Ya estábamos de vacaciones todos en casa desde hacía dos semanas. Durante todos estos días habíamos estado ultimando un viaje en coche por España. Cantabria y Asturias como destino principal, pero por el camino teníamos previsto salpicar unos cuantos destinos que complementaran el viaje. Ir adecuándose al itinerario sin forzarlo pero sin ceñirse a un plan preestablecido cabezonamente. Algo de improvisación siempre viene bien.
Madrugamos bastante para intentar llegar a Cáceres, nuestra primera parada (si parar a desayunar no la contamos) para visitar lo principal antes del mediodía. Y lo conseguimos.
Aparcamos en el parking Obispo Galarza, bajamos a pie hasta la Plaza Mayor, allí está estratégicamente situada la oficina de turismo, donde nos recomendaron que para el tiempo del que disponíamos realizáramos la visita en trenecito, que recorría lo principal del centro, pero había que esperar hasta después del almuerzo porque ya estaba completo hasta después de esa hora. Decidimos visitar el casco histórico a pie. Llevábamos muchos kilómetros recorridos sentados en el coche, y nos vino bien.
Iniciamos la visita al centro de Cáceres, Patrimonio de la Humanidad, por el Arco de la Estrella en dirección a la Plaza de Santa María. La idea era no visitar interiores en Cáceres, o al menos, no muchos, porque era una visita de paso. Tanto Pepi como yo ya la habíamos visitado hace años y aunque nos apetecía recorrerla tampoco nos podíamos entretener en demasía porque el tiempo, a pesar de lo que afirmaba Einstein, no se estira.
La plaza de Santa María en conjunto es una preciosidad. Está realizada con robustos sillares de granito, con edificaciones de alturas y proporciones similares, lo que logra una estampa muy homogénea, casi como un castillo. Aún mantiene esa sobriedad del románico tardío o gótico inicial -aún no sé diferenciar bien los estilos- pero el Renacentismo ya amanece en sus fachadas. En la base de la Iglesia de Santa María, en la esquina junto a la torre del templo, hay una reseñable escultura de San Pedro de Alcántara. Todos quisimos fotografiarnos allí.
Continuamos nuestra visita por la Plaza de los Golfines hasta la Plaza de San Jorge, allí subimos los escalones de la entrada de la Iglesia de San Francisco Javier, y a media ascensión, bajo dos escaleras simétricas y en una coqueta hornacina, examinamos de cerca la imagen de San Jorge sobre su caballo derrotando al dragón. A partir de ahí nos dejamos llevar contemplando torres vestidas de yedra, balcones con blasones y nidos de cigüeñas hasta que desembocamos en la Plaza de las Veletas.
En la plaza está el Museo de Cáceres, y en su interior el Aljibe Musulmán, y también una exposición de escultura y pintura. Nos pareció interesante visitarla. A los niños les prepararon una especie de juego con el objetivo de buscar obras y pegar unas pegatinas en un folleto donde aparecían las obras, y lo cierto es que estuvieron más entretenidos de lo habitual.
Después deshicimos nuestros pasos hacia la Plaza Mayor pero tomando otros caminos. Tanto pasear nos había abierto el apetito y fuimos a almorzar a un restaurante de la Plaza San Juan. Unos ibéricos, una torta del casar -a Sofía le encantó- , unas migas y un carne y un postre dieron buena cuenta de nuestro apetito.
Regresamos al coche y continuamos nuestro trayecto. Dos horas más tarde estábamos llegando a Salamanca. Aparcamos el coche, subimos las maletas a la habitación del hotel y salimos pitando en taxi hacia el Convento de las Dueñas, pues teníamos que entrar antes de que cerraran. Lo conseguimos.
Este convento también lo habíamos visitado Pepi y yo, y nuestro recuerdo era tan bonito que quisimos compartirlo con los niños. Les encantó al principio, luego empezaron a cansarse de mi obstinación por ver cada capitel del claustro pentagonal. Las vistas de la Catedral desde el lado noreste del claustro son inigualables. Como premio, al salir, visitamos la tienda y compramos una caja de la especialidad de las monjas, los amarguillos. A Miguelito le encantó.
Justo al otro lado de la calle está el Convento dominico de San Esteban, que posee una de las portadas más espectaculares que yo haya contemplado. Es una fachada, pero en realidad es un gran retablo en piedra. Aún estaba abierto el Convento, nos pareció extraño, pero así era y pudimos entrar, incluso pudimos acceder al claustro y también sentarnos en el asiento del confesionario de Santa Teresa de Jesús o visitar la botica. El retablo mayor es simplemente espectacular.
Abandonamos tan ilustre lugar y nos sentamos a descansar y estirar las piernas en un banco de piedra junto a unos cipreses de la Plaza del Concilio de Trento. Algún amarguillo cayó en ese descanso. Retomamos fuerzas y nos dirigimos a la Catedral de Salamanca.
En las escaleras de entrada de la Catedral una actriz muy bien caracterizada estaba interpretando una obra de teatro clásico, creo que La Celestina, apenas pude escuchar unas pocas frases cuando comenzó a caminar hacia otra parte de la ciudad, que le servía de escenario.
A esa hora del día ya habíamos cumplido con creces todo lo que nos habíamos propuesto visitar en nuestra primera jornada del viaje. Todavía nos dio tiempo a rodear la Catedral, acercarnos a la Universidad, encontrar la rana más famosa de Salamanca, y fotografiarnos junto a la estatua de Fray Luis de León mientras el anochecer caía sobre nosotros. Por la calle Mayor llegamos hasta la Plaza Mayor, corazón de Salamanca. De noche la plaza iluminada con infinidad de luces nos obsequiaba con una postal verdaderamente hermosa. De ahí nos fuimos a picar algo en una de las calles perpendiculares a la Calle Mayor. Después volvimos a la concurrida Plaza Mayor que bien merecía una segunda visita nocturna. Cogimos un taxi que nos llevara al hotel, donde por fin pudimos descansar de un día tan completo.
En la plaza está el Museo de Cáceres, y en su interior el Aljibe Musulmán, y también una exposición de escultura y pintura. Nos pareció interesante visitarla. A los niños les prepararon una especie de juego con el objetivo de buscar obras y pegar unas pegatinas en un folleto donde aparecían las obras, y lo cierto es que estuvieron más entretenidos de lo habitual.
Después deshicimos nuestros pasos hacia la Plaza Mayor pero tomando otros caminos. Tanto pasear nos había abierto el apetito y fuimos a almorzar a un restaurante de la Plaza San Juan. Unos ibéricos, una torta del casar -a Sofía le encantó- , unas migas y un carne y un postre dieron buena cuenta de nuestro apetito.
Regresamos al coche y continuamos nuestro trayecto. Dos horas más tarde estábamos llegando a Salamanca. Aparcamos el coche, subimos las maletas a la habitación del hotel y salimos pitando en taxi hacia el Convento de las Dueñas, pues teníamos que entrar antes de que cerraran. Lo conseguimos.
Este convento también lo habíamos visitado Pepi y yo, y nuestro recuerdo era tan bonito que quisimos compartirlo con los niños. Les encantó al principio, luego empezaron a cansarse de mi obstinación por ver cada capitel del claustro pentagonal. Las vistas de la Catedral desde el lado noreste del claustro son inigualables. Como premio, al salir, visitamos la tienda y compramos una caja de la especialidad de las monjas, los amarguillos. A Miguelito le encantó.
Justo al otro lado de la calle está el Convento dominico de San Esteban, que posee una de las portadas más espectaculares que yo haya contemplado. Es una fachada, pero en realidad es un gran retablo en piedra. Aún estaba abierto el Convento, nos pareció extraño, pero así era y pudimos entrar, incluso pudimos acceder al claustro y también sentarnos en el asiento del confesionario de Santa Teresa de Jesús o visitar la botica. El retablo mayor es simplemente espectacular.
Abandonamos tan ilustre lugar y nos sentamos a descansar y estirar las piernas en un banco de piedra junto a unos cipreses de la Plaza del Concilio de Trento. Algún amarguillo cayó en ese descanso. Retomamos fuerzas y nos dirigimos a la Catedral de Salamanca.
En las escaleras de entrada de la Catedral una actriz muy bien caracterizada estaba interpretando una obra de teatro clásico, creo que La Celestina, apenas pude escuchar unas pocas frases cuando comenzó a caminar hacia otra parte de la ciudad, que le servía de escenario.
A esa hora del día ya habíamos cumplido con creces todo lo que nos habíamos propuesto visitar en nuestra primera jornada del viaje. Todavía nos dio tiempo a rodear la Catedral, acercarnos a la Universidad, encontrar la rana más famosa de Salamanca, y fotografiarnos junto a la estatua de Fray Luis de León mientras el anochecer caía sobre nosotros. Por la calle Mayor llegamos hasta la Plaza Mayor, corazón de Salamanca. De noche la plaza iluminada con infinidad de luces nos obsequiaba con una postal verdaderamente hermosa. De ahí nos fuimos a picar algo en una de las calles perpendiculares a la Calle Mayor. Después volvimos a la concurrida Plaza Mayor que bien merecía una segunda visita nocturna. Cogimos un taxi que nos llevara al hotel, donde por fin pudimos descansar de un día tan completo.
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