miércoles, 5 de febrero de 2014

La aventura matinal

Aún no había sonado el despertador de mi señora -yo no uso- y desde la cama, bien abrigado, podía escuchar nítidamente el repiqueteo de las gotas de lluvia sobre la persiana del balcón del dormitorio. En unos pocos minutos me tendría que levantar, duchar, vestir, desayunar y bajar andando al centro, y desde mi cálida inmovilidad no paraba de darle vueltas al calzado que debería usar.

Todos los zapatos que tengo resbalan sobre un piso mojado. Cada vez que llueve y salgo a la calle caminando y tengo que bajar la larga cuesta hacia el centro, me juego el pellejo. Me ponga lo que me ponga en los pies, pero si además he de sostener un paraguas en una mano, mi equilibrio parece resentirse y el paseo se convierte en una auténtica aventura.

Antes de salir del portal ya pude advertir que el trayecto iba a ser duro. Hacía demasiado viento como para llevar el paraguas abierto, aún así lo intenté, pero enseguida tuve que desistir. La lluvia caía poderosa e inclinada, en el sentido de mi itinerario, desde delante hacia detrás, obligándome a cerrar los ojos. Introduje el auricular en el iphone y me puse el Adagio para cuerda de Albinoni (el día anterior lo había escuchado parcialmente en clases de inglés y me entraron ganas), aunque quizás debí haber puesto la famosa canción utilizada por Hitchcock en Psicosis. Se podía mascar la tragedia, pero la suerte estaba echada. Me imaginaba a mí mismo como esos saltadores de esquí que bajan veloces por una rampa de nieve antes de dar el gran salto. Yo no sé patinar pero bajé al centro como un primerizo con patines en una pista de hielo. Logré llegar entero al centro, aunque en un par de ocasiones me vi más como una sombrilla rota arrojada al suelo que como un bípedo normal. 

Temiendo estoy la próxima vez.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Great!!!!