sábado, 21 de junio de 2014

El gnomo

Aquí os cuelgo el segundo relato que escribí.. Espero que os guste.



La ruta por Escocia de la que mejor recuerdo tengo, es aquella en la que no sé bien lo que pasó. Puede sonar a broma pero es la cruda realidad.

Hacía poco más de dos años que había conocido a mi actual mujer, Bárbara, y cuando por fin decidimos casarnos, mis amigos me organizaron una despedida de soltero en Edimburgo, asegurándome hacer honor al nombre de mi santa. En realidad organizar, lo que se dice organizar, organizaron poco. Compraron billetes de avión, alquilaron un coche y apuntaron en mayúsculas la ruta de las destilerías escocesas. Antes de poner un pie en el aeropuerto me pintaron el pelo de naranja, me pusieron una falda escocesa y una gaita bajo el brazo.

El primer inconveniente fue convencer al responsable de aduana de que yo era el mismo que aparecía en la foto del pasaporte, pero eso no fue nada comparado con el ridículo que sufrí cuando me obligaron a tocar la gaita y pimplarme un chupito de whisky escocés cada vez que alguien utilizaba el baño del avión. Hasta cuando yo iba, tenía que cumplir. Además había muchísimos niños en ese vuelo.

Una vez en Edimburgo, antes de montarme en el coche, ya me había bebido una botella de Scotch. El conductor, que era el único que no bebía, conducía alocadamente en dirección contraria, aunque no era el único, el resto de coches lo hacían también. ¡Una locura! Fuimos a una fiesta que debía ser la sede mundial de las despedidas, porque a todo el mundo le habían dado una gaita, una falda escocesa y habían pintado el pelo de naranja. También recuerdo que todos reían exageradamente cada vez que me levantaba la falda escocesa y que la mañana siguiente desperté, en un jardín, abrazado a un gran gnomo de peluche.

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