Desperté preguntándole a mi mujer sobre la evolución del dolor de garganta que la mantiene extrañamente callada. Ya estaba mejorando -me informó- y afortunadamente parecía no estar tan afectada como el día anterior; nada más levantarme me asomé a la ventana preocupado por las desorientantes formas que tienen últimamente las mañanas de presentarse, puede que llueva, puede que no (para mí no es ningún problema, pero cuando tienes que llevar a dos niños andando al colegio, créanme, la cosa cambia). Seguidamente, mientras preparaba el Colacao de los niños, sonó el teléfono: una nueva sobrina acababa de llegar a la vida: Laura. ¡Enhorabuena papis! Desde la noche anterior, cuando la madre rompió a aguas, estábamos trastocando todo lo que mi mujer y yo teníamos planeado para ese día, porque queríamos ir a ver a la nueva renacuaja de la familia y también felicitar a los padres.
En nuestro recién nacido cambio de ideas -nunca mejor dicho- comeríamos cualquier cosa en casa y después de bañar a los niños tiraríamos para Málaga para ofrecerle a Laura la posibilidad de agarrarnos con su delicada manita nuestro inmenso meñique, y una vez en Málaga, también podríamos visitar a otro recién nacido: Gabriel ¡Enhorabuena papis! también a vosotros por lo que os correponde (a las mamás siempre algo más que a los papás). Y es que pensábamos conocer a Gabriel el fin de semana pasado, pero yo estaba enfermo en cama, y después lo intentamos el miércoles, es decir, ayer, pero mi santa estaba en cama. Hoy iba a ser el día. Pepi había mejorado y podríamos ir aunque ella no se acercase mucho.Todo parecía ir sobre ruedas, pero, inesperadamente, Miguel, nuestro hijo de cinco años, vomitó el Colacao. Nuestras caras mudaron en una palidez seca. No pasa nada -nos dijimos- algunas veces ocurre y no es síntoma de nada más. Además él se sentía con ganas de ir al colegio, de manera que si tiene ganas, pa'lante.
La nueva distribución del día había cambiado completamente debido a lo que podríamos llamar El efecto Laura. Anulamos algunas actividades de los niños para esa misma tarde, mis clases de inglés, el partido de pádel (total, todo indicaba que iba a estar lloviendo). Y nos sentíamos satisfechos por lo bien que habíamos organizado todo para poder escaparnos por la tarde para conocer a Laura y Gabriel.
Una llamada del colegio a media mañana retorció y resquebrajó todos nuestros planes. Miguel estaba malo, vomitando y con un fuerte dolor de barriga. Consecuencia: no podríamos ir a Málaga a conocer a los bebés y también, por contra, yo podría asistir a inglés y también al pádel. Mi hija a sus clases pero Miguelito no, evidentemente.
De manera que me tomé el almuerzo con más calma. Ya no había tanta prisa ni tantas urgencias para salir corriendo. Llevaría a Sofía a pádel y después tiraría para el inglés y seguidamente a mi partido de pádel. Pero, para rizar el rizo, se puso a llover, por lo que todavía me tendría que dar menos prisa, porque ya no tendría que llevar a Sofía al pádel, cuando en ese justo momento dejó de llover. ¿Qué hacer?, ¿volverá a llover o no?
Mientras Miguel seguía devolviendo todo lo que entraba en su boca, aunque fuese un simple sorbo de agua. Seguía sin llover. Así que corre que te pillo para el pádel de Sofía. A las clases sólo acudieron tres alumnos, y los dos profesores, claro. Resultó ser una de las mejores y más divertidas clases de su vida. ¡Qué feliz estaba! Al mismo tiempo Miguel seguía empeorando, cada vez más lacio y pálido. Mi mujer me llamó al teléfono: debemos llevarlo a urgencias.
Nuevo cambio de planes. Ahora tendría que dejar de ir a inglés por esa tarde, de manera que informé por whatsapp a los compañeros porque probablemente no me iba a dar tiempo de regresar a la hora. En ese justo momento comenzó a llover. Tendría entonces que descartar el pádel. Ya empezaba a estar harto, llevaba toda la tarde que si sí, que si no, que si voy, que si no voy. ¡Cielos!
A Miguel le pusieron una inyección para cortarle los vómitos y le mandaron un suero para comenzar a ingerir. No hicimos cola ni en urgencias ni en la farmacia, y encontrar aparcamiento fue sorprendentemente fácil y cercano. Todo fue como la seda. Visto y no visto. Sofía merendó en el coche y volvimos a casa con tiempo suficiente como para que yo pudiese asistir a las clases de inglés. A esas clases de inglés de las que me había pasado todo el día ausentándome sin conseguirlo.
Al final asistí, pero hasta que no me vi sentado en la silla en el interior del aula, pensé que algo iba a ocurrir, cualquier cosa, lo que fuese. Estaba tan acostumbrado a zigzaguear durante toda el día, que me vi conduciendo con el volante agarrado con las dos manos esperando que cualquier inoportuno contratiempo pudiera suceder.