lunes, 30 de junio de 2014

Una Estrella Damm Inedit

El mejor trago de cerveza siempre es el primero, y si ese primer gran buche llega después de recorrer casi trescientos kilómetros al volante, en una tórrida tarde de verano, a través de autovías desiertas, en horizontes divididos por una larga línea gris de asfalto, con el ardiente sol como único compañero pues los demás ocupantes del coche descansan con los cuellos estirados hasta el límite de sus posibilidades, entonces, ese ansiado primer trago, se siente como el justo premio tras un cansado viaje de vuelta a casa, como un trofeo bien merecido, aunque todos sabemos que no existe mejor premio que volver sanos y salvos a casa.

Ese primer trago, en esta ocasión, ha sido de una Estrella Damm Inedit, una cerveza intensamente aromática, muy turbia y de color claro, con una espuma abundante de burbuja menuda, de ligero sabor final anaranjado y con un delicado toque alimonado que me recordó a la cerveza belga Hoegaarden Wit Blanche. Posee bastante cuerpo pero al mismo tiempo es muy refrescante y tiene sólo un 4'8 % de alcohol.

Es una cerveza que se recomienda servir en copa de vino y a una temperatura entre 4 y 8 grados -como casi siempre, vamos-. Tal y como la recomendaron me la tomé, aunque en la foto no sale la copa porque en esta ocasión la foto es un selfie, ya que estaba solo en casa.

Esta cerveza la tenía yo reservada para publicarla el día que ganáramos la estrella que hiciera pareja con aquella que ganamos hace cuatro años y que adorna las camisetas de la selección, pero como no ha podido ser, en consecuencia, como la selección, ésta también ha caído antes de tiempo.

jueves, 26 de junio de 2014

Arte callejero 27

El mundial de fútbol se está jugando en estos días en Brasil, y hay en sus calles un cierto malestar por el despilfarro incontrolado en la construcción de inmensos estadios de fútbol. Quizás organizar un mundial de fútbol hace mucho bien para un país, puede, no lo sé, pero me parece a mí que una vez más vuelve a ocurrir lo de siempre, que para que unos pocos privilegiados puedan llenarse los bolsillos, la gran mayoría tendrá que apretarse el cinturón, o lo que es peor, cerrar sus estómagos.  Esta pintada en las calles de Brasil refleja algo de lo que les digo.


miércoles, 25 de junio de 2014

41

Hoy cumplo cuarenta y un años. Ya peino canas y también arrastro un pinzamiento en la espalda, hace bastante tiempo que no me peso porque tengo la báscula rota, pero es que además tampoco tendría ganas. El asma está ahí al lado, está pendiente y me mira, pero por ahora me deja tranquilo -no todo iba a ser jodido-, el esófago de Barrett también está ahí y ese sí a veces me agarra de la garganta el muy cabrón. Los niños ocupan mucho tiempo, muchísimo y hay muchísimas cosas que quiero hacer y no puedo, bien porque no tengo plata o bien porque no tengo tiempo. La vida es estresante a veces. Además, por si fuese poco, estoy parado.

Hay días en los que creo que nada me sale bien y que no sirvo para absolutamente nada, que soy un auténtico desperdicio de persona, y que me merezco lo que tengo. Y es que, bien pensado, es posible que así sea y que me merezca tener unos niños preciosos, sanos y llenos de vida, una mujer que me adora y me cuida, un padre que tira para delante, un hermano que es un auténtico apoyo, amigos que a pesar de que me conocen, me aprecian, o al menos, me hacen creer que me aprecian. Tengo salud, por lo menos suficiente para echarme algún gusto al cuerpo, y casi diariamente agradezco esta dicha que me ocupa. Sí, pueden felicitarme si quieren.


martes, 24 de junio de 2014

La Hermandad de la Buena Suerte - Fernando Savater

Estaba con mi santa en nuestra librería habitual, mirando libros. Entonces ella, como quien no quiere la cosa, me insinuó que el Premio Planeta de ese año le podría gustar. Me acerqué a echarle un vistazo y sonreí desde la distancia  al verlo. La Hermandad de la Buena Suerte de Fernando Savater era también uno de los libros a los que yo le había echado el ojo. De manera que se lo regalé, y así maté dos pájaros de un tiro.

Luego el libro lo colocamos en la estantería, pues ambos teníamos bastantes libros pendientes de lectura, hasta que hace un par de semanas lo saqué para leerlo. Habían pasado seis añitos en los que el libro ha estado cogiendo solera en la estantería.

Fernando Savater es uno de esos escritores a los que sigo en la distancia, con atención pero sin devoción. Cuando Savater es más novelista que filósofo es un escritor tremendamente ocurrente y divertido, y en algunos matices le encuentro un punto de similitud con Eduardo Mendoza, pero no me hagan mucho caso porque soy algo intrincado cuando busco similitudes, de hecho intento evitarlas, porque luego se me aferran a las neuronas y comienzo a mezclar autores.

El libro no me encantó, la verdad, y con ello quiero decir que seguramente no lo volveré a leer, pero en cambio sí puedo afirmar que me entretuvo y que pasé un buen rato leyéndolo. En realidad más que suficiente para escapar satisfecho de la última página de una novela.


domingo, 22 de junio de 2014

Lady Agnew of Lochnaw

Aún escribí un tercer relato intentando ganar el concurso. ¿Cuál les gustó más?


No fue hasta pasado un tiempo cuando comprendí que ir de Erasmus a Edimburgo fue la mayor fortuna de mi vida.

Como yo era estudiante de Historia del Arte, cada semana mi severa tutora de Erasmus nos solicitaba una redacción sobre una obra de arte conservada en la ciudad. Como soy vago por naturaleza, siempre me decidía por la Galería Nacional de Escocia, que estaba a cuatro patadas de la universidad. Entraba en una sala, elegía rápidamente un cuadro, tomaba cuatro notas y luego en el pub, con una cerveza en los labios, desarrollaba la redacción.

Cada semana visitaba una sala distinta, pero sucedió que en la sala cuarta me enamoré. Caí rendido a los pies  de Lady Agnew of Lochnaw, o mejor dicho, de su retrato realizado por Singer.  Quedé atrapado sin remedio por la hondura de su mirada, por su elegante dejadez y por la increíble perfección de sus labios.

No podía dejar de pensar en ella, cada día pasaba horas y horas contemplándola, acompañándola. Hasta que un buen día, inesperadamente, me habló. En inglés, pero me habló. Me preguntó si no querría visitar otras salas. Y al escuchar el sensual timbre de su voz, irremediablemente me desmayé.

Desperté más tarde en un reservado, y desde antes de abrir los ojos pude reconocer su voz, una voz melosa y dulce como la mermelada. Al abrirlos, contemplé a una pelirroja de belleza rizada, vestida con el uniforme del museo, ofreciéndome su grandiosa sonrisa. Tardé en comprender que supuso que todas aquellas visitas mías a la sala cuarta eran mi extraña forma de citarme con ella, y que mi timidez me había paralizado a la hora de hablarle. Ahora es mi mujer y no hace falta que diga que le pedí la mano delante del retrato de Lady Agnew.

sábado, 21 de junio de 2014

El gnomo

Aquí os cuelgo el segundo relato que escribí.. Espero que os guste.



La ruta por Escocia de la que mejor recuerdo tengo, es aquella en la que no sé bien lo que pasó. Puede sonar a broma pero es la cruda realidad.

Hacía poco más de dos años que había conocido a mi actual mujer, Bárbara, y cuando por fin decidimos casarnos, mis amigos me organizaron una despedida de soltero en Edimburgo, asegurándome hacer honor al nombre de mi santa. En realidad organizar, lo que se dice organizar, organizaron poco. Compraron billetes de avión, alquilaron un coche y apuntaron en mayúsculas la ruta de las destilerías escocesas. Antes de poner un pie en el aeropuerto me pintaron el pelo de naranja, me pusieron una falda escocesa y una gaita bajo el brazo.

El primer inconveniente fue convencer al responsable de aduana de que yo era el mismo que aparecía en la foto del pasaporte, pero eso no fue nada comparado con el ridículo que sufrí cuando me obligaron a tocar la gaita y pimplarme un chupito de whisky escocés cada vez que alguien utilizaba el baño del avión. Hasta cuando yo iba, tenía que cumplir. Además había muchísimos niños en ese vuelo.

Una vez en Edimburgo, antes de montarme en el coche, ya me había bebido una botella de Scotch. El conductor, que era el único que no bebía, conducía alocadamente en dirección contraria, aunque no era el único, el resto de coches lo hacían también. ¡Una locura! Fuimos a una fiesta que debía ser la sede mundial de las despedidas, porque a todo el mundo le habían dado una gaita, una falda escocesa y habían pintado el pelo de naranja. También recuerdo que todos reían exageradamente cada vez que me levantaba la falda escocesa y que la mañana siguiente desperté, en un jardín, abrazado a un gran gnomo de peluche.

viernes, 20 de junio de 2014

Naranja

Escuché en la radio que regalaban en un concurso un viaje para dos personas a Escocia, o a Edimburgo -no lo recuerdo bien- y que el concurso lo ganaría aquel relato, de no más de 300 palabras, que fuese el más "original" de los que se enviaran. Fue escucharlo y se me encendieron automáticamente las ganas de viajar a Edimburgo, de manera que entre decepción y decepción de la selección española en el mundial, escribí tres relatos, y como quiera que el concurso ya ha terminado -lo ha ganado un zaragozano-, les pongo los relatos que he escrito por si quieren echarle un ojo. Éste es el primero que escribí: 



Se disputaba el mundial del naranjito en España, y Escocia acababa de ganar su primer partido por cinco a dos a Nueva Zelanda. Aquel primer partido del Mundial para los escoceses se jugó en Málaga, y mi madre, que se ganaba la vida bailando flamenco en hoteles de la Costa del Sol, aquella misma noche, quedó prendada por un pelirrojo, alto y pecoso con mirada picarona. Unas cuantas cervezas después y un romántico paseo por la orilla mediterránea fueron suficientes para que ambos se levantaran las faldas y derritieran el sofoco de su fuego bajo la atenta mirada de una Luna preñada.

Aunque preñada, en realidad, quedó mi madre y yo soy el fruto pelirrojo y pecoso de aquella victoria orgásmica. Soy también parte del equipaje que llevó en el avión que la trajo poco después a Edimburgo, donde mi padre regentaba una cervecería. Mi madre cambió el abanico y las castañuelas por servir cerveza y cocinar paella los sábados. Yo, desde hace unos años, trabajo como guía turístico y realizo una ruta literaria diaria desde el Old Town hasta la New Town.

Hace unos días conocí a mi media naranjita. Es holandesa y trabaja como profesora de español. Fue en el bar, viendo el partido entre España y Holanda. La camiseta de su equipo combinaba con el color de mi pelo y así comenzamos compartiendo unas cervezas. Después del partido ella quiso levantarme el ánimo y yo me dejé de gaitas y le quité el impermeable, miré al cielo y lucía una Luna preñada.

Me cuenta que no le importaría cambiar las tizas y las pizarras por las castañuelas y los abanicos, así que ahora estamos preparando las maletas para irnos a España, decirle bye-bye a Stevenson y que nos encuentre Holmes, si puede, en la costa malacitana.

Pd: Al menos, me consuelo pensando que lo pasé bien escribiéndolos. 

lunes, 16 de junio de 2014

Un par de silbidos

Llegara a la hora que yo llegara a casa, si veía que el balcón de su cuarto estaba abierto, significaba que podía llamarlo. Un leve silbido un par de veces era suficiente para que asomara al balcón y me dijera: ¡Ya bajo! ¡voy en un minuto!. Siempre teníamos tiempo el uno para el otro, y cuando no lo teníamos sabíamos que era porque había algo inamovible, algo verdaderamente importante, bien fueran las últimas páginas de un libro hipnotizador o la repetición de un gol en un programa deportivo. No había que ofrecer excusas porque no las necesitábamos.

Podíamos pasar horas y horas hablando de cualquier tema. Solíamos estar de acuerdo en casi todo y nuestras discusiones duraban días o semanas, hasta que de alguna manera llegábamos a un consenso común. Nos criamos uno enfrente del otro, jugábamos juntos desde incluso antes de aprender a andar. Podíamos pasar tardes y tardes juntos y no necesitábamos a nadie más. Éramos grandes amigos.

Todavía hoy, y estoy seguro de que siempre me ocurrirá, cada vez que paso junto a su balcón siento que si silbo un par de veces se asomará para decirme que baja en un minuto.


sábado, 14 de junio de 2014

Antología - José Hierro

Leer poesía se ha convertido en la mejor manera que tengo de alcanzar los dulces sueños, y no ha sido hasta hace relativamente poco tiempo cuando me he dado cuenta de ello. Llevo leyendo poesía desde muy temprana edad (en casa de mis padres abundan los libros de poesía) y sin embargo no ha sido hasta hace pocas fechas cuando he comenzado a conectar el hecho de que disfruto de dulces sueños cuando leo poesía. 

Prefiero pensar que este enlace deductivo no lo he llevado a cabo con anterioridad porque antes lo normal era caer en la golosa tibieza de los dulces sueños cada día, o mejor dicho, cada noche. Es desde hace un par de años aproximadamente que vengo sufriendo de una antojadiza y persistente cualidad para el insomnio.

Esta capacidad de mantenerme con los ojos cerrados pero con la mente despierta durante horas, produce a su vez una ansiedad por alcanzar el descanso apropiado que repercute directamente en mi organismo, presentándose en un reflujo gástrico amargo con sabor a derrota, amarga derrota. 

Al principio comencé a relacionar mi incapacidad por conciliar el sueño con la acumulación de zancadillas en lo que yo asumía como mi proyecto personal de una vida plena, o, al menos, del montón. Pero fui poco a poco intentando revertir este sentir vengativo de la vida hacia mí como una consecuencia lógica en la tortuosa corriente del río de la vida, que a veces da, a veces quita. Al mismo tiempo también pretendí relacionar el descanso físico con la falta de fatiga y por tanto, como resultado lógico, con la ausencia de sueño, pero resultó que en ocasiones los días más descansados dormía mejor y los más fatigosos pasaba la noche vuelta y vuelta, cual hamburguesa en la plancha de un chiringuito. Hasta que fortuitamente comprendí que mi insomnio respondía más a una tormenta interior que a cualquier causa exterior. Navegar en el violento temporal que se producía en mi cabeza era más pernicioso para mi descanso que cualquiera de los fastidios que el día cargaba sobre mi espalda. Para aliviar mi tempestad interior decidí pacificar mis costumbres, sanear mis actitudes y, lo más importante, blanquear cualquier pensamiento molesto y dañino de mi mente antes de dormir. En definitiva, aceptar la situación con sumisa humildad. Lo hecho, hecho está, lo pasado, pasado es, las cosas son como son y por muchas vueltas que uno le dé en la cabeza, no van a cambiar.

Para todo lo anterior la poesía es mi fórmula magistral. Mi última pócima ha sido José Hierro y les he seleccionado este poema. Que tengan dulces sueños.

El libro

Irás naciendo poco
a poco, día a día.
Como todas las cosas
que hablan hondo, será
tu palabra sencilla.

A veces no sabrán
qué dices. No te pidan
luz. Mejor en la sombra
amor se comunica.

Así, incansablemente,
hila que te hila.

José Hierro


jueves, 12 de junio de 2014

Marilyn Monroe 18

Junio. Probablemente mis mes favorito. El comienzo del verano, el fin del curso, los días más largos del año, el cielo despejado, el impecable sol, mi cumpleaños, la cercanía de las vacaciones, la cerveza fresca, los almuerzos en las terrazas y por su puesto, cada cuatro años: ¡el Mundial de fútbol! Que ruede el balón.


lunes, 9 de junio de 2014

La vida es...

Había pensado empezar esta entrada diciendo que a veces la felicidad se esconde en el fondo de una botella de cerveza, pero sopesando bien el verbo creo que quizás fuese mejor afirmar que la felicidad se muestra -que no se esconde- en el fondo de una botella de cerveza. Pero claro, con tal afirmación como comienzo de entrada, pueden ustedes llevarse la impresión de que hago apología del alcohol, o algo así, cuando en realidad yo no soy hoy en día (de otra época anterior no respondo) una persona que se pierda por las cantidades, si no más bien por las calidades. De todas formas, como a veces me cuesta tanto explicarme, y por tanto tengo que estar todo el rato dando vueltas a la misma idea, de un lado para otro, hasta intentar medianamente explicarme. Lo que yo realmente quería alcanzar a decir, si hubiese sido capaz de explicarme más allá de un comienzo de párrafo, era que: compartir unas cervezas, o un café, o un té o sencillamente un vaso de agua con unos amigos, es posiblemente una de las formas más simples de acercarse a la felicidad.

Seis personas en una terraza alrededor de una mesa, bajo el envoltorio perfecto de un cielo idílico, con un mar de fondo tiñendo el horizonte, compartiendo sus experiencias, sus recuerdos y sus deseos inmediatos, aliñando la conversación con manjares diversos, salados y dulces, es, bajo mi punto de vista, uno de los placeres más sencillos que existen. Pruébenlo, merece la pena.

sábado, 7 de junio de 2014

Find

Una de las máximas más absolutas que la vida nos enseña está perfectamente sintetizada en estas frases:


Sea lo que sea que pretendan, si lo piensan bien, seguro que tiene sus pros y sus contras, sus ventajas y sus inconvenientes, además de una buena cantidad de dificultades, contrariedades, trabas y obstáculos que salvar, pero nada de ello será al final un impedimento insalvable si es de verdad importante para ustedes. Encuentren la manera.

jueves, 5 de junio de 2014

Creadores de ilusiones

La grandes ilusiones de los individuos son  la mayoría de las veces las grandes ilusiones de las sociedades. Tendemos a sentir ilusión por comparación. Queremos tener aquello que aquel tiene, queremos hacer aquello otro que aquel otro hace, queremos ser aquello que otros son. En definitiva, queremos lo que los otros quieren, anhelamos lo que los otros anhelan, o peor aún, deseamos aquello que nos imponen que deseemos. Nos venden las ilusiones que a ellos -las grandes empresas- les interesan que tengamos, que consumamos.

Somos bombardeados tan constante y descaradamente, y por tantos medios, sobre lo que nos ha de ilusionar, que terminamos por autoconvencernos inconscientemente para tener las ilusiones que otros desean que tengamos. En mi opinión es un error tanto colectivo como personal, pero sobre todo es un error por pereza. Preferimos aceptar entre lo que se nos ofrece, que pararnos a pensar lo que realmente queremos. Caemos en nuestras ilusiones por dejadez. De pronto sospechamos, creemos o intuimos que sabemos lo que nos hace ilusión, pero si observamos un poco, probablemente será lo mismo que ilusiona a nuestro compañero de trabajo, a nuestro amigo de la infancia o a nuestra pareja. Tal vez las ganas por ser gregarios y sentirnos incluidos en una sociedad es lo que provoca esta especie de deseo común. No lo sé. Sólo sé que la mayoría de las personas cuando hablamos de nuestras ilusiones, hablamos de las mismas ilusiones que desean los que están justo al lado.

La gran diferencia de las ilusiones, por concepto, las impone nuestras necesidades. Cuando se tienen las necesidades básicas relativamente cubiertas, nuestras ilusiones son, en general, superfluas y manoseadas; en cambio, cuando las necesidades básicas no están cubiertas, o al menos no del todo cubiertas, nuestras ilusiones están totalmente enfocadas en cubrir las necesidades para alcanzar el anhelado bienestar. De manera que las ilusiones de las personas están claramente clasificadas dependiendo del estrato social en el que estén ubicadas. Piénsenlo.

Dime cuáles son tus ilusiones y te diré en qué sociedad vives.

lunes, 2 de junio de 2014

Paraíso - Alberto Moravia

Hace unos seis años, antes de viajar a Roma, acudí a mi librería habitual en busca de un libro para leer durante mi corta estancia en la capital italiana. No había encontrado por casa ningún libro que tuviera a la ciudad eterna como escenario principal, que era lo que me apetecía, pues siempre me ha agradado la idea de relacionar viajes con  libros. A mi juicio es una manera como otra cualquiera de continuar mis pasos por la ciudad una vez en el hotel, y si, como suele ocurrir, no me da tiempo a terminar el libro durante el viaje, entonces también continúo el viaje una vez de vuelta a casa, aún más. No digo ninguna tontería cuando afirmo que siento verdadero placer al revisitar en las páginas de un libro, plazas, avenidas, edificios que conozco, pero sobre todo si pocas horas antes las he contemplado.

Antes de entrar en la librería me había orientado por Internet y había tanteado autores como Umberto Eco, Cesare Pavese o Alberto Moravia, pero al final me decidí por el libro de Alessandro Baricco: Seda, el cual recomiendo ahora si no lo he hecho ya antes. Tras aquel día, martilleaba persistentemente en mi cabeza la idea de leer algún libro de los otros autores, especialmente de Pavese y de Moravia -de Umberto Eco ya había leído El nombre de la rosa (otro libro formidable)-, pero poco a poco el martilleo fue cesando y el tiempo pasando.

No fue hasta hace unos meses, cuando vi la película de Paolo Sorrentino, La grande Bellezza, que recuperé otra vez las ganas de leer alrededor de Roma. Así que ni corto ni perezoso me acerqué a la biblioteca y me traje un libro de Alberto Moravia, Il paradiso. Un libro de relatos alrededor de las mujeres. Mujeres mordaces y desdichadas, seductoras y seducidas, donde Roma -como yo soñaba- es casi un personaje más. El trastevere (donde realmente vivía Moravia), sus avenidas, algunas plazas, su tráfico, su cielo. Sí, verdaderamente Roma es el fondo que envuelve fielmente el mundo de Moravia. Buona lettura.