Este pasado sábado fui con mi santa y los niños a una finca que alquilamos entre varios amigos para que los pequeñajos de todos pudiesen disfrutar juntos de un día de campo. Una piscina y una amplia zona al aire libre completaban la finca para que los mininos desfogaran adrenalina a espuertas. Los padres también disfrutamos de nuestra buena cuota de placer. Pasamos la tarde con cervezas frescas en las manos y muchas risas junto a una barbacoa dando brasa a carne en la parrilla. Jalando a dos manos, vamos. Un buen plan.
El único pero -por poner un pero- es que hizo bastante viento y el coche, al terminar, estaba harinado completamente; bueno en realidad el coche y todos los que allí estuvimos, especialmente los niños, que no pararon de corretear de un lado para el otro en todo el día.
A la mañana siguiente salí con el coche a comprar pan y unos churros con chocolate, y mientras me tomaba el café esperando los churros en la cafetería, cayeron cuatro gotas desde un cielo cerrado y ceniciento, que fueron suficiente para poner el coche hecho un primor. Al volver lo dejé en el garaje que daba asco verlo.
Después del desayuno intenté leer un libro que tengo que leer para el curso que estoy recibiendo de inglés. Digo intenté porque con los niños en casa es prácticamente imposible concentrarse en hacer nada. Cuando no es por una cosa es por otra. El caso es que siempre tengo a uno de los dos a mi alrededor intentando llamarme la atención para jugar o para quejarse del otro, de manera que no tuve más remedio que desistir del intento de leer.
Entonces mi mujer me apuntó que estaba lloviendo de lo lindo, me asomé a la ventana y mientras observaba el agua lavando las calles se me ocurrió una idea... minutos más tarde estaba yo tranquila y plácidamente sentado leyendo el libro de Jane Austen con vistas al Mediterráneo, dentro del coche, mientras aquella lluvia salvadora me lavaba el coche gratuitamente.
El lavado duró tres capítulos de Orgullo y prejuicio, perdón, de Pride and prejudice.
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