domingo, 27 de julio de 2014

Una Carlsberg

Acabábamos de ganar el Mundial de Sudáfrica apenas unos pocos días antes y todavía ganaríamos una Eurocopa más dos años después, pero yo aún lo desconocía.  Yo estaba todavía flotando en mi nube futbolística cuando mi santa y yo volamos a Lisboa. La capital portuguesa ardía en calor y yo tenía que detenerme para sofocar las calores cada pocos pasos, casi en cada esquina de manzana. Y es que lo confieso: me gusta más sentarme en una terraza que a un niño un silbato. En cada terraza una bebida. A veces un café con hielo, otras un refresco gaseoso con mucho hielo, una horchata o una granizada, pero lo más común es una cerveza bien fría.

En ocasiones el sol pellizcaba tanto que a uno no le quedaba más remedio que parapetarse en un interior atendido por una máquina climatizadora. Cambiábamos una mesa de terraza por una mesa junto a una amplia cristalera, pero el servicio que solicitábamos seguía siendo el mismo. Alguna bebida fresca. En este caso, como se ve en la foto, me pimplé una Carlsberg, una cerveza que no necesita presentación, aunque mucha gente desconoce que es una cerveza de origen danés. La cerveza Carlsberg es una lager, que en realidad es un tipo de fermentación de la levadura, es decir, de fermentación baja, que la mayoría piensa que se llama así porque es un tipo de fermentación situada en la parte baja del fermentador, pero que en realidad hace referencia a que es un tipo de fermentación a temperaturas bajas. Lo que ocurre, según he ido averiguando con el paso del tiempo, que la fermentación a bajas temperaturas provoca una fermentación en el fondo del fermentador, ya que en realidad es allí, en el fondo del fermentador, donde están los hongos que soportan las menores temperaturas.

No me enrollo más y les digo que la cerveza Carlsberg es una cerveza muy suave, de tan sólo un 4,9 %, muy fresca y con un sabor, a mi juicio, muy light, quizá demasiado. Sin embargo, no está mal para una día de playa o de turismo soleado, pero no es una cerveza que acompañe normalmente ninguna de mis comidas, le falta cuerpo y sabor de fondo.


sábado, 26 de julio de 2014

Arte callejero 28

Las pintadas a gran escala suelen impresionar por su tamaño y también por las posibilidades que su amplia extensión proporcionan. Una pintada en una pared que ocupe todo un lado de un edificio, o de varias fachadas, ofrecen, evidentemente, más posibilidades de expresión que una puerta, por poner un ejemplo. Las posibilidades imaginativas de un graffitero pueden hacernos jugar, en ocasiones, con el entorno, hasta el punto de integrarse o incluso modificarlo y hacernos ver que se muestra más de lo que en realidad hay, y que lo que vemos es otra cosa distinta a la realidad original.  Un buen trampantojo puede engañarnos hasta el punto de no saber identificar ni diferenciar lo real con lo imaginario. Lo pintado con lo auténtico. No sé si me explico.


miércoles, 23 de julio de 2014

Ventanas de Manhattan - Antonio Muñoz Molina

Llevo algo más de un par de semanas paseando por Nueva York. Bueno, en realidad, el que paseaba, y bastante más que un par de semanas, era Antonio Muñoz Molina, pero yo, como una sombra, le he ido siguiendo los pasos. He perseguido, en las páginas de su libro Ventanas de Manhattan, sus visitas a las bibliotecas o a las librerías de viejo, así como sus largas caminatas junto al río Hudson, y he disfrutado también de su tierna y complacida mirada sobre el reverdecer de los árboles o como su entrenada mirada crítica enfocaba en el detalle que le había pasado desapercibido en un cuadro muchas veces contemplado con anterioridad. También me ha ido introduciendo, noche tras noche, en un submundo musical jazzístico que yo desconocía, o por lo menos, en el que no me había introducido tan vívidamente. Me presentó algunos de sus amigos y me mostró las mejores vistas desde las elevadas viviendas de estos en el alto Manhattan.

En más de una ocasión, cuando caminaba distraídamente hacia cualquier sitio, confieso que eché mano al bolsillo y me quedé con las ganas de echar una moneda, como él hizo, a algunos de los artistas callejeros que tanto empeño muestran en hacer bien lo que hacen y, en cambio, tan invisibles parecen para el resto de los transeúntes, aunque tal vez no tanto como los andrajosos indigentes que hacen suyas algunas esquinas de la ciudad donde se parapetan de la extrema crudeza del invierno neoyorquino.

Muñoz Molina me ha servido de cicerone en los distintos barrios de la ciudad, señalándome sus dispares diferencias, pero también sus múltiples similitudes. Le escuché contarme con estupor, cómo algo tan sólido como las Torres Gemelas, el World Trade Center neoyorquino, símbolo de la vertiginosa ascensión americana, pasó a ser humo y cenizas en una abrir y cerrar de ojos, y de cómo aquel dramático acontecimiento, compungió las noches de millones de personas incluso mucho más allá de sus fronteras. 

Pero de todos su capítulos, los que más me complacían, eran aquellos en los que me hablaba de arte, del arte vivido al natural, de primera mano, cuando dialogaba sobre arte, su arte, directamente con los creadores, en sus estudios y lugares de trabajo, y allí, rodeado completamente del fondo de la creación artística, analizaba o interpretaba, bajo qué complicados y enlazados procesos, algo tan despojado de virtud artística como puede ser un tubo de escape, o trozos de una escaleras de incendios, termina en el mismo corazón de una obra de arte.

Después de leer el libro sé que si alguna vez tengo la suerte de visitar Nueva York, no visitaré la misma Nueva York que he leído en las páginas de este libro, pero estoy seguro de que después de leerlo mi visión de Nueva York estará de alguna manera afectada por los días que Muñoz Molina paseó por sus aceras. 

domingo, 20 de julio de 2014

15.000

Hoy es un día especial para mí, pero a primera hora de hoy nadie lo sabía, de hecho ni siquiera yo. Fue asomarme al móvil y encontrarme con una aviso de felicitación que yo mismo me programé hace unos cuantos meses. Me explico mejor:

Estaba yo un buen día buscando cualquier tontería por Internet y caí en lo que se llama un contador de fechas, que es algo así como un lugar donde pones dos fechas y te dice cuantos días, o años o segundos hay entre ellos. Entonces se me ocurrió consultar cuanto tiempo llevaba yo en esto de la vida, con la sorpresa de que no me quedaba mucho para cumplir 15000 días. ¡Guau! -pensé-, tengo 41 años y no volveré a cumplir otros 15000 días hasta que llegue a los 82. ¡Eso hay que celebrarlo! Si todo el mundo festejamos el paso de 365 días después de nuestro nacimiento, ¿por qué no puedo celebrar mis 15000 días, si es mucho más especial? Además de porque es mucho más complicado llegar hasta los 15000 días, todavía lo es aún más saber qué fecha es y acordarse, por eso y porque como soy un asiduo usuario de las tecnologías tontorronas decidí que ya que debo ser uno de los pocos que cumple 15.000 días y además es consciente de ello y para más inri cae en domingo, pues no tenía más remedio que celebrarlo a lo grande.

Para empezar he salido con mi santa y los diablos a desayunar a la calle: churros con chocolate. Seguidamente hemos puesto dirección a la playa, donde me he tumbado bajo la sombrilla todo lo corto y ancho que soy a leer una voluminosa novela que me tiene agarrado del flequillo, pero antes de tumbarme reservé mesa en el chiringuito, porque, ya saben, había que celebrarlo. Para empezar un espeto de sardinas  y después una paellita para los cuatro, todo bien regado con cerveza abundante y para terminar un café como a mí me gusta. Pero como dicen que lo correcto es acabar con un sabor dulce, pusimos rumbo a mi heladería favorita y refresqué mi sed con una horchata helada. ¡No hay nada mejor que celebrar con la gente a la que quieres las pequeñas tonterías de la vida!

Bueno, ahora, en cuanto les deje, ya que nadie se ha acordado de mi día especial, creo que voy a regalarme algo por Internet. ¡Ja!

viernes, 18 de julio de 2014

Lecciones

Últimamente la vida se ha puesto a darme lecciones, a enseñarme. Se ve que cree que me hacían falta unas cuantas cosas por aprender y ha decidido darme clases particulares intensivas, y la verdad, enseñar enseña, pero gasta unas maneras demasiado bruscas para mi gusto.

Algo de culpa es mía, soy consciente, porque los que me enseñan cada día a través de ella son mis niños, de los que, aunque parezca mentira, uno aprende a diario. Ellos -se supone- son una causa directa de mis voluntades y por eso no puedo lavarme las manos con alivio. En cuanto al resto de lecciones, amigos míos, me siento absoluta y completamente irresponsable. Si acaso, en algunas circunstancias, me achaco falta de reacción e incluso debido a ello algo de desgana, pero poco más.

Hoy se casa mi padre, ¿quién me lo iba a decir? Esta frase hace dos años era un absoluto absurdo. Ni se me pasaba por la cabeza, ni a mí ni a nadie, pero la vida, como ya he dicho, se ha dedicado caprichosamente a revolotearnos la vida a algunos, sin avisar ni dar tiempo para prepararse, si es que hubiese alguna forma efectiva de prepararse. Por eso ayer, cuando escuché esa manoseada y cansina frase de que nada es imposible, me acordé de esto que les cuento.

Ando molesto y preocupado ante el desconocimiento de cuál será su próxima lección, aunque, sinceramente, desearía que me dejara un largo tiempo de vacaciones.

miércoles, 16 de julio de 2014

Président

Hace tiempo que no les coloco uno de esos anuncios que no necesitan mucha explicación y que, sin embargo, dicen mucho más de lo que muestran. Así que como no hay mucho más que explicar que ustedes no puedan deducir por sí mismos, les coloco un anuncio que me encanta por todo lo que dice sin decirlo. Espero les guste.


martes, 15 de julio de 2014

Alemania

Acabó el mundial y ganó Alemania. A mi juicio justo ganador y por varios motivos. El primero, y más filosófico -sí, el fútbol y la filosofía pueden, en ocasiones, darse la mano- es que Alemania fue el equipo cuyo sistema de juego, y forma de entender el fútbol, apostó más severamente, desde el inicio, por ganar los partidos. Entendiendo ir a ganar el partido en no basar un estilo de juego en destruir y esperar el fallo o error del adversario (que también es válido, ¿eh?), si no en ir trazando jugadas de manera que el otro equipo no pueda evitar el gol. Algo así como intentar construir el juego, con el objetivo de la victoria, por méritos propios más que por deméritos ajenos.

En segundo lugar porque tenía un plantillón. Desde el once titular hasta los recambios del banquillo (André Schürrle o Mario Götze, por ejemplo), y sin contar con algún jugadorazo que se quedó fuera por lesión (MarcoReus). ¡Hasta el portero suplente me parece un porterazo (Weidenfeller -el portero del Borussia Dortmund)!.

En tercer lugar, -y tal vez debería ser el primero- Alemania, por la razón que sea, o justamente debido a las anteriores, ha sido el equipo que ha realizado mejor juego, y debido a ello, que no siempre es así, ha obtenido mejores resultados, entre otros el histórico e hiriente 1-7 a Brasil, que se recordará durante mucho tiempo, y sin olvidar el 4-0 a Portugal. En total ha anotado 18 goles en 7 partidos, lo que produce una más que aceptable media para un Mundial de Fútbol.

Particularmente añadiré que también me agrada que ganara el mundial un equipo que llegó a la final sin tener que superar ninguna tanda de penaltis, aunque estuvo cerca contra Argelia, frente a la que anotó dos goles en la prórroga.

En definitiva Alemania se ha llevado el Mundial y a mí me parece justo. Glückwunsch!


domingo, 13 de julio de 2014

Spiderman

Hoy mi hijo, justo antes de ponerse las zapatillas de la playa, al comprobar que las zapatillas tenían motivos de Spiderman me pregunta si a mí de pequeño también me gustaba Spiderman. Le contesto que sí, que yo leía cómics de Spiderman y también tenía una bañador del Hombre Araña, porque en mi época no todas las cosas se llamaban por su nombre, sino que se adaptaban a nuestro idioma.

Luego, al cabo de un buen rato, vuelve a mi vera y me pregunta de nuevo si ahora me sigue gustando Spiderman. Le digo que sí, pero que conforme uno se va haciendo mayor pues van gustándole otras cosas más, y con su extrema curiosidad me pregunta que ¿el qué? Le contesto que el fútbol por ejemplo, y dice que a él también le gusta el fútbol y me explica que no por eso deja de gustarle Spiderman. De repente, con un gran sobresalto me confirma que ya sabe qué es lo que me gusta más ahora que a él no, yo con curiosidad le replico, ¿ah sí? ¿qué es eso que me gusta a mí y a ti no? Entonces, muy seguro de lo que dice, me informa de que lo que a mí me gusta más es: ¡trabajar! 

Intento explicarle que trabajar no es, al menos para mí, una afición, sino más bien una obligación, pero no parece muy convencido con mi explicación. Entonces le cuento que yo de pequeño era más de Spiderman pero que, poco a poco, me fui haciendo de Batman, pero que no se preocupara... que a su debido tiempo  lo entendería!


sábado, 12 de julio de 2014

El mundo es un pañuelo - Elvira Lindo

Tenía ante mí una tarde completa sin ningún tipo de obligación, con el horario despejado a mis livianos quehaceres y, sin ningún motivo y sin venir a cuento, se me antojó tomarme un tinto de verano, pero no uno de los que se sirven en vaso, si no uno de esos que se sirven impresos en un libro. Un tinto de verano de Elvira Lindo.

Por casa andaba desde hace algún tiempo esperando su refrescante momento el segundo volumen de Tinto de verano, El mundo es un pañuelo, los artículos reunidos que Elvira Lindo publicó en 2002 en El País Aguilar.

En el prólogo Elvira aclara que en realidad no los considera artículos, sino más bien pequeños relatos contados en primera persona por un personaje que se parece a ella, pero que no es ella.

Yo, la verdad, he disfrutado mucho leyéndolos y lo he pasado en grande con las historias y anécdotas que cuenta. Algunas verdaderamente hilarantes.

Tal vez -supongo- tendría que haber iniciado leyendo sus pequeñas historias en el primer volumen, pero cuando me lo compré en el rastro, era éste el que estaba y éste me compré. Quizá me haga con la primera parte un día de estos.

miércoles, 9 de julio de 2014

Marilyn Monroe 19

Me senté al filo de las diez de la noche en el sofá de casa dispuesto a ver un partido de fútbol de los grandes: Brasil contra Alemania en las semifinales de un Mundial, el de Brasil.

Quería que ganara Alemania, la verdad, porque no me hace mucha gracia eso de que gane un anfitrión su propio mundial, además, Brasil, por lo que llevaba visto durante el mundial, no estaba practicando, ni mucho menos, un juego vistoso, y su entrenador, Scolari, es uno de los personajes del mundial que más me desagrada. En cambio, en Alemania, jugaba Toni Kross, un jugador que supuestamente, según la rumorología, va a jugar la próxima temporada en el Real Madrid, y por lo tanto, si no pasa nada, podré contemplar en la Rosaleda cuando se enfrenten ambos equipos. De manera que tenía ganas de ver al exquisito centrocampista alemán, pero también a Muller, que es un jugador que me agrada, a pesar de que es bastante más piscinero de lo que yo desearía. También jugarían Khedira y Özil, y posiblemente Götze y el impronunciable Schweinsteiger y en el aire estaba si Klose podría batir el récord de Ronaldo, y precisamente contra la selección de éste.

Había múltiples alicientes para no perderme el partido y para posicionarme claramente de parte del equipo entrenado por Joachim Löw. Entrenador desde hace un tiempo también muy de mi agrado.

En el minuto 29 el equipo teutón aplastaba en el marcador a la selección canarinha por 0-5. El primer gol lo hizo en el minuto 11. Es fácil calcular. En dieciocho minutos Alemania le hizo cinco goles a Brasil. Toni Kross se llevó el MVP del partido y me ganó absolutamente como aficionado a su fútbol. Para mí ya es uno de esos escasos jugadores por los que merece la pena solamente sentarse a ver un partido.

Disfruté con el partido. Un contundente 1-7 al pitido final. Me maravillé con el juego alemán en la primera parte y me divertí con la segunda, con el empuje, la calidad y en general con la diversidad del juego alemán. Al terminar el partido me levanté con la seguridad de haber contemplado un partido histórico, de los que se quedan grabados en la memoria y de los que al finalizar obligan a los aplausos, y, si hubiese tenido en ese momento un sombrero hubiera actuado como Marilyn Monroe en esta foto y me lo hubiera quitado.


martes, 8 de julio de 2014

Sonetos a Cristo - António Lobo Antunes

En menos de una semana, un par de conocidos, me contaron, de manera separada, lo bien que lo habían pasado en Lisboa, y me retrotrajeron a aquellos días que yo caminé junto a mi santa por las adoquinadas calles lisboetas, entregándonos a la libertina suavidad de su brisa y al frescor de sus terrazas con una buena cerveza en los labios. Me consumió una terrible saudade portuguesa, y por si fuese poco, unos días antes se había disputado allí la final de la Champions, y todo contribuyó a que mi mente se volcara en aquellos recuerdos, agigantados por la maravillosa sensación de felicidad que allí me envolvió. Recordé mi lectura en Lisboa, aquel libro de Tabucchi en el que Pereira sostenía su historia, y los pasos de Pessoa, aquellos que yo imaginé realizar antes de mi visita a la capital portuguesa. Todos estos recuerdos fueron centrifugando mis neuronas y toda esa tempestad de recuerdos me llevaron a António Lobo Antunes, un autor portugués del que yo no había leído nada aún, y busqué un libro que recordé haber comprado hace tiempo y que debía andar varado por alguna de las estanterías de casa.

Lo encontré, y me sumergí inmediatamente en sus páginas buscando recorrer algunas calles portuguesas que calmaran aquella desdichada melancolía. Los renglones de aquel libro, que reunían diecisiete breves relatos, comenzaron a las puertas de una confitería y me llevaron a dormitorios calurosamente encalados, con techos pálidos y resquebrajados, y a viejos gimnasios donde los guantes de boxeo aún amortiguaban golpes, alguna carretera y unas cuantas historias en cocinas y restaurantes que no he visitado más que en sus páginas, pero que puedo sentir como si alguna vez, en uno de ellos, disfrutara de un buen bacalhau dourado.

No necesité abrir los ojos para comprobar que nada de aquella irrealidad era cierta, y sin embargo, al acabar la última página del libro, sentí unas enormes ganas de chuparme los dedos, y no había ninguna servilleta en la que limpiarme. Al menos -sonreí- me fui sin pagar la cuenta.

lunes, 7 de julio de 2014

Teba

Apenas unos días después de regresar de Chiclana huimos a Teba. En casa hubiéramos preferido espaciar más las dos salidas, para que diera tiempo a reposar la anterior y para llegar a desear la siguiente. Sin embargo, las cosas surgen como surgen y se hacen como se pueden, especialmente cuando la elecciones de las fechas no dependen de uno, sino de un amplio y heterogéneo grupo de personas y, principalmente, de la disponibilidad del sitio donde vayamos a reunirnos.

Este verano, el caserón que hicimos nuestro, estaba localizado en Teba, y allí nos plantamos más de veinte personas entre niños y adultos. Más de veinte personas que compartieron muchas cosas, entre ellas besos y abrazos al llegar, y al partir, ases y reyes en jugadas de poker, revistas de amplias hojas satinadas que saludaban desde años anteriores, pelotas de plástico que espolvoreaban el suelo empedrado del patio con el polen de las flores de los árboles, niños correteando de un sitio para otro, charlas alrededor del carbón incandescente de una barbacoa, mucho nachos con guacamole, una pésima señal de televisión y una insuficiente velocidad de trasmisión en la red de wifi, bastantes moscas -la verdad-, una estrambótica tanda de penaltis, una piscina rodeada bien por barro o bien por un césped descuidado, sillas que eran trampas a punto de colapsar -sobretodo si acusabas sobrepeso-, llaveros de inapreciables descripciones, mobiliario de época indefinida, cuadros de la ciudad de Málaga y de hípica adornando las paredes, una muy amplia zona de parking aunque con escasa sombra, pero sobre todo, compartimos nuestro tiempo, nuestras risas, nuestras vidas y gran parte de ello, sorprendentemente, lo hicimos alrededor de una mesa de pimpón.


viernes, 4 de julio de 2014

A través del catalejo

A veces es necesario alejarse de la pesarosa rutina del día a día y brindar por un presente desgajado de monotonía. En ocasiones basta con cerrar los ojos y soñar que uno está lejos, en otro sitio, y otras veces también se puede lograr con los ojos bien abiertos a las páginas de un libro cautivador. Cada cual debe tener su forma, su llave personal de alcanzar su huida del presente, su manera eficaz y salvadora para lograr sacar la cabeza por encima del nivel del mar, sobre ese nivel de flotación sobre el cual es posible respirar y llenar profusamente los pulmones con una bocanada de aire fresco, de vida plena, de felicidad íntima.

Este pasado fin de semana, rodamos doscientos y pocos kilómetros de carretera y trocamos nuestra costa Mediterránea por la costa chiclanera. Canjeamos mar Mediterráneo por océano Atlántico y hundimos nuestros pies en su orilla y mojamos nuestros tobillos en sus aguas, frente a un cielo apaisado de intensa belleza azul. No era para nosotros, ni mucho menos, una experiencia nueva, al contrario, fue repetir experiencias de años anteriores, una especie de cíclica felicidad.

Al segundo día, mientras paseaba por la orilla de la playa con mis hijos cogidos de las manos, oyendo el constante y salado romper de las olas, les contaba que la felicidad está escondida en nosotros y que es un sentimiento frágil, que viene y va, y que a veces hay que tener cierto instinto marinero para saber agarrar el catalejo en el momento y lugar adecuado y dirigir nuestra mirada a través de su círculo de luz y saber enfocar nuestro encuentro con la felicidad. Les conté que tal vez en aquel atlántico paseo, alguien, quizás un pirata, con su parche en el ojo y su garfio en el brazo, desde lo más alto del palo mayor de su galeón, bajo la bandera negra pirata, nos estaría mirando con su ojo bueno a través de su catalejo y desde allí, tal vez, comprendiese que nosotros, los tres, padre, hija e hijo, en ese preciso momento, vivíamos un verdadero y sencillo instante de felicidad.