En este último viaje a Bélgica -como podrán imaginar- he paladeado varias marcas de cervezas que desconocía o que no había catado con anterioridad, y por si fuese poco, además, aparte de ésas, de vuelta a casa, con todo esto de las cenas y las comidas navideñas he sumado unas cuantas más. De manera que entre las que yo propiamente me he agenciado y entre las que me han puesto por delante en aquellas casas a las que he sido invitado, al final, tengo ya cervezas para presentar durante todo el 2015.
Como hay que comenzar por alguna, he decidido empezar por una de las que me puso por delante mi hermano en su casa el día de Navidad. Una Grolsch, una cerveza rubia holandesa, servida en una atractiva botella de color verde de casi medio litro (450 cl) con un tapón como el que traía La Casera. Es una cerveza suave y ligera, con un 5% de alcohol, la espuma es muy blanca y desaparece demasiado apresuradamente, pero sobre todo puedo resaltar que se bebe fácil. Al no tener un sabor muy pronunciado ni vigoroso es una cerveza ideal para lo que fue, para completar un almuerzo exquisito sin anular sabores. Si hubiese tenido más grados o un sabor con más cuerpo, probablemente hubiese atenuado el delicioso gusto del cordero que manduqué.
La foto sale algo oscura porque lucía mucha claridad detrás de mí, y no se aprecian los detalles nítidamente pero les aseguro que ese soy yo y esa es una cerveza Grolsch, y tanto la cerveza como el cordero que está en el plato acabaron juntos en el mismo sitio. Apuesten por ello.
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