Opino que la vida de las personas es una sucesión de errores y aciertos, y que dependiendo de como encajemos dichos errores o afrontemos nuestros aciertos, tendremos la posibilidad de ser felices, infelices o medianamente (in)felices.
Adosado a este pensamiento siempre me viene a la cabeza la escena de un boxeador recibiendo puñetazos, esquivándolos de vez en cuando, pero sobre todo encajando golpes, uno tras otro, con las piernas abiertas intentando mantener el equilibrio y sudando la gota gorda. Golpes atacándole el costado, golpes en el mentón, en los riñones, en definitiva, recibiendo hostias por doquier. Pero aún así, a pesar de encajar tantos golpes, manteniéndose de pie y soportando el chaparrón.
En dichos combates a veces le tumban y aun así en ocasiones encuentra fuerzas y ganas y tiempo para levantarse y continuar, y se prepara de nuevo para volver a recibir más golpes, uno tras otro, y tal vez aún sea capaz de soltar un buen gancho e incluso de levantar los dos brazos en señal de triunfo. Otras veces cae y ya no se levanta, decide que su capacidad para recibir puñetazos se agotó y que hasta ahí llegó su lucha, que ya ha entregado toda su energía en el ring y que a partir de ese momento se va a dejar llevar y permitirá que le recojan y le tumben sobre una camilla y le lleven dondequiera que le tengan que llevar. Ha tirado la toalla.
Pero de todas las imágenes que me vienen a la cabeza en este cruel y brutal combate, la que más me irrita y consterna es la ausencia de árbitros. No hay nadie que detenga la pelea si le pegan una patada en sus partes, ni nadie que expulse aquel que le golpeó por detrás, o que impida que salte otro púgil más al cuadrilátero para golpearle violentamente. Hay reglas, por supuesto, pero no todos las cumplen. Hay quienes se saltan las reglas y a pesar de ello, o quizás, más bien debido a ello, consiguen ganar la pelea.
Nadie les dijo que iba a ser fácil, y probablemente tampoco les debieron decir que sería justo. Es así. No hay vuelta atrás. De manera que pónganse los guantes, el protector dental y salgan a luchar y si son capaces golpeen fuerte y luchen en este combate antes de que suene la campana.
Adosado a este pensamiento siempre me viene a la cabeza la escena de un boxeador recibiendo puñetazos, esquivándolos de vez en cuando, pero sobre todo encajando golpes, uno tras otro, con las piernas abiertas intentando mantener el equilibrio y sudando la gota gorda. Golpes atacándole el costado, golpes en el mentón, en los riñones, en definitiva, recibiendo hostias por doquier. Pero aún así, a pesar de encajar tantos golpes, manteniéndose de pie y soportando el chaparrón.
En dichos combates a veces le tumban y aun así en ocasiones encuentra fuerzas y ganas y tiempo para levantarse y continuar, y se prepara de nuevo para volver a recibir más golpes, uno tras otro, y tal vez aún sea capaz de soltar un buen gancho e incluso de levantar los dos brazos en señal de triunfo. Otras veces cae y ya no se levanta, decide que su capacidad para recibir puñetazos se agotó y que hasta ahí llegó su lucha, que ya ha entregado toda su energía en el ring y que a partir de ese momento se va a dejar llevar y permitirá que le recojan y le tumben sobre una camilla y le lleven dondequiera que le tengan que llevar. Ha tirado la toalla.
Pero de todas las imágenes que me vienen a la cabeza en este cruel y brutal combate, la que más me irrita y consterna es la ausencia de árbitros. No hay nadie que detenga la pelea si le pegan una patada en sus partes, ni nadie que expulse aquel que le golpeó por detrás, o que impida que salte otro púgil más al cuadrilátero para golpearle violentamente. Hay reglas, por supuesto, pero no todos las cumplen. Hay quienes se saltan las reglas y a pesar de ello, o quizás, más bien debido a ello, consiguen ganar la pelea.
Nadie les dijo que iba a ser fácil, y probablemente tampoco les debieron decir que sería justo. Es así. No hay vuelta atrás. De manera que pónganse los guantes, el protector dental y salgan a luchar y si son capaces golpeen fuerte y luchen en este combate antes de que suene la campana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario