Por las noches, después de acostar a los niños, cuando la casa parece un desordenado remanso de paz, si nos da tiempo solemos ver una película, pero si no disponemos de suficiente tiempo para ver un largometraje, porque se nos haría demasiado tarde y al día siguiente siempre nos espera una fatigosa jornada, entonces, en esos casos, vemos una serie. Últimamente -como ya he contado por aquí- estamos enganchados a Mad Men. El jueves pasado terminamos de ver la segunda temporada, emitida en el verano de 2008. Trece capítulos por temporada y cada capítulo una duración aproximada de 45 minutos que se hacen cortos. Muy cortos.
Don Draper es el protagonista principal de la serie. El típico hombre hecho a sí mismo, triunfador, elegante, atractivo, con una bella esposa, una pareja de niños maravillosos, una hermosa casa con jardín y un flamante coche nuevo. El sueño americano. Sin embargo, Don oculta un pasado turbio, que todos -incluida su mujer- desconocen. Un pasado que le mortifica y que nubla su éxito personal. Un hombre que cree en pocas cosas salvo en sí mismo, pero que poco a poco, según avanza la serie, irá sorprendiéndonos.
Don Draper: Un caballero no hace lo que quiere ni lo que siente, hace lo que debe.
Ya anda lista la tercera temporada por el salón de casa.
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