Hoy era el cumpleaños de mi madre. Éste es el segundo cumpleaños suyo en el que no puedo felicitarla, en el que no está, y no puedo evitar entristecerme al pensar en ella. Pero la vida sigue y así debe ser. Mi hijo pequeño de cinco años que estaba loquito con su abuela apenas se acuerda de ella, mi hija que sí se acuerda me dice que ya no recuerda su voz y supongo que poco a poco irá olvidándola también, aunque hoy, gracias a la tecnología, siempre les quedarán los vídeos y la fotografías para recordarla.
Pero la vida sigue, y pasarán los años y los niños crecerán y se acordarán cada vez menos de su abuela y llegará el día en el que me pregunten por ella con más curiosidad que con pena. Y eso en realidad será bueno. ¿Para qué necesitan pasarlo mal? Sin embargo yo no la olvido, ni lo pretendo, al contrario, quiero recordarla. Para mí es muy sencillo. Cada vez que miro a mi niño veo en su rasgos a mi madre, en mi hija está su forma de hablar, incluso su dulzura y su curiosidad. Gran parte de lo soy, de mi comportamiento, de mi forma de ser, se lo debo a ella y otra parte de lo que mi madre era está en mis hijos, por eso puedo sentir vivamente que ella está aún presente con nosotros y espero que siga toda mi vida. Gracias de nuevo por estar ahí, mamá.
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