sábado, 27 de diciembre de 2014

Una Grolsch

En este último viaje a Bélgica -como podrán imaginar- he paladeado varias marcas de cervezas que desconocía o que no había catado con anterioridad, y por si fuese poco, además, aparte de ésas, de vuelta a casa, con todo esto de las cenas y las comidas navideñas he sumado unas cuantas más. De manera que entre las que yo propiamente me he agenciado y entre las que me han puesto por delante en aquellas casas a las que he sido invitado, al final, tengo ya cervezas para presentar durante todo el 2015.
 
Como hay que comenzar por alguna, he decidido empezar por una de las que me puso por delante mi hermano en su casa el día de Navidad. Una Grolsch, una cerveza rubia holandesa, servida en una atractiva botella de color verde de casi medio litro (450 cl) con un tapón como el que traía La Casera. Es una cerveza suave y ligera, con un 5% de alcohol, la espuma es muy blanca y desaparece demasiado apresuradamente, pero sobre todo puedo resaltar que se bebe fácil. Al no tener un sabor muy pronunciado ni vigoroso es una cerveza ideal para lo que fue, para completar un almuerzo exquisito sin anular sabores. Si hubiese tenido más grados o un sabor con más cuerpo, probablemente hubiese atenuado el delicioso gusto del cordero que manduqué.

La foto sale algo oscura porque lucía mucha claridad detrás de mí, y no se aprecian los detalles nítidamente pero les aseguro que ese soy yo y esa es una cerveza Grolsch, y tanto la cerveza como el cordero que está en el plato acabaron juntos en el mismo sitio. Apuesten por ello.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Brujas día 2

Para nuestra segunda jornada en Bélgica habíamos pensado en visitar Brujas, ciudad que Pepi y yo ya conocíamos de nuestro viaje hace tres años, pero no nos importaba repetir en absoluto, es más, estábamos convencidos de que a los niños les iba a encantar. De manera que pusimos el despertador bien temprano para aprovechar mejor el día, y bajamos a desayunar al bufet del hotel cuando aún estaba amaneciendo. El bufet era bastante completo, aunque el café no era ninguna maravilla, en cambio, ofrecía una amplia diversidad de productos fríos.

Una vez las energías restablecidas para comenzar el día, salimos caminando en dirección a la estación Comte de Flandre, que supongo significará Conde de Flandes, o algo así, que estaba a unos 600 metros aproximadamente desde la puerta del hotel. Un paseo para calentar articulaciones. La estación es la más profunda de la ciudad, pues pasa por debajo del Canal de Charleroi. Por ella pasan la línea 1 y 5, y ambas van directamente hacia la Gare Central, que es donde nos apeamos, pues queríamos enlazar con un tren que nos llevara a Brujas.

En la bulliciosa Gare Central compramos dos billetes (los niños viajan gratis) en dirección a Ostende, que paraba en Brujas. Creo recordar que hizo un par de paradas más, una en la Gare du Nord de Bruselas y la siguiente en Gante, ciudad que también conocemos del viaje anterior, pero que en este viaje no podíamos detenernos a visitar. El tren siguió hasta Ostende pero nosotros nos bajamos en Brujas.

El tren a Brujas tarda poco menos de una hora. Es un viaje cómodo y tranquilo, aunque ese día, como era domingo y además la predicción climática era de un cielo despejado, había más gente de la que podíamos presuponer.

Brujas es conocida como la Venecia del norte, y es una ciudad verdaderamente encantadora. El entorno medieval y el perfil de sus edificios nos transportaron a un tiempo distinto, probablemente más sanguinario y bárbaro, pero que, por alguna razón que desconozco, confiere un aire soñador a nuestras miradas. Las calles empedradas, la vertiginosa esbeltez de sus múltiples torres, los rincones inesperados con vistas a los canales, el fluir calmado de los botes, los diversos olores a azúcar tostada, el eco de los cascos de los caballos llevando los carruajes turísticos... todo en general inspiraba elegancia y ensoñación. Miguel y Sofía estaban todo el tiempo boquiabiertos y a nosotros nos encantaba esa expresión en sus caras.

Desde la estación de Brujas, paseamos callejeando siguiendo el norte que nos señalaba la aguja de la torre de Nuestra Señora de Brujas, por estrechas aceras y entre hermosas fachadas de piedras pintadas de color blanco, con robustas puertas lacadas en verde o en rojo, que se combinaban con macetas del mismo color en las ventanas enrejadas. El cielo acompañaba nuestro recorrido con una luminosidad infrecuente para las fechas prenavideñas en la que nos encontrábamos. Casi por inercia nos acercamos al Begijnhof, pero antes tuvimos que detenernos a tomar café obligados por las necesidades perentorias de Miguelito, que no tenía muchas ganas de hacer un Manneken Pis en la calle con el frío que desplegaba la mañana, y menos aún con tanto turista paseando con cámaras en las manos.

Después del alto, continuamos hasta el Begijnhof y como estaba abierto pudimos entrar en él. Paseamos sosegadamente junto a sus inclinados troncos, respirando la tranquilidad de un lugar cultivado durante siglos por la laboriosidad de sacrificadas beguinas, y visitamos la iglesia del convento. A la salida nos embelesamos con las cautivadora escena de los cisnes sobre el canal. Una mujer que traía una gran bolsa de pan para alimentar a los cines y patos les dio a Sofía y a Miguel una buena cantidad de pan y ellos lo pasaron en grande echándosela. Algunos turistas fotografiaban la escena que protagonizaban nuestros niños, pero nosotros simplemente disfrutábamos de ella.

Tras deambular durante un buen rato de una esquina a otra de la plaza frente al Begijnhof, regresamos por donde habíamos venido y pasamos de nuevo por la Iglesia de Nuestra Señora de Brujas, rodeándola y pagando la entrada para visitarla. Dentro está una de las obras maestras de Miguel Ángel, Madonna y niño, y también el soberbio cuadro Los siete dolores de María atribuido a Adriaan Isenbrandt. Tras la visita  continuamos hacia la Catedral de San Salvador giramos a la derecha, hacia el canal, donde hay una parada para coger los barcos turísticos de la ciudad. Los niños estaban entusiasmados con la idea y decidimos que era un buen momento para hacerlo.

El paseo el barco duró alrededor de media hora, y recorre gran parte de los rincones más bellos de Brujas. El guía hablaba algo de español y como sabía que lo éramos, explicó todo lo que supo y pudo para nosotros. Fue un paseo muy agradable excepto por el frío que hacía a la intemperie del barco al nivel del agua del canal. Al finalizar el paseo turístico estábamos helados y sólo se nos ocurrió hacerle frente cobijándonos en un restaurante para almorzar.

Nos dirigimos hacia la Grote Markt, que estaba ambientadísima, pues habían instalado un mercadillo navideño con una pista de hielo para patinaje. Sin pensárnoslo mucho entramos en Le panier d'Or, que es un restaurante situado en uno de los laterales de la misma plaza, que ya conocíamos también de nuestra anterior visita a Brujas. El ambiente en el interior era espléndido. Los camareros iban de un lugar para otro alzando bandejas con grandes copas de cervezas, la decoración elegantemente navideña, el bullicio de los comensales, la chimenea en una esquina del salón principal calentando el espacio, todo en conjunto daba un aire acogedor al restaurante que era una delicia para nuestros sentidos. La animación y alegría de la escena redondeaba y agrandaba nuestras sensaciones. Disfruté enormemente ese almuerzo: los mussels y la Karmeliet Tripel que saboreé. Un recuerdo magnífico.

Salimos del restaurante con la intención de contemplar la plaza pausadamente, fotografiándonos desde casi cualquier ángulo posible, intentando enmarcar dentro del objetivo a la octogonal torre Belfort, o campanario medieval, y al extraordinario mercado cubierto.

La noche comenzaba a desplegar su manto y la atmósfera navideña aún destacaba más con la generosa iluminación de la plaza. Entre los múltiples puestos instalados en la plaza, se encontraban varios que vendían wafels artesanos (gofres), cuyo olor prácticamente envolvía a toda la localidad, y como habíamos decidido no tomar postre en el restaurante, para saborear, una vez más, los riquísimos wafels, nos pusimos en cola para esperar nuestro turno.

Seguidamente entramos en el mercado cubierto para subir a su amplia terraza, que nos sirvió de balcón para contemplar desde una altura mayor toda la grandeza de la plaza. Volvimos a la plaza y después de pasear distraídamente alrededor de ella, salimos en dirección al Ayuntamiento de Brujas, edificio gótico del siglo XV situado en la Plaza Burg, donde también se encuentra la Basílica de la Santa Sangre, cuya fachada debe ser un verdadero orgullo para toda la ciudad. Abandonamos la plaza por el Callejón del asno ciego y cruzamos a la derecha, justo antes del Mercado del pescado, contemplando el irregular perfil de los tejados y la constante línea de agua sobre las fachadas que dan a los canales, mareados por el síndrome de Stendhal fuimos poco a poco abandonando la ciudad en dirección a la estación, donde tomamos el tren de vuelta a Bruselas.

El tren estaba abarrotado de gente y hubo personas que no se pudieron sentar y tuvieron que hacer el viaje de pie, pero nosotros tuvimos suerte y encontramos asiento para todos, aunque no estuvimos juntos. Llegamos a Bruselas y desde la misma estación de tren tomamos un metro que nos llevó a la Plaza de St Catherine, donde estaba instalado el mercado de navidad más grande de Bruselas y también una noria inmensa. Paseamos y recorrimos todo el mercado y tras mucha insistencia de los niños decidimos montarnos en la noria. Pepi no es una gran amiga de los vaivenes y yo, la verdad, tampoco soy muy amigo de las alturas, pero a pesar de nuestra poca predisposición, aceptamos montarnos. Desde lo alto de la noria se disfruta de unas vistas inigualables, aunque Pepi no las disfrutó porque se tiró las tres vueltas con los ojos cerrados, asustada y temblando de frío.

Al bajar compramos unas salchichas y unas frites, que es como llaman allí a las patatas fritas que sirven en cartuchos, y con eso no despedimos de una jornada extenuante. Paramos un taxi y regresamos al cálido descanso que nos ofrecía la habitación del hotel.



miércoles, 24 de diciembre de 2014

Feliz Navidad Cervecera

Quería desearos unas cibernéticas Felices Fiestas y también una espumosa Feliz Navidad, y no se me ha ocurrido mejor manera para hacerlo que compartiendo con vosotros esta magnífica publicidad.

Deseo que tengan unas felices fiestas...

lunes, 22 de diciembre de 2014

Joe Cocker

Esta tarde, entre celebraciones de premios de lotería y casi con la boca pequeña, en el noticiero radiofónico colaron la noticia de que hoy había fallecido de un cáncer de pulmón y a la edad de 70 años el cantante británico Joe Cocker. Para ustedes Joe Cocker quizás era simplemente el cantante de voz ronca que cantaba aquella canción que tanto se utilizaba para los stripteases, o tal vez, si peinan bastantes canas, uno de aquellos melenudos que pisó el escenario de Woodstock con canciones que han pasado y ganado su lugar con el paso de los años. Un nombre más en una larga lista de cantantes.

Para mí, Joe Cocker fue esa voz desgarrada y explosiva que me arrancó del influjo pop, en busca de otros horizontes musicales. Cuando yo era aún un adolescente aborregado y los cuarenta principales eran todavía mi mayor influencia musical, un buen día un tema muy olvidado de Joe Cocker, You are so beautiful, incluido en una de aquellas recopilaciones de canciones de amor, se cruzó en mi vida. Fue, durante un largo y caluroso verano, la banda sonora de mi día a día. Aquella canción sonaba repetida y cansinamente en el radiocasette portátil que teníamos en casa. Aquella canción y la voz de Joe Cocker fueron como el envoltorio del primer amor de mi vida.

Me recuerdo tumbado en la cama, con la mirada perdida en cualquier punto difuso de la pared encalada, perdido en mis ensimismamientos, embobado, con aquella canción sonando de fondo, sonando una y otra vez, hasta que la cinta se acababa, y yo, como extasiado, seguía con media sonrisa boba en la boca, cantando la canción a pesar de que la música se había detenido.

Luego llegaron más canciones, y casi sin darme cuenta, poco a poco fui comprándome y haciéndome con una buena discografía del cantante nacido en Sheffield. Cada cierto tiempo publicaba un disco que incluía alguna canción que me obligaba a sacar la cartera, pese a que yo en aquellos tiempos no andaba sobrado de plata.

Otra de las canciones de Joe Cocker que tienen un marcado sentido en mi vida es With a little help from my friends cuya razón ya expliqué aquí hace unos años. Hoy me vuelvo a acordar de mi amigo Lolo, y también de mi madre, cuya ausencia tanto echo de menos en estas fechas. Por una causa o por otra Joe Cocker me ha acompañado en momentos significativos de mi vida, y ahora que nos deja, siento que algo de mí también se va con él. Al menos, siempre me quedará su música.

Esta versión en directo de You are so beautiful tiene tanto sentimiento que es imposible no amarla.




domingo, 21 de diciembre de 2014

Bruselas día 1

Bruselas es la capital de Bélgica y una ciudad maravillosa, cosmopolita, situada en pleno corazón de Europa, epicentro de la Unión Europea y desde este pasado fin de semana el destino hacia el cual mi santa, nuestros hijos, Sofía y Miguel, y yo, realizamos nuestro primer viaje juntos al extranjero.

Así es, el sábado, poco antes de las diez de la mañana embarcábamos en un avión de Ryanair con dirección al aeropuerto de Zaventem, o Bruselas internacional, con la intención de disfrutar de nuevas experiencias. La primera para los niños fue coger un avión, su primer vuelo. Sin embargo, Miguel, el chiquitín de seis años y dos meses, parecía haberlo vivido todo con anterioridad, o al menos eso es lo que él quería hacernos creer. Quería ser el primero en subir por la escalera del avión y en buscar asiento, así como abrocharse el cinturón de seguridad del asiento del avión, porque según afirmaba "el listillo" ya sabía, a pesar de que nunca se había montado en uno. Evidentemente necesitó ayuda.

Nada más subir al avión, lo primero que hizo fue asomarse a la cabina, aunque en realidad andaba buscando el servicio, pero ya que estaba allí, entró y saludó al piloto. Al servicio fueron ambos unas cuantas veces, consecuencia directa a que no paraban de beber, porque como no consiguieron dormir ni un solo minuto, pues comenzaron a aburrirse, y ya se sabe que nada hay para vencer el sueño y el aburrimiento como estirar las piernas en un paseo, aunque sea corto.
 
Justo después del aterrizaje bajamos a la planta inferior del aeropuerto, donde está la estación ferroviaria, y donde tomamos el tren que  nos llevaría en apenas quince o veinte minutos a la Gare Central de Bruselas. Desde allí tomamos un taxi que nos llevó al hotel.

Una vez instalados en la habitación 202 del Meininger Hotel, nos abrigamos voluminosamente y salimos a almorzar algo, porque entre unas cosas y otras ya eran más de las tres de la tarde, y a esa hora, por muy expectante que esté uno por vivir nuevas experiencias, difícilmente consigue engañar al estómago. Así que sin perder mucho el tiempo comimos algo rápido en un turco que estaba cerca del hotel. Mi gran decepción fue cuando le pregunté qué cervezas tenía y me dijo que no vendía cerveza de ningún tipo. No me lo podía creer, y en un primer instante pensé que era broma, pero en cuanto comprendí que no bromeaba, blasfemé hacia mis adentros en arameo. Pero como no hay nada que pueda torcer la rígida voluntad de un hombre tozudo cuando a éste se le mete algo en la cabeza, le pregunté si tenía algún inconveniente a que se bebiese alcohol en su local y me dijo que no, que simplemente no tenía licencia para vender alcohol, entonces le pedí permiso para comprarme una cerveza fuera y llevarla a su local, y en cuanto me contestó que no le importaba, mic mic, salí por la puerta y regresé con mi adorado tesoro antes de que me sirviera el kebab sobre la mesa. Cerveza que ya presentaré, en su debido momento, en este blog.

Una vez relleno el depósito nos acercamos al metro, y compramos un billete válido para diez viajes en la estación Bourse, que era la que teníamos más cercana, y desde allí nos dirigimos a la parada de Maelbeek, la estación más cercana al Museo de Ciencias Naturales de Bruselas, nuestro primer objetivo. No disponíamos de mucho tiempo así que aceleramos el paso todo lo que pudimos, cortamos por el Parque de Leopold, para llegar con suficiente tiempo para visitar el Museo. Miguel disfrutó muchísimo viendo los huesos de los mismos dinosaurios que él tiene como juguetes. Andaba maravillado por el tamaño mastodóntico de los dinosaurios, y como el museo a esa hora estaba prácticamente desierto, les daba la impresión de que, de un momento a otro, los dinosaurios iban a tomar vida, como en aquella película que vimos los cuatro juntos en casa no hace mucho, Noche en el Museo.

Cuando nos echaron del museo paramos un taxi que nos llevó hasta la Gare Central, desde donde iniciamos nuestra primera visita por el centro. La primera parada fue la Galería Royal Saint Hubert, donde aún estaban muchas tiendas abiertas. Atravesamos la galería de principio a fin, fascinados por los engalanados escaparates de las tiendas y por la elegante y lujosa decoración de su cúpula de cristal. Abandonamos la galería por el otro extremo y paseamos callejeando hacia De Brouckere, y continuamos en espiral hasta finalmente caer en el encanto magnético de la Grand Place. A mi juicio una de las plazas más bellas que he visitado.

En el centro de la plaza, junto a un magnifico árbol de navidad, decorado con espejos, como extasiados, disfrutamos de la contemplación de la armonía de la fachadas y de la fastuosidad de sus detalles ornamentales. Por si fuese poco, además, durante las fechas navideñas, en la plaza se lleva a cabo un espectáculo de luces y sonido verdaderamente deslumbrante, con un juego sincronizado de música y luz que provoca una sensación casi indescriptible. Precioso.

Después de tan extraordinario goce nos dirigimos no muy lejos de allí, hacia la plaza donde está situado el Manneken Pis, sin antes dejar de acariciar la brillante y gélida superficie de Everarad t'Serclaes, que te concede, según cuenta la leyenda, la posibilidad de regresar algún día de nuevo a Bruselas. A nosotros, por ahora, se nos ha cumplido una vez. Veremos la segunda.

El Manneken Pis estaba desnudito a pesar de la fría temperatura que climatizaba los exteriores de Bruselas, y como siempre que hemos pasado junto a su rechoncha figura estaba rodeado de turistas disparándoles flashes con sus cámaras. Nosotros no fuimos menos y también le flasheamos en su eterna meada.

Junto al Manneken Pis están situados varios de los mejores locales de venta de gofres que hay en la ciudad y el estimulante olor que desprenden abren el apetito de mala manera, así que sin pensárnoslo mucho nos dirigimos, lo más directo que supimos, hacia el mercado navideño que habíamos visto horas antes frente al majestuoso edificio de la Bourse. Allí, entre los numerosos puestos navideños que hay provisionalmente instalados, tomamos unas salchichas deliciosas y también, como postre, un gofre que mi santa y mi hija tanto anhelaban. Miguel y yo compartimos uno y no crean que salí ganando, pues Miguelito comió más que yo.

La noche cada vez parecía desplegarse más fría y húmeda sobre nosotros, por lo que decidimos encaminamos hacia la Boursplein donde sabíamos que había una parada de taxi. Tuvimos suerte pues había un taxi allí esperándonos. Miguel y Sofía estaban encantados de volver en taxi y no tener que dar un paso más.

En aquellos momentos pocas cosas podíamos encontrar más reconfortantes que la calidez de una habitación de hotel tras una jornada de turismo por una ciudad centroeuropea en un gélido mes de diciembre. Un buen baño caliente, un pijama suave y un colchón grato son los ingredientes apropiados para un descanso recuperador. Sofía, además, estaba encantada con la posibilidad de dormir en la parte alta de una litera. Su primera vez. Yo también estaba recreándome ante la idea de que esa noche, por primera vez, iba a dormir en un edificio, el cual, hace no tantos años, era una fábrica cervecera.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Rock and a hard Place - The Rolling Stones

Hoy es el cumpleaños de Keith Richards, guitarra principal y carismática de The Rolling Stones desde 1962, cuando tenía apenas 19 años. Setenta y un años se echa ahora a la buchaca. Pellejoso, ojeroso, artrítico, excéntrico y exadicto -que se sepa- a diversas sustancias. Según mi santa es también uno de los hombres más feos del mundo. Cuestión de gustos. Lo que es seguro es que es un grandísimo guitarrista, capaz de poner su sello en todo lo que toca. No hace falta verle, ni conocer una canción suya para saber que lleva su golpe de muñeca. A mi juicio no es un guitarrista virtuoso pero, en cambio, tiene un sentido increíble de la cadencia de melodías.

Este blog y el que lo maneja, es decir yo, le desea desde aquí que sea feliz y que nos deje un buen puñado de canciones. Que demuestre de la mejor manera que sabe que sigue teniendo mecha. Les cuelgo una de esas canciones que llevan la marca registrada de Keith.



viernes, 12 de diciembre de 2014

Escabullirse de la monotonía

Huir de la pesarosa rutina diaria es tanto un deseo como una necesidad. Eludir los habituales quehaceres cotidianos y las tareas repetitivas, escapando, aunque sólo sea una pequeña porción de tiempo, de la realidad cíclica de los días es uno de los regalos más jugosos de la vida. Conseguir librarse de los horarios extenuantes, de las responsabilidades, de la sensación insistente de que una vez tras otra los días se repiten, puede ser tan necesario como el agua para saciar la sed.

Por eso, cada cierto tiempo uno ha de buscar una alternativa a la monotonía, un cambio liberador, un giro vital breve, casi insignificante, pero que en cambio puede significar una satisfactoria y reconfortante liberación.

Llevarlo a cabo es tan complicado como sencillo, tan imposible como real, tan fácil como hacer camino al andar. Sólo hay que quererlo de verdad, el resto es cuestión de prioridades. Piénsenlo bien.


lunes, 8 de diciembre de 2014

Magia en la sala

Hacía bastante tiempo que mantenía bien marcado en el calendario que este último y largo fin de semana se estrenaba la última película de Woody Allen, Magia a la luz de la Luna. De manera que con un poco de suerte, y sobre todo, gracias a la disposición de mi hermano y su santa, pudimos mi señora y yo escaparnos a ver la película al cine.

No es la mejor película de Woody Allen pero me agradó. Los diálogos son ágiles y la trama, que al principio me pareció ir demasiado ligera, en un determinado momento se calma. Los personajes al principio me parecieron clichés ya demasiado manoseados en el cine y la literatura, pero conforme el metraje va avanzando sus estereotipos se van relajando y uno va tomando cariño a los personajes, a pesar de que ellos se enfrentan en la pantalla, defendiendo cada uno una percepción o teoría completamente distinta de la vida. El guión, como suele ocurrir en el cine alleniano, va girando y dando vueltas sobre una misma idea desde varios puntos de vista, dejando que el espectador tome partido, para que una vez que lo haga, lo ponga en evidencia una vez más.

Me divertí bastante, en algunas escenas, no pude evitar reír desencajadamente, que a fin de cuentas es la esencia del cine. El conjunto formado por el guión y las interpretaciones -especialmente la de Colin Firth-, la estupenda y romántica fotografía que ofrece la Costa Azul francesa unido a la banda sonora, provocan que, en conjunto, la película resulte ser un fresco divertimento.

Pasen a verla y no se arrepentirán.

viernes, 5 de diciembre de 2014

El secreto de Christine - Benjamin Black

Mi amigo Miguel hace tiempo me recomendó que leyera a John Banville, de manera que apunté el consejo en la escuálida memoria flash que padezco y me puse manos a la obra. Banville me llevó a Benjamin Black, seudónimo negro del mismo autor y en las navidades pasadas le pedí a mis Reyes Magos particulares su primera novela negra, El secreto de Christine, la iniciática entrega del melancólico patólogo irlandés, Quirke. Un personaje del que uno se enamora sin remedio, más por lo que piensa que por lo que hace y dice.

Según parece (aún no he leído el envés y el revés del mismo autor) Banville es un reposado e inspirado creador, mientras que Black es un afanoso y perseverante obrero. En cualquier caso, después de rescatar la novela de la larga fila que le adelantaba, he comenzado por el eficaz operario y puedo decir que antes de terminar el segundo capítulo ya estaba agenciándome la segunda entrega.

La novela está situada en el Dublín de los años cincuenta, y es tremendamente adictiva y elegante, a veces  triste, a veces tierna, con un soberbio humor irónico y casi siempre perjudicial para mi salud, porque leyendo sus páginas he sentido, en más de una ocasión, el irremediable impulso de acompañar la lectura con un Glengoyne de 12 años que atesoraba entre el resto de licores. Brindo por ello.

Una vez terminada la novela, no sé si prefiero seguir leyendo a Benjamin Black o saltar a John Banville. Mientras me decido leeré otra cosa, aunque no puedo evitar tener la mente ocupada desentrañando cuál será mi próxima elección. ¿Banville o Black?
 

jueves, 4 de diciembre de 2014

Marilyn Monroe 24

Aunque de un modo tardío y perezoso el otoño va poco a poco desplegando sus gélidas maneras sobre los días. Los árboles, con ayuda del viento, se han ido desprendiendo casi inadvertidamente del verdor apagado con el que postreramente se engalanaban. Sobre los tejados de las casas las chimeneas expiran su cálidez interior y los puestos de castañas asadas les acompañan desde las esquinas, en un respirar denso y liviano al mismo tiempo. Mientras, las personas vamos de un lado a otro con las manos en los bolsillos, refugiándonos bajo las voluminosas prendas de abrigo, que otorgan un sentido desgarbado y pesado a nuestro caminar. Definitivamente ya ha llegado el día de sacar los abrigos de los armarios.