El sábado por la mañana desperté con el cuerpo algo entumecido y los ojos me lagrimeaban de manera anormal, pero no quise hacerme caso, no le di importancia. Salí a comprar el pan para el desayuno y sentí un temblor interior que achaqué a las cuatro gotas que estaban cayendo y al frío matinal. Un café caliente acompañado con el pan recién hecho parecieron mitigar cualquier desajuste de mi organismo.
Decidí salir a hacer la compra antes de que el supermercado se abarrotase, como suele ocurrir todos los sábados. Al regresar coloqué la compra realizada en su lugar, y mientras mi mujer limpiaba la casa, hice las tres camas. Poco después vino mi padre a acompañarnos en el almuerzo. De primero una crema de calabacín y de segundo fritura malagueña, regada con una buena cerveza. Para chuparse los dedos. Yo pasé del postre.

Ahora, aun lejos de estar bien, comienzo a tener ganas de leer.
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