Cuando yo era un adolescente rebosante de energía, en las sofocantes tardes de verano, solía encerrarme en mi habitación, agarraba unos buenos auriculares que enchufaba al equipo de música, con un cable suficientemente largo, me acercaba a la estantería donde yo atesoraba una buena colección de cds de rock, elegía uno, lo introducía en el equipo, subía el volumen a tope, y le daba el play. Entonces se obraba el milagro.
Dejaba de ser un niñato con pretensiones de guitarrista a pasar a ser el verdadero amo del rock. Un Dios de la guitarra, el rock galopaba por mis venas. No paraba de dar saltos tocando mi guitarra imaginaria, con los ojos cerrados, haciendo como que cantaba, con los brazos tocando la batería o lo que hiciera falta.
Puedo asegurar que muchas, muchísima de las veces que pulsaba ese manoseado play, lo hacía con los discos de Living Colour. Con ese "semidiós" que era -y en parte sigue siendo- para mí Vernon Reid.
Hoy es viernes, disfruten de buena música.
Quien no hizo nunca lo que describo arriba, no vive la música.
Dejaba de ser un niñato con pretensiones de guitarrista a pasar a ser el verdadero amo del rock. Un Dios de la guitarra, el rock galopaba por mis venas. No paraba de dar saltos tocando mi guitarra imaginaria, con los ojos cerrados, haciendo como que cantaba, con los brazos tocando la batería o lo que hiciera falta.
Puedo asegurar que muchas, muchísima de las veces que pulsaba ese manoseado play, lo hacía con los discos de Living Colour. Con ese "semidiós" que era -y en parte sigue siendo- para mí Vernon Reid.
Hoy es viernes, disfruten de buena música.
Quien no hizo nunca lo que describo arriba, no vive la música.
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