No recuerdo si les he confesado que uno de mis momentos preferidos del día es la caminata matutina que doy hacia el trabajo. Sé que así expuesto puede sonar raro, incluso masoquista, pero verdaderamente lo siento de esa manera.
Diariamente para ir al trabajo cumplo el mismo ritual. Desde que cierro la puerta de casa, hasta que abro la puerta de la oficina. Mientras bajo en el ascensor desde mi piso hacia el portal, voy colocándome los auriculares, enchufando la clavija en el ipod y seleccionando la musiquita que me apetece oír esa mañana. Al salir del portal pongo el dedo sobre el símbolo de play, y comienza el viaje.
Durante ese paseo, no existe nadie, nada me molesta, voy a mi ritmo, camino simplemente disfrutando del paisaje, especialmente el que el cielo me ofrece, pues soy bastante propenso a estar en las nubes, particularmente si el día está nublado. Cuando el día es ventoso son las hojas de los árboles las que agitan sus ramas al ritmo que marca mi ipod. Toda una danza improvisada para mí. Un placentero y admirable espectáculo que a veces me entran ganas de aplaudir.
Esta agradable visión, unida a la música que he seleccionado, a todo volumen, es el mejor antidepresivo que conozco del mundo.
Ponte los auriculares, sube el volumen.
Ignora el mundo.
Ignora el mundo.
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