sábado, 1 de febrero de 2014

Ganándose el pan

Esta mañana me acerqué al rastro de Fuengirola. Normalmente voy al rastro con la intención de estirar las piernas, respirar aire fresco y, si hay suerte, traerme lecturas para alimentar mis insaciables neuronas. No siempre encuentro libros que me interesen pero siempre vuelvo con aire fresco en los pulmones y algo de mi desgana paseada y distraída.

Hoy he tenido suerte y he comprado cinco libros, todos ediciones de bolsillo, y todos por tres euros en total. Una novela larga de Marguerite Yourcenar (Opus nigrum), una novela corta de Antonio Orejudo (Ventajas de viajar en tren), un libro de poesía de Miguel Hernández (El hombre y su poesía), un cuento de José Saramago (El cuento de la isla desconocida) y el último, un libro de Franz Kafka que aúna tres de sus cuentos o relatos (La metamorfosis -que ya he leído antes pero que quizás vuelva a leer-, La condena y Carta al padre).

Ya ven que leer, si no se es muy tiquismiquis, no es tan caro, a pesar de Wert. Otra cosa distinta es cuando sólo se pretenden leer novedades. En ese caso la solución está entre elegir euros o biblioteca. Depende del apetito de cada cual.

Pero lo que yo venía a contarles hoy es que estando en el rastro cada equis metros te encuentras a alguien intentando ganarse el pan con la música. Hay veces que ese alguien lo intenta haciendo versiones jazz con una guitarra o un acordeón, hay quienes se montan un espectáculo indio tocando en directo canciones que luego venden en su propio cd, o personas que acompañan con su voz una grabación instrumental. Cada cual se gana el pisto como puede. Los que a mí más me gustan son aquellos que a base de talento y poco más se buscan su propio rollo. No hace falta mucho, sólo lo básico: buenas maneras, muchas ganas, un buen toque y echarle rabia al asunto. Hoy me encontré con un hombre agarrando una guitarra, una armónica pegada a los labios y algo parecido a un cruce entre maracas y panderetas en las botas. Todo muy simple y natural, casi rústico.  Poco más.  Un par de amplificadores, una voz sintetizada, algo para refrescar los labios y cerrar los ojos y dejarse llevar.

Al pasar, mi hijo con sólo cinco años se detuvo con la boca abierta. Había visto actuar a dos o tres músicos en las rotondas anteriores pero sólo con éste se detuvo a escucharlo. Entonces me dijo que por qué no le dábamos una moneda. Se la di para que la acercara. Un euro. No estoy para mucho más, pero aplaudir, aplaudimos como los que más.

Aquí les cuelgo unos vídeos que grabé con el móvil. Perdonen la calidad pero es que tenía a un niño de cinco años todo el rato tirándome de la pierna.







Pd: Tengo reservada la etiqueta de Arte callejero para las pintadas adornando las tristes paredes de este mundo, pero no he podido obviarla para esta entrada. Esto es Arte callejero nunca mejor dicho.

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