sábado, 7 de abril de 2012

San Sebastián

Llegó la Semana Santa y con ella, casualmente este año, el décimo aniversario de boda de mi santa y yo. Para celebrarlo preparamos una escapada -sin niños- de tres días al País Vasco. Nuestro propósito era sobretodo descansar y evadirnos de la rutina diaria y de camino ver algo de cultura y por qué no confesarlo, llenar gustosamente el buche.

Nada más aterrizar en el moderno Aeropuerto de Bilbao diseñado por Santiago Calatrava tomamos el autobús desde el mismo aeropuerto hacia nuestro hotel. Teníamos una reserva desde hace un tiempo en el Hotel Carlton en el centro de Bilbao, en la misma Plaza Moyúa, una de las plazas más turísticas de la ciudad. El Hotel es un cinco estrellas y la habitación estaba acorde con su categoría.

Apenas soltamos las maletas en la lujosa y amplia habitación que nos asignaron y sin perder el tiempo salimos a desayunar a una cafetería situada a solamente dos calles del hotel. Desayunamos un buen café, un buen trozo de tortilla de patatas, todo con muy buen servicio y rodeados de una bonita decoración. Salimos y nos dirigimos a la estación de autobuses central de Bilbao en metro y nos montamos en un autobús que nos llevó directamente a San Sebastián en poco más de una hora.

Era la primera vez que tanto Pepi como yo pisábamos San Sebastián, una ciudad que nos enamoró desde el primer contacto. Comenzamos paseando por sus elegantes calles, abarrotadas de preciosas fachadas, parándonos en casi cada esquina intentando encontrar una panorámica adecuada para conseguir introducir la gótica aguja de la Catedral del Buen Pastor dentro de nuestro objetivo fotográfico. Cada calle del centro de la ciudad posee algún bonito detalle, ya sea un verde y cuidado jardín, una voluminosa fuente o una atractiva balconada. Todo, desde una simple farola, un banco callejero, los adornos de entrada a un puente o la balaustrada del Urumea se aprecian diseñados armónicamente para embellecer la ciudad.

Además San Sebastián posee una gran cantidad de edificios atractivos sobre los que merecía detener la mirada. Edificios modernos como el Kursaal de Rafael Moneo o clásicos como la Basílica de Santa María, en la parte vieja, sin olvidar la Iglesia de San Vicente o la curiosa Plaza de la Constitución, que hizo durante un tiempo las veces de coso taurino, y buena prueba de ello es la numeración de los balcones, que se utilizaban como palcos en las corridas.

También el Ayuntamiento tiene su historia curiosa, pues fue antiguamente un casino. Pero de entre todos, quizás el edificio que más me ha gustado, ha sido el Teatro Victoria Eugenia, un edificio verdaderamente hermoso. De todos los edificios por disfrutar de San Sebastián, con el único que no pudimos, pues se encontraba en obras, era el Hotel María Cristina, que yo, particularmente, tenía bastantes ganas de contemplar. Otra vez será.

Paramos a almorzar en un típico bar de pintxos, uno que nos gustó nada más verlo. Parecía tener unos pintxos que te sacaban a los ojos. Se llama Bar Txalupa y allí me tomé mi primer txakolí, pues siempre que me es posible me gusta probar los productos típicos de cada región. Podríamos haber elegido cualquiera de todos los pintxos que tenían allí, y seguro que todos estarían exquisitos, pero tuvimos que ir eligiendo y cada uno que probábamos nos gustaba más que el anterior. Un lujazo.

Para bajar los pintxos paseamos hacia el Ayuntamiento, nos fotografiamos junto a sus jardines y después fuimos hacia la Plaza de Guipúzcoa, muy cerca de allí, frente a la Sede de la Diputación y regresamos sobre nuestros pasos para dar un larguísimo paseo al borde de las tres playas. Comenzamos por la playa de la Zurriola, después la playa más famosa de todas, la playa de la Concha, con las mejores vistas hacia la isla de Santa Clara, y por último la playa de Ondarreta, que no recorrimos entera porque nuestros pies nos pedían descanso, aunque sí subimos hacia los jardines del Palacio de Miramar y desde allí aguzamos la vista y el zoom de la cámara para ver el Peine del Viento, obra de Chillida, situada a la falda del Monte Igueldo. Nos despedimos de San Sebastián echando una última mirada hacia la fantástica Bahía de la Concha.

Tomamos un café en el bar que está junto a la estación mientras esperábamos nuestro autobús y justo después pusimos rumbo de vuelta a Bilbao.

Nada más llegar a Bilbao, o Bilbo en Euskera, cogimos el metro y nos plantamos en la Plaza Miguel de Unamuno, a escasos metros de la casa natal del autor vasco y desde allí paseamos alrededor de la Catedral de Santiago, entre callejas típicas bilbaínas, inundadas de gentío, comenzando a oler los típicos pintxos que nos hipnotizaron hasta guiarnos hacia la Plaza Nueva, donde caímos casi por gravedad dentro del Café Bar Bilbao y después rebotamos en Víctor Montes. Salimos torcidos, especialmente yo, en dirección al hotel, pues el día había sido intenso y cansado, ya que lo habíamos comenzado desde bien temprano.

Cruzamos por el puente del Arenal, frente al Teatro Arriaga y por delante de los escaparates de El Corte Inglés, en Gran Vía, bautizados suavemente por ese sirimiri pesado y tan castizo y bilbaíno como la txapela o el bacalao.


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