El lunes pasado caí en la tentación de tomarme el primer mantecado y el primer rosco de Navidad. No era mi intención. No lo busqué. No estaba previsto. Pero tampoco lo evité. Caí sin más, porque sí, como quien no quiere la cosa. Terminé de almorzar en casa de mis padres, mi madre me preguntó si quería un café de sobremesa, dije que sí, y mi padre, ni corto ni perezoso colocó delante mía una canastilla de mantecados y roscos de vino. !Ea¡ Sin mediar palabra. Ahí queda eso. Tú mismo. Lo miré, me miró, y en su risueño rostro interpreté un: es lo que hay. Si quieres coges, y si eres capaz no.
De camino al trabajo vi como varios operarios estaban colocando las luces navideñas por las calles, y yo, como contagiado por un extraño alivio, paseaba sonriendo.
De camino al trabajo vi como varios operarios estaban colocando las luces navideñas por las calles, y yo, como contagiado por un extraño alivio, paseaba sonriendo.
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