domingo, 6 de abril de 2014

Una docena

Es domingo y hace una mañana luminosa y absolutamente cautivadora. Un día perfecto para pasear la sonrisa junto al mar, y más tarde, cuando el apetito ya pellizque, refrescar el gaznate con una buena jarra rebosante de cerveza fresca en la terraza de un ristorante italiano, junto a una mesa con mantel rojo a cuadros.

Tal día como hoy, hace doce años, llovía -¡vaya si llovía!-, esa noche los truenos mantenían mis ojos abiertos y la cabeza preocupada. Llovía de lo lindo y yo había lavado el coche de mi padre el día anterior con tanto esmero como creo que no lo había hecho nunca. No desayuné apenas, no tenía apetito. Leí la prensa, escuché algo de música, fui de aquí para allá, más impaciente que nervioso, y me di un baño largo. Me afeité con exagerado cuidado y me puse el traje. Como seguía lloviendo, y ya había decidido ir a la iglesia andando, mi madre se agarró a mi brazo y salimos a la calle bajo un inmenso paraguas blanco. A pesar de la lluvia manteníamos la sonrisa. Íbamos camino de mi boda.


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