Cuando uno comienza a soltar las amarras de un molesto contratiempo de salud, un catarro mal tratado, o una gripe inoportuna y siente que inicia ese proceso de recuperación del fastidioso estado de las convalecencias, en ese momento, casi paralelamente, comienza a sentir una positiva energía vital, algo así como un renacer de sensaciones que últimamente se habían visto afectadas. Recuperar las ganas por volver a hacer lo que a uno le gusta, pero que en ese fatigoso infraestado de deterioro se veía imposibilitado para llevarlo a cabo, es una sensación placentera que, aunque no compensa completamente lo sufrido, al menos sí que recompensa en parte algo del oscuro e incómodo encierro.
He vivido este redespertar de sensaciones como un nuevo aprendizaje, lo he observado con minuciosidad y satisfacción. Lo he hecho, primero, porque eran las evidencias iniciales de mi recuperación, y segundo porque uno no tiene siempre la posibilidad de disfrutar de cosas tan simples como respirar hondo, recuperar el apetito, el equilibrio o simplemente recrearse al beber un vaso de agua. Es un proceso de beneficio personal difícilmente comparable, casi único.
Soy consciente que todo lo escrito aquí puede sonar simple y hasta infantil, es cierto, lo sé, puede que sí, pero ¿qué mas da? Es así como lo he sentido. No quisiera ni imaginar lo que tiene que sentir una persona que vive la muerte de cerca debido a una enfermedad como un cáncer o un infarto y consiga afortunadamente superarla. La superación de una enfermedad que te puede tumbar y llevar por delante debe cambiar radicalmente la vida de una persona. Me refiero a que desde ese momento, inevitablemente, debe ver las cosas de otra manera. No sé si mejor o peor, pero diferente.
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