lunes, 7 de julio de 2014

Teba

Apenas unos días después de regresar de Chiclana huimos a Teba. En casa hubiéramos preferido espaciar más las dos salidas, para que diera tiempo a reposar la anterior y para llegar a desear la siguiente. Sin embargo, las cosas surgen como surgen y se hacen como se pueden, especialmente cuando la elecciones de las fechas no dependen de uno, sino de un amplio y heterogéneo grupo de personas y, principalmente, de la disponibilidad del sitio donde vayamos a reunirnos.

Este verano, el caserón que hicimos nuestro, estaba localizado en Teba, y allí nos plantamos más de veinte personas entre niños y adultos. Más de veinte personas que compartieron muchas cosas, entre ellas besos y abrazos al llegar, y al partir, ases y reyes en jugadas de poker, revistas de amplias hojas satinadas que saludaban desde años anteriores, pelotas de plástico que espolvoreaban el suelo empedrado del patio con el polen de las flores de los árboles, niños correteando de un sitio para otro, charlas alrededor del carbón incandescente de una barbacoa, mucho nachos con guacamole, una pésima señal de televisión y una insuficiente velocidad de trasmisión en la red de wifi, bastantes moscas -la verdad-, una estrambótica tanda de penaltis, una piscina rodeada bien por barro o bien por un césped descuidado, sillas que eran trampas a punto de colapsar -sobretodo si acusabas sobrepeso-, llaveros de inapreciables descripciones, mobiliario de época indefinida, cuadros de la ciudad de Málaga y de hípica adornando las paredes, una muy amplia zona de parking aunque con escasa sombra, pero sobre todo, compartimos nuestro tiempo, nuestras risas, nuestras vidas y gran parte de ello, sorprendentemente, lo hicimos alrededor de una mesa de pimpón.


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