Son las una y veinte de la madrugada y acabo de terminar de ver la película de Paolo Sorrentino, La Grande Bellezza (la escribo en italiano porque la he visto así, en versión original subtitulada). Acabo de verla -digo- y estoy aquí sentado, escribiendo, rompiendo una de las pocas máximas que me he autoimpuesto a la hora de escribir en este blog: no escribir en caliente.
No debería, pero aquí estoy, soltando sobre este horizonte blanco en la pantalla, dejando caer de mi interior algo de la hermosa sustancia que esta película ha derramado en mí, porque La Grande Bellezza es exactamente esto, todo lo que verdaderamente se oculta detrás del bla, bla, bla, bla,... que la vida es.
Desde los primeros minutos del metraje se puede entrever que no va a ser una película de grandes diálogos, ni de un guión muy elaborado pero que sin embargo va a reposar sobre una maravillosa poesía visual y conceptual. La fotografía es simplemente maravillosa. Sobresaliente. La escenografía es hermosamente decadente y está presentada en contraposición con los escenarios clásicos y fastuosos que Roma ofrece. ¡Qué escenarios ofrece Roma! La música está escogida con una batuta maestra. No digo más. Los trajes de Toni Servillo son el toque poético, divertido y elegante de la película. ¡Qué grandes paseos tristes y solitarios junto a la rivera del Tíber! ¡Adoro los momentos en los que el protagonista aparece acompañado pero a solas, fumando en reposada somnolencia!
Mi mujer que al final se quedó dormida -discúlpenla era el día de limpieza-, al terminar la película me preguntó de qué iba exactamente, y pensé en explicarle que iba sobre un hombre perdido en la indolencia de sus días en Roma, pero viré y pensé que era mejor explicarle que trataba sobre la vida superficial de un escritor que sufre del mal de Montano con melancólica lucidez, aunque quizás era más acertado contarle que trataba sobre los recuerdos del primer amor de juventud, o sobre la soledad, o sobre la literatura, o la metaliteratura, o quizás sobre la muerte, pero finalmente pensé en decirle que trataba sobre el esplendor de la belleza, en el más amplio sentido de la palabra, pero al final lo que le dije fue: tienes que verla. A ustedes les recomiendo lo mismo.
Pd: Por cierto es una de las pocas películas que me han obligado a quedarme a contemplarlas hasta el último segundo de los créditos. Un aplauso.