a las Baterías de Santa Catalina,  por el otro lado del que habíamos ascendido, con vistas hacia la Playa de Poniente, que estaba mucho menos abarrotada.

Llegamos de frente al Palacio de Revillagigedo y entramos a ver su patio y unas pocas obras expuestas en él. También curioseamos en el Pozo de la Barquera y nos acercamos a contemplar de cerca la estatua de Pelayo, que preside con grandeza la plaza. En la Plazuela del Marqués nos sentamos a tomar un café. A pocos pasos estaban la Plaza Mayor y el Ayuntamiento de Gijón, donde estaban montando un escenario para alguna celebración. Pasamos por la puerta del Museo de Gijón,  que está en la casa Natal de Jovellanos.

Nos fotografiamos con lo que se está volviendo una constante en todas las ciudades. El nombre de la ciudad en letras grandes, en un lugar donde te puedas fotografiar con ellas. En este viaje lo vimos en Cáceres, en Oviedo y ahora en Gijón. La por primera vez que nos encontramos con una cosa así fue en Amsterdam creo recordar, allá por agosto del 2009. Ya ha llovido.

Volvimos por todo el amplio y elegante paseo marítimo que me recordó un poco al de San Sebastián, comprobando cómo la marea sube de rápido en el Cantábrico. A los niños les hizo mucha gracia ver como la gente tenía que ir levantándose porque el agua les alcanzaba. Había además algo de oleaje y a Miguelito le gustaba acercarse a la barandilla y esperar a que las olas rompieran y le salpicaran. Se lo pasó en grande.

Regresamos en coche a Oviedo pero antes de despedirnos de Gijón pasamos por el estadio de El Molinón. Me hacía ilusión. Ni siquiera bajamos del coche, tan sólo paré un momento para verlo bajando la ventanilla.

Al llegar a Oviedo, paseamos un rato por el centro, nos acercamos a la concurrida Calle Gascona, el bulevar de la sidra, callejeamos por el centro histórico en los alrededores de la catedral y compramos algo de fruta para cenar porque no teníamos nada de apetito. La comida había sido copiosa y aunque habíamos paseado bastante, no teníamos ni pizca de hambre. Una pieza de fruta era más que suficiente.

Se nos hizo de noche paseando por Oviedo, prácticamente nos estábamos despidiendo de la ciudad. Llegamos agotados al final del día y los pies necesitaban un descanso inmediato, así que nos retiramos al hotel a descansar, que al día siguiente nos esperaba otro día cargado de actividades.

domingo, 3 de septiembre de 2017

Día 2. Salamanca - Oviedo

En nuestro segundo día en Salamanca también madrugamos (iba a ser tónica habitual en el viaje). Desayunamos en el bar de la estación de autobuses y bajamos andando al centro. Comenzamos la caminata cruzando por el parque Campo San Francisco hasta el cruce de calle Bordadores, frente al Convento de las Úrsulas, donde está la Casa del Regidor, donde vivió y murió Miguel de Unamuno, frente a la que han colocado una estatua muy acertada de la figura de Unamuno.

Continuamos por delante del Palacio de Monterrey, giramos a la izquierda y entramos en la Plaza Mayor por la Calle Prior. A esas horas, con la luz del día todos los detalles de las fachadas de la plaza se podían ver con claridad. Localizamos el medallón dedicado a Miguel de Cervantes que no encontramos la noche anterior y los niños consiguieron la foto con el elefante haciendo el pino con la trompa que de noche no salía bien por la falta de luz. Les hacía ilusión.

Seguimos hasta la Catedral y esta vez entramos a visitarla. El precio de la entrada incluía audioguía, que siempre es muy útil, en especial para entretener a los niños. La Catedral de Salamanca no necesita ningún tipo de presentación, pues es mundialmente conocida. Sólo decir que disfruté mucho de la visita. La parte de la Catedral vieja es lo que más me gustó, con las pinturas murales en la piedra, con el atractivo dorado en los escudos, los sepulcros en alabastro, la gran cúpula, el retablo mayor... sólo con esa parte bien vale la visita. Dentro de la catedral también había una exposición de pintura. Algunos de los cuadros eran verdaderamente magníficos. Sofía y yo la visitamos completamente solos.

Nada más salir de la visita nos pusimos en cola para montarnos en el tren turístico que visita el centro histórico de la ciudad vieja. Para ser domingo por la mañana había bastante gente en la calle. El cielo permanecía completamente despejado y la temperatura agradabilísima animaba a salir de casa. En el recorrido del tren turístico iban explicando brevemente la historia de los edificios más relevantes de los lugares por los que pasábamos: el Puente Romano sobre el Río Tormes y el Berraco, el Museo Art Déco y Nouveau, el huerto de Calixto y Melibea, también nos llevó a los Conventos de las Dueñas y San Esteban, que ya habíamos visitado el día anterior. Fue una visita muy completa por el centro.

Nuestra siguiente visita para la mañana era la Casa de las Conchas. Es un edificio muy curioso porque es un edificio gótico, pero también renacentista y tiene elementos mudéjares. Es una edificación especialmente llamativa porque la fachada está decorada con conchas. En el centro de la  está el patio de dos plantas. La parte inferior está realizada con el típico arco salmantino, y la planta alta está rodeada con balaustradas en piedra con decoraciones vegetales de influencia mozárabe. En el centro del patio existe un pozo, que en su momento abastecía de agua potable al palacio. Frente por frente de la Casa de las Conchas está la Universidad Pontificia de Salamanca, que no visitamos.

Compramos algunos artículos de recuerdo de la ciudad y nos despedimos de ella deshaciendo nuestros pasos de vuelta al hotel. Teníamos que abandonar la habitación y también teníamos mesa reservada a dos horas de carretera en un restaurante en Arcahueja, muy cerca de León, Restaurante El Pradillo, mi amigo Mario me lo había recomendado. Un acierto rotundo. El chuletón fue maravilloso, y las croquetas también, y el pulpo y bueno, en realidad todo estuvo estupendo. Lástima que no nos pille cerca de casa porque es para repetir.

El almuerzo fue sólo un alto en el camino, porque aún teníamos por delante hora y media de camino en carretera para llegar a nuestro hotel en Oviedo, el Hotel Vetusta, que resultó estar ubicado en el centro de todo.

La primera impresión que te llevas al pasear por Oviedo es que es una ciudad muy elegante. Y también que es posiblemente la ciudad de todas las que he visitado en mi vida que tiene más y mejores esculturas por sus calles.

La primera escultura con la que nos encontramos en nuestra visita por el centro fue Culis Monumentalibus, es decir la escultura de un culo con sus piernas. A los niños les hizo mucha gracia la escultura. Justo al lado del Teatro Campoamor está la estatua Esperanza caminando, una joven caminando mientras lee un libro, muy bonita. Un buen número de ellas están en el Campo de San Francisco, quizás la más famosa de las que allí se encuentran es la de Mafalda, con la que todos quieren hacerse una foto, pero mis favoritas son La Regenta en la Plaza de la Catedral, Woody Allen en calle Milicia, y La Bella Lola en la Plaza del Fontán. En la Plaza de la Escandalera están las estatuas de los Esturcones o La Maternidad de Botero, y así, repartidas por toda la ciudad, un sinfín de estatuas.

En dicha plaza del Fontán tomamos asiento en Casa Ramón, en una estupenda mesa con vistas a la plaza, otra recomendación de un amigo. Cenamos magníficamente. Bebimos sidra, comimos un pastel de centollo riquísimo, una tabla de quesos y un cachopo que no fuimos capaces de comernos entre los cuatro. Todo muy bueno, pero habíamos almorzado abundantemente y lo que no se puede, no se puede.

Abandonamos la plaza de vuelta al hotel paseando por calles vacías iluminadas por las farolas. Apenas ningún coche ya rodaba por la ciudad, el silencio era llamativo. Cómo cambian las ciudades de día y de noche. Parecen otras. No mejores ni peores, distintas.

Llegamos al hotel. Pepi y Sofía subieron a la habitación, Miguel y yo nos quedamos en el bar del hotel a ver un partido de fútbol. Había comenzado la Liga, pero en el descanso subimos a la habitación. Había sido un día largo.

sábado, 2 de septiembre de 2017

Día 1. Cáceres - Salamanca

Ya estábamos de vacaciones todos en casa desde hacía dos semanas. Durante todos estos días habíamos estado ultimando un viaje en coche por España. Cantabria y Asturias como destino principal, pero por el camino teníamos previsto salpicar unos cuantos destinos que complementaran el viaje. Ir adecuándose al itinerario sin forzarlo pero sin ceñirse a un plan preestablecido cabezonamente. Algo de improvisación siempre viene bien.

Madrugamos bastante para intentar llegar a Cáceres, nuestra primera parada (si parar a desayunar no la contamos) para visitar lo principal antes del mediodía. Y lo conseguimos.

Aparcamos en el parking Obispo Galarza, bajamos a pie hasta la Plaza Mayor, allí está estratégicamente situada la oficina de turismo, donde nos recomendaron que para el tiempo del que disponíamos realizáramos la visita en trenecito, que recorría lo principal del centro, pero había que esperar hasta después del almuerzo porque ya estaba completo hasta después de esa hora. Decidimos visitar el casco histórico a pie.  Llevábamos muchos kilómetros recorridos sentados en el coche, y nos vino bien.

Iniciamos la visita al centro de Cáceres, Patrimonio de la Humanidad, por el Arco de la Estrella en dirección a la Plaza de Santa María. La idea era no visitar interiores en Cáceres, o al menos, no muchos, porque era una visita de paso. Tanto Pepi como yo ya la habíamos visitado hace años y aunque nos apetecía recorrerla tampoco nos podíamos entretener en demasía porque el tiempo, a pesar de lo que afirmaba Einstein, no se estira.

La plaza de Santa María en conjunto es una preciosidad. Está realizada con robustos sillares de granito, con edificaciones de alturas y proporciones similares, lo que logra una estampa muy homogénea, casi como un castillo. Aún mantiene esa sobriedad del románico tardío o gótico inicial -aún no sé diferenciar bien los estilos- pero el Renacentismo ya amanece en sus fachadas. En la base de la Iglesia de Santa María, en la esquina junto a la torre del templo, hay una reseñable escultura de San Pedro de Alcántara. Todos quisimos fotografiarnos allí.

Continuamos nuestra visita por la Plaza de los Golfines hasta la Plaza de San Jorge, allí subimos los escalones de la entrada de la Iglesia de San Francisco Javier, y a media ascensión, bajo dos escaleras simétricas y en una coqueta hornacina, examinamos de cerca la imagen de San Jorge sobre su caballo derrotando al dragón. A partir de ahí nos dejamos llevar contemplando torres vestidas de yedra, balcones con blasones y nidos de cigüeñas hasta que desembocamos en la Plaza de las Veletas.

En la plaza está el Museo de Cáceres, y en su interior el Aljibe Musulmán, y también una exposición de escultura y pintura. Nos pareció interesante visitarla. A los niños les prepararon una especie de juego con el objetivo de buscar obras y pegar unas pegatinas en un folleto donde aparecían las obras, y lo cierto es que estuvieron más entretenidos de lo habitual.

Después deshicimos nuestros pasos hacia la Plaza Mayor pero tomando otros caminos. Tanto pasear nos había abierto el apetito y fuimos a almorzar a un restaurante de la Plaza San Juan. Unos ibéricos, una torta del casar  -a Sofía le encantó- , unas migas y un carne y un postre dieron buena cuenta de nuestro apetito.

Regresamos al coche y continuamos nuestro trayecto. Dos horas más tarde estábamos llegando a Salamanca. Aparcamos el coche, subimos las maletas a la habitación del hotel y salimos pitando en taxi hacia el Convento de las Dueñas, pues teníamos que entrar antes de que cerraran. Lo conseguimos.

Este convento también lo habíamos visitado Pepi  y yo, y nuestro recuerdo era tan bonito que quisimos compartirlo con los niños. Les encantó al principio, luego empezaron a cansarse de mi obstinación por ver cada capitel del claustro pentagonal. Las vistas de la Catedral desde el lado noreste del claustro son inigualables. Como premio, al salir, visitamos la tienda y compramos una caja de la especialidad de las monjas, los amarguillos. A Miguelito le encantó.

Justo al otro lado de la calle está el Convento dominico de San Esteban, que posee una de las portadas más espectaculares que yo haya contemplado. Es una fachada, pero en realidad es un gran retablo en piedra. Aún estaba abierto el Convento, nos pareció extraño, pero así era y pudimos entrar, incluso pudimos acceder al claustro y también sentarnos en el asiento del confesionario de Santa Teresa de Jesús o visitar la botica. El retablo mayor es simplemente espectacular.

Abandonamos tan ilustre lugar y nos sentamos a descansar y estirar las piernas en un banco de piedra junto a unos cipreses de la Plaza del Concilio de Trento. Algún amarguillo cayó en ese descanso. Retomamos fuerzas y nos dirigimos a la Catedral de Salamanca.

En las escaleras de entrada de la Catedral una actriz muy bien caracterizada estaba interpretando una obra de teatro clásico, creo que La Celestina, apenas pude escuchar unas pocas frases cuando comenzó a caminar hacia otra parte de la ciudad, que le servía de escenario.

A esa hora del día ya habíamos cumplido con creces todo lo que nos habíamos propuesto visitar en nuestra primera jornada del viaje. Todavía nos dio tiempo a rodear la Catedral, acercarnos a la Universidad, encontrar la rana más famosa de Salamanca, y fotografiarnos junto a la estatua de Fray Luis de León mientras el anochecer caía sobre nosotros.  Por la calle Mayor llegamos hasta la Plaza Mayor, corazón de Salamanca. De noche la plaza iluminada con infinidad de luces nos obsequiaba con una postal verdaderamente hermosa. De ahí nos fuimos a picar algo en una de las calles perpendiculares a la Calle Mayor. Después volvimos a la concurrida Plaza Mayor que bien merecía una segunda visita nocturna. Cogimos un taxi que nos llevara al hotel, donde por fin pudimos descansar de un día tan completo.