Continuando con mis lecturas de poemas en esta ocasión elegí, en la estantería de poesía de la biblioteca, al premio Nobel de Literatura español Vicente Aleixandre. Ya había leído algunos poemas suyos en alguna que otra antología poética, y por supuesto también en Internet, pero todo siempre resultó muy azaroso y desperdigado, por eso esta lectura de una antología personal la acogí como el paso necesario para adentrarme, de una vez por todas, en el surrealista mundo del poeta sevillano.
Los poemas de Aleixandre son para mi gusto demasiado largos. No suelo encontrarme cómodo entre poemas extensos, quizás puedan tacharme de holgazán, lo entendería, pero es así como sucede, no llego a disfrutar de un poema que se alarga más allá de unos cuantos versos. En poemas de larga distancia me pierdo (supongo que será un problema de concentración). El caso es que la gran mayoría de los poemas de Aleixandre son, para mi gusto, inacabables. Y aunque algunos de ellos eran buenos, la mayoría me resultaron demasiado, cómo decir, demasiado esotéricos e inasibles. El surrealismo tan personal del autor tal vez está demasiado apartado de mi mente disciplinada, y muchos de sus poemas caminaban a un paso distinto del mío. Ellos galopaban y yo trotaba.
Pero en algunas ocasiones sus verbos y mis tiempos coincidieron. Este poema es uno de ellos:
El sueño
Hay momentos de soledad
en que el corazón reconoce, atónito, que no ama.
Acabamos de incorporarnos, cansados: el día oscuro.
Alguien duerme, inocente, todavía sobre ese lecho.
Pero quizá nosotros dormimos… Ah, no: nos movemos.
Y estamos tristes, callados. La lluvia, allí insiste.
Mañana de bruma lenta, impiadosa. ¡Cuán solos!
Miramos por los cristales. Las ropas, caídas;
el aire, pesado; el agua, sonando. Y el cuarto,
helado en este duro invierno que, fuera, es distinto.
Así te quedas callado, tu rostro en tu palma.
Tu codo sobre la mesa. La silla, en silencio.
Y sólo suena el pausado respiro de alguien,
de aquella que allí, serena, bellísima, duerme
y sueña que no la quieres, y tú eres su sueño.
en que el corazón reconoce, atónito, que no ama.
Acabamos de incorporarnos, cansados: el día oscuro.
Alguien duerme, inocente, todavía sobre ese lecho.
Pero quizá nosotros dormimos… Ah, no: nos movemos.
Y estamos tristes, callados. La lluvia, allí insiste.
Mañana de bruma lenta, impiadosa. ¡Cuán solos!
Miramos por los cristales. Las ropas, caídas;
el aire, pesado; el agua, sonando. Y el cuarto,
helado en este duro invierno que, fuera, es distinto.
Así te quedas callado, tu rostro en tu palma.
Tu codo sobre la mesa. La silla, en silencio.
Y sólo suena el pausado respiro de alguien,
de aquella que allí, serena, bellísima, duerme
y sueña que no la quieres, y tú eres su sueño.
Vicente Aleixandre
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