Hay veces que pienso que detrás de esta vida debe existir otra más justa, donde la vida completa su sentido y donde se dan explicación a todas aquellas cosas que uno no entendió, pero al mismo tiempo soy consciente que no es más que un intento absurdo y personal de dar un sentido lógico a aquello que me cuesta entender. Sé perfectamente que los deseos de las personas no son las verdades que luego se encuentran.
Lo más cercano que conozco a la vida después de ésta, es vivir en el recuerdo de las personas que se quedan. Las mejores personas dejan los mejores recuerdos; mientras mejores sean los recuerdos mejor habrá sido la persona que nos dejó. Así lo creo. Mientras más perduren los recuerdos de esas personas significará que más profundos fueron los sentimientos que se compartieron, más huellas dejó en los demás. Más vida se compartió.
Por eso los recuerdos tienen su pequeña parte de vida y nuestras acciones pueden ser reflejos de otras vidas anteriores, como suaves e inconscientes ecos de vidas. De forma que cada vez que le doy un bocado a la vida, cada vez que tengo la certeza de estar aprovechando esta porción de tiempo que se me ha prestado para vivir, mantengo la sensación de recibir un regalo de las personas que no están, pues gracias a ellos y a su jodida mala suerte, yo intento arrancarle tiras de felicidad a la vida, intento aprovechar este maltrecho tiempo que nos está regalado vivir, y que a otros le negaron, para agarrar lo máximo entre las manos.
Siento que la vida es tan caprichosa y lo recuerdo tan cada poco tiempo, que igual que me entristece ese recuerdo, por otro lado también me empuja a saltar, a saltar a vivir.
Su recuerdo es un impulso para vivir. Una manera de engrandecer mis sentimientos, de corresponder a tanto recibido, a tanto compartido y una verdadera vía para dignificar el recuerdo de los seres queridos.
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