Leer poesía se ha convertido en la mejor manera que tengo de alcanzar los dulces sueños, y no ha sido hasta hace relativamente poco tiempo cuando me he dado cuenta de ello. Llevo leyendo poesía desde muy temprana edad (en casa de mis padres abundan los libros de poesía) y sin embargo no ha sido hasta hace pocas fechas cuando he comenzado a conectar el hecho de que disfruto de dulces sueños cuando leo poesía.
Prefiero pensar que este enlace deductivo no lo he llevado a cabo con anterioridad porque antes lo normal era caer en la golosa tibieza de los dulces sueños cada día, o mejor dicho, cada noche. Es desde hace un par de años aproximadamente que vengo sufriendo de una antojadiza y persistente cualidad para el insomnio.
Esta capacidad de mantenerme con los ojos cerrados pero con la mente despierta durante horas, produce a su vez una ansiedad por alcanzar el descanso apropiado que repercute directamente en mi organismo, presentándose en un reflujo gástrico amargo con sabor a derrota, amarga derrota.
Al principio comencé a relacionar mi incapacidad por conciliar el sueño con la acumulación de zancadillas en lo que yo asumía como mi proyecto personal de una vida plena, o, al menos, del montón. Pero fui poco a poco intentando revertir este sentir vengativo de la vida hacia mí como una consecuencia lógica en la tortuosa corriente del río de la vida, que a veces da, a veces quita. Al mismo tiempo también pretendí relacionar el descanso físico con la falta de fatiga y por tanto, como resultado lógico, con la ausencia de sueño, pero resultó que en ocasiones los días más descansados dormía mejor y los más fatigosos pasaba la noche vuelta y vuelta, cual hamburguesa en la plancha de un chiringuito. Hasta que fortuitamente comprendí que mi insomnio respondía más a una tormenta interior que a cualquier causa exterior. Navegar en el violento temporal que se producía en mi cabeza era más pernicioso para mi descanso que cualquiera de los fastidios que el día cargaba sobre mi espalda. Para aliviar mi tempestad interior decidí pacificar mis costumbres, sanear mis actitudes y, lo más importante, blanquear cualquier pensamiento molesto y dañino de mi mente antes de dormir. En definitiva, aceptar la situación con sumisa humildad. Lo hecho, hecho está, lo pasado, pasado es, las cosas son como son y por muchas vueltas que uno le dé en la cabeza, no van a cambiar.
Para todo lo anterior la poesía es mi fórmula magistral. Mi última pócima ha sido José Hierro y les he seleccionado este poema. Que tengan dulces sueños.
El libro
Irás naciendo poco
a poco, día a día.
Como todas las cosas
que hablan hondo, será
tu palabra sencilla.
A veces no sabrán
qué dices. No te pidan
luz. Mejor en la sombra
amor se comunica.
Así, incansablemente,
hila que te hila.
José Hierro
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