viernes, 7 de febrero de 2014

Puntos en común

Ella abrió el laptop para buscar una palabra perdida en la conversación, y él la observó con agrado, medio curioso y medio dubitativo, mientras saboreaba un café sobre el que había vertido demasiada azúcar, preguntándose qué hacían los dos allí juntos compartiendo un idioma que a ambos les era ajeno. La tarde estaba comenzando a desfallecer y continuaron intercambiando frases, y entre las frases, las historias de sus vidas. Algunos proyectos realizados, algunos detalles de un pasado inmediato, como pinceladas imprecisas que resumen los días vividos, corrigiéndose el uno al otro, intentando mejorar y compartir definiciones aprendidas.

Más tarde bajo una lluvia grácil él se dirigió solo hacia la inauguración de una exposición de grabados a la que había sido invitado. Cuando llegó la sala estaba abarrotada, pero no había nadie conocido, lo que le permitió dedicarse a contemplar con tranquilidad obra tras obra. Al rato fueron llegando las caras conocidas y fueron mezclándose con las caras nuevas, así como las risas de todos, y tras compartir impresiones de cada obra, juntos abandonaron la exposición raptados por la sed, y en el único local que vieron abierto, junto a la estación del tren, saborearon unas cervezas y la noche fue envolviendo aquel día tan civilizado. El alcohol y el arte siempre mezclaron bien en las conversaciones.

De camino a casa, pasada la media noche, en la radio contaban las desgracias diarias: la falta de entendimiento entre gobernantes, la ganas de enfrentar ideas religiosas, de dividir estados, de buscar puntos de fuga en lugar de hallar los infinitos puntos en común que compartimos cada uno de nosotros, gritos de mujeres con sus hijos muertos en los brazos, atentados terroristas por las diferencias. Lo complicado que parece dar la mano y lo sencillo que resulta dar la espalda. El mundo -pensó- contiene demasiados idiomas que las personas no están dispuestas a compartir. Una lástima.


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