domingo, 19 de agosto de 2012

Un martes de agosto en Madrid

El martes era el día que habíamos elegido para visitar el Museo Thyssen, pero antes, por la mañana, teníamos decidido realizar otras visitas que quedaron pendientes de anteriores escapadas a Madrid. Desayunamos los típicos churros madrileños con chocolate en la primera cafetería cerca del hotel y una vez cargado el tanque nos pusimos en marcha.

La primera visita que teníamos planeada era la del Monasterio de las Descalzas Reales que aunque llegamos pronto, ya estaba abierta y estaban todos los grupos de visitas guiadas de la mañana repartidos, de manera que nos quedamos sin poder verla por la mañana. Nos dijeron que podríamos intentarlo de nuevo a las cuatro de la tarde, pero no nos cuadraba, porque nuestra idea era ir a la exposición de Hopper esa misma tarde. Así que la dejamos para el miércoles, que nos aseguraron que estaría abierta durante la mañana. Entonces intentamos visitar otra Iglesia que está por allí cerca, la Iglesia de San Antonio de los Alemanes, que según dicen es preciosa.

Buscamos la iglesia y tras cruzar cuatro calles, diez esquinas y cuarenta prostitutas, porque Madrid, todo hay que decirlo, si no sabes evitarlo cuando callejeas, tiene más prostitutas que esquinas, dimos con ella, a pesar de que en ningún sitio, después de rodearla completamente, fuimos capaces de encontrar ninguna indicación, ni advertencia que anunciase que tal iglesia era. Evidentemente, si no existía ningún cartel, pueden suponer que tampoco había horario ni calendario, ni información ninguna. Nada de nada. Preguntamos a un hombre que regentaba una frutería justo en frente de la que supuestamente era la puerta principal de la iglesia. Nos dijo que esa era la iglesia que andábamos buscando y que esa era precisamente la puerta principal y que abriría sus puertas -aunque no lo aseguraba- probablemente a las once o las once y media. Decidimos esperar. El tiempo pasó, llegó las once y media y no llegó nadie. Esperamos quince minutos más y preguntamos a una mujer que decía que abría a las doce, que era la hora de la misa. La mujer nos trasmitió más confianza, de manera que decidimos esperar otro rato más. Por si fuese poco, se daba la particularidad de que posiblemente era la única iglesia en todo Madrid que no tenía cerca una cafetería donde poder esperar descansando los pies. No hace falta decir, porque supongo que imagináis, que esperamos y que media hora después tampoco vino nadie a abrir las puertas, ni para dar misa ni para recibirla. Así que con todo el dolor de nuestros corazones le dijimos hasta nunca a la iglesia que dispone de peor información que jamás haya visto yo.

Nuestro siguiente destino programado era el Templo de Debod hacia el que nos dirigimos, con el único inconveniente de que estaba a más de media hora caminando. Cruzamos de nuevo cuatro calles, diez esquinas y cuarenta prostitutas, porque Madrid, hay que repetirlo, si no sabes evitarlo cuando callejeas, tiene más prostitutas que esquinas. Así que dejando la Gran Vía atrás y la Plaza de España llegamos al Templo de Debod. Menos mal que tuvimos una suerte extraordinaria con el clima en Madrid, y más sabiendo aquello de que Madrid tiene nueve meses de invierno y tres de infierno, porque para nuestra fortuna la brisa era agradable y la temperatura más primaveral que veraniega. En ningún momento de nuestra estancia en Madrid pasamos calor.

Qué decir del Templo de Debod, pues que ni fu ni fa, es algo que ves una vez y ya la has visto para toda la vida y, en mi opinión, suficiente que es. Lo mejor de toda la visita es la profundidad de las vistas de los Jardines del Moro que se pueden contemplar desde la parte trasera del Templo en un día claro y límpido como el que tuvimos.

Con tanta espera frente a la iglesia y tanto paseo, teníamos los pies machacados y decidimos realizar la vuelta al centro en taxi, que fue una decisión bastante acertada a la par que descansada, y es que teníamos ante nosotros la ilusionante perspectiva de toda una tarde de paseo por el Thyssen.

El taxi nos dejó en la Calle Mayor, a la altura de la Plaza de la Villa, donde a escasos metros realizamos las compras de regalos para los niños. Continuamos hacia la Plaza Mayor intentando encontrar mesa en uno de los restaurantes castizos que por allí se encuentran. Tomamos ensaladilla rusa, huevo estrellados con patatas y jamón y callos madrileños. ¡Todo muy rico!

Volvimos callejeando por la Calle Toledo hacia la Calle Atocha dirección al hotel para soltar los regalos, cambiar los zapatos de Pepi y visitar la exposición. No voy a escribir mucho sobre ella pues me voy a poner pesado, y eso es algo que no deseo. Sí que puedo recomendar no visitar la exposición de Hopper sin visitar la obra expuesta de manera permanente en el Thyssen, porque cada vez que lo visito vuelvo a maravillarme de las obras que encierra. Una visita obligada para todo el que visita Madrid y tiene cierta inquietud por la pintura.

Volvimos del museo dirección al hotel y decidimos cenar en una de las terrazas que hay junto a la plaza de Jacinto Benavente, que a aquellas horas estaba muy ambientada. Pudimos comprobar cómo la gran mayoría de la gente se dirigía hacia la zona de La Latina, donde estaba celebrándose la tradicional fiesta madrileña de la Verbena de La Paloma.

De camino del restaurante hacia el hotel paramos en la heladería Häagen Dazs para tomar dos helados y seguidamente fuimos a descansar al hotel, pues había sido una jornada larga e intensa, pero sobre todo "pintoresca".

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