lunes, 26 de diciembre de 2011

El mundo según Barney

Cuando una película te mantiene desde el principio hasta el final anclado en el fondo del sofá con los párpados abiertos, a pesar de las horas acumuladas de sueños descontados, a pesar del cansancio de la brega continua con los niños en el quehacer diario. Cuando una película consigue esa sensación de que más de dos horas pasan pareciendo escasos minutos. Cuando varios días después de verla todavía vuelven a nuestra mente escenas de la película. Cuando te metes tanto en el personaje de la película que consigue hacerte sentir, de alguna manera, identificado con alguien completamente distinto a ti, distinto a lo que eres y distinto a lo que has sido y a lo que probablemente nunca serás, pero que a pesar de todo, te identificas, y sufres con él. Y sientes como tuyos sus momentos de rabia, de pena, de orgullo, de alegría...

Cuando una película consigue todo eso, automáticamente deja de ser una simple película para pasar el rato a algo mucho más grande, más complejo, que es sentir que vives otras vidas y que eres el protagonista de otras vidas. Cuando eso ocurre, digo, habría que darle las gracias a todos y cada uno de los que han trabajado para convertir tu tiempo en esa sensación inexplicable para mí de regocijo interior, que sólo ocurre en contadas y escogidas ocasiones, pero que gracias al cine, al gran cine, a veces, sólo por eso -piensas- ya merece la pena vivir.

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