Escuché en la radio que regalaban en un concurso un viaje para dos personas a Escocia, o a Edimburgo -no lo recuerdo bien- y que el concurso lo ganaría aquel relato, de no más de 300 palabras, que fuese el más "original" de los que se enviaran. Fue escucharlo y se me encendieron automáticamente las ganas de viajar a Edimburgo, de manera que entre decepción y decepción de la selección española en el mundial, escribí tres relatos, y como quiera que el concurso ya ha terminado -lo ha ganado un zaragozano-, les pongo los relatos que he escrito por si quieren echarle un ojo. Éste es el primero que escribí:
Se disputaba el mundial del naranjito en España, y Escocia acababa de ganar su primer partido por cinco a dos a Nueva Zelanda. Aquel primer partido del Mundial para los escoceses se jugó en Málaga, y mi madre, que se ganaba la vida bailando flamenco en hoteles de la Costa del Sol, aquella misma noche, quedó prendada por un pelirrojo, alto y pecoso con mirada picarona. Unas cuantas cervezas después y un romántico paseo por la orilla mediterránea fueron suficientes para que ambos se levantaran las faldas y derritieran el sofoco de su fuego bajo la atenta mirada de una Luna preñada.
Aunque preñada, en realidad, quedó mi madre y yo soy el fruto pelirrojo y pecoso de aquella victoria orgásmica. Soy también parte del equipaje que llevó en el avión que la trajo poco después a Edimburgo, donde mi padre regentaba una cervecería. Mi madre cambió el abanico y las castañuelas por servir cerveza y cocinar paella los sábados. Yo, desde hace unos años, trabajo como guía turístico y realizo una ruta literaria diaria desde el Old Town hasta la New Town.
Hace unos días conocí a mi media naranjita. Es holandesa y trabaja como profesora de español. Fue en el bar, viendo el partido entre España y Holanda. La camiseta de su equipo combinaba con el color de mi pelo y así comenzamos compartiendo unas cervezas. Después del partido ella quiso levantarme el ánimo y yo me dejé de gaitas y le quité el impermeable, miré al cielo y lucía una Luna preñada.
Me cuenta que no le importaría cambiar las tizas y las pizarras por las castañuelas y los abanicos, así que ahora estamos preparando las maletas para irnos a España, decirle bye-bye a Stevenson y que nos encuentre Holmes, si puede, en la costa malacitana.
Pd: Al menos, me consuelo pensando que lo pasé bien escribiéndolos.
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