Aún escribí un tercer relato intentando ganar el concurso. ¿Cuál les gustó más?
No fue hasta pasado un tiempo
cuando comprendí que ir de Erasmus a Edimburgo fue la mayor fortuna de mi vida.
Como yo era estudiante de
Historia del Arte, cada semana mi severa tutora de Erasmus nos solicitaba una
redacción sobre una obra de arte conservada en la ciudad. Como soy vago por
naturaleza, siempre me decidía por la Galería Nacional de Escocia, que estaba a
cuatro patadas de la universidad. Entraba en una sala, elegía rápidamente un
cuadro, tomaba cuatro notas y luego en el pub, con una cerveza en los labios,
desarrollaba la redacción.
Cada semana visitaba una sala
distinta, pero sucedió que en la sala cuarta me enamoré. Caí rendido a los pies de Lady Agnew of Lochnaw,
o mejor dicho, de su retrato realizado por Singer. Quedé atrapado sin remedio por la hondura de
su mirada, por su elegante dejadez y por la increíble perfección de sus labios.
No podía
dejar de pensar en ella, cada día pasaba horas y horas contemplándola,
acompañándola. Hasta que un buen día, inesperadamente, me habló. En inglés,
pero me habló. Me preguntó si no querría visitar otras salas. Y al escuchar el
sensual timbre de su voz, irremediablemente me desmayé.
Desperté
más tarde en un reservado, y desde antes de abrir los ojos pude reconocer su
voz, una voz melosa y dulce como la mermelada. Al abrirlos, contemplé a una
pelirroja de belleza rizada, vestida con el uniforme del museo, ofreciéndome su
grandiosa sonrisa. Tardé en comprender que supuso que todas aquellas visitas
mías a la sala cuarta eran mi extraña forma de citarme con ella, y que mi
timidez me había paralizado a la hora de hablarle. Ahora es mi mujer y no hace
falta que diga que le pedí la mano delante del retrato de Lady Agnew.
No hay comentarios:
Publicar un comentario