lunes, 11 de septiembre de 2017

Día 4. Lastres - Arriondas - Cangas de Onís

Como la noche anterior nos recogimos a descansar algo más temprano, esa siguiente mañana despertamos más frescos. Preparamos las maletas, bajamos a desayunar a la cafetería del hotel y comenzamos una nueva etapa en el viaje. La de este día estaba marcada en mayúsculas.

Nuestra primera parada estaba escasamente a una hora de nuestro hotel en Oviedo. Lastres es un pequeño pueblo pesquero, conocido por ser el pueblo del Doctor Mateo  (una serie de televisión que yo no he visto), en la que pasa consulta un doctor que vive en el pueblo, que por lo que sé, el pueblo se hace llamar de otra manera en la serie.

Lastres tiene similitudes con Cudillero. Lastres es tal vez un pueblo menos turístico que Cudillero, ni posee un amplio aparcamiento ni disfruta de infinidad de restaurantes, pero goza de una playa estupenda a los pies del pueblo.

Como llegamos bien temprano, tuvimos la fortuna de aparcar en primerísima línea de playa, y créanme si les digo que no hay muchos aparcamientos. Pepi y los niños bajaron una espaciosa escalinata de piedra que descendía hacia la playa. Se quitaron el calzado y pasearon un buen rato por la orilla. Llegaron a mojar sus pies en el Cantábrico. Se les veía felices. Se enjuagaron los pies en una ducha y regresaron. Apenas visitamos el pueblo, estaba muy inclinado, todo lleno de cuestas y teníamos más visitas pendientes para esa jornada.

Nuestra segunda escala prevista para el día estaba en Arriondas. El pueblo está completamente volcado al piragüismo y al descenso en canoa del Sella. Nuestra idea era alquilar un par de canoas en una de las múltiples empresas de las que ofertan descensos del río Sella y eso hicimos.  Alquilamos un par de canoas, nos dieron unos remos, chalecos salvavidas, un bidón con un picnic y unas fugaces instrucciones de cómo se dirige una canoa y al agua patos.

Lo cierto es que el mayor inconveniente del descenso es que el río no llevaba mucha agua en algunos tramos y las canoas se encallaban. Además al ser agosto, por el río descendían cientos de canoas. En ocasiones estabas más preocupado en no chocar con otras canoas que en poder disfrutar del paisaje que nos rodeaba en el trayecto. Sofía y Pepi ocuparon una canoa, Miguel y yo la otra. Tuvimos más de un percance. La primera contrariedad es que cuando encallaba una canoa había que descender de ella y dar un pequeño empujón y luego casi en un salto montarse de nuevo rápido para así aprovechar el empuje, pero claro, esto es fácil decirlo, pero el río estaba abarrotado de canoas, el fondo del río lleno de cantos rodados y era difícil mantener la verticalidad y mucho más cuando no teníamos el vestuario apropiado, especialmente el calzado. No es lo mismo unas chanclas que unos escarpines. Pepi lo avisó antes de iniciar el viaje, pero no era seguro que hiciéramos el descenso en canoa (se tenían que dar las condiciones climatológicas) y los escarpines suponían un gasto añadido para una sola ocasión. Nos tomamos el descenso como algo ocasional y low cost

Ahora nos reímos y lo recordamos con diversión, pero Pepi se dio una buena zambullida al intentar descender de la canoa para desencallarla, y en el chapuzón además perdió las chanclas. Miguel no paraba de reírse, le hizo mucha gracia. Pepi y Sofía andaban todo el rato discutiendo y Miguel disfrutaba de la escena. Lo único que le preocupaba a él era que fuésemos por delante. Lo cierto es que era cansado. Imagino que cuando el río lleve más caudal todo será más sencillo, pero lo hecho hecho está. Una vez que le cogimos en tranquillo todo fue más sencillo y divertido. El entorno es verdaderamente espectacular y el tiempo fue fabuloso. 

Abandonamos el río en la primera salida, más o menos a la mitad del descenso. La idea era probar esto del descenso en canoa, no hacernos unos expertos y bien que estuvimos por lo menos 4 ó 5 horas en el río. Teníamos aún cosas pendientes por hacer en ese día y no queríamos demorarnos mucho.

En una furgoneta nos devolvieron al pueblo, allí entregamos los remos, las canoas, los chalecos y los bidones pero sin los picnics, que buena cuenta dimos de ellos en una de las paradas que realizamos en el río. Nos cambiamos en los vestuarios y montamos en el coche hacia la siguiente parada.

Nuestro hotel estaba en Intriago, una pequeña población a unos ocho kilómetros al este de Cangas de Onís. Llegamos molidos. El hotel contaba con una piscina, una pequeña pista de fútbol y un par de jacuzzis al aire libre. Ni que decir que el jacuzzi nos vino divino. ¡Qué descanso! A Miguel le dio tiempo incluso de jugar al fútbol con un niño del pueblo. Tras el reposo nos arreglamos y fuimos a visitar Cangas de Onís. ¡Qué bonita es Cangas de Onís! Y qué magnífico es el puente. Lo has visto mil veces en la televisión, en postales, revistas, pero no es lo mismo, tiene una presencia y una escala asombrosa.

La primera visita obligatoria en Cangas de Onís es su puente Romano, aunque realmente parece ser que no es romano, pero no importa, es igualmente bello. Paseamos por el centro, por las calles principales, muy animadas en verano, Cangas de Onís es una localidad muy turística también, llena de tiendas de regalos y de sidrerías, también volcada al descenso del Sella. Dimos un  lento paseo por la calle donde se encuentran todos los caserones Indianos, que no son pocos, y seguimos holgazaneando por las tiendas de regalos. Miguelito se había traído algo de sus ahorros y estaba loco por gastar, aunque no sé cómo se las apaña que al final le saca siempre alguna tontería a la madre y así no necesita rascarse el bolsillo. ¡No es listillo! Empezaba a anochecer y decidimos abandonar Cangas de Onís para cenar. Todo parecía estar abarrotado y no teníamos ganas de jaleo ni de andar esperando cola para una mesa. Nos fuimos.

En el trayecto desde Intriago (donde estaba nuestro hotel) hasta Cangas de Onís habíamos visto muchos restaurantes a pie de carretera con bastante buena pinta. Nos apetecía huir del bullicio del centro y de los menús para turistas y así hicimos. Creo que acertamos porque necesitábamos tranquilidad. Resultó que el restaurante que elegimos tenían una buena barbacoa encendida y una buena parrillada de carne cayó en un santiamén. Al terminar, después de recorrer los pocos kilómetros de vuelta a Intriago, caímos rendidos sin remedio. Había sido realmente un día agotador para todos.

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