Cuando me enteré por la prensa digital que Antonio Tabucchi había fallecido, me acordé ineludiblemente de lo que había leído de Tabucchi, de manera que también me acordé de Pessoa, y del triste Pereira y de sus tortillas a las finas hiervas acompañadas con fresca limonada, pero también recordé sus cansinos y desorientados paseos por las meandrosas calles de Lisboa, y de los heterónimos y de que quizás el heterónimo más fiel, y al mismo tiempo el más real y verosímil de Pessoa era el propio Tabucchi. Entonces sentí la saudade de Tabucchi, su desasosiego y rebusqué entre los desordenados libros de mis estanterías los libros que tenía de Tabucchi y que me faltaban por leer, y encontré tres, y fue un alivio, casi un abrazo de amigo. Me detuve a mirar las portadas, a leer los títulos originales, con ese italiano tan musical que seguramente le daría a Tabucchi un acento gracioso y cantarín.
El primero de los libros que encontré llevaba por título original Il gioco del rovescio, que lo han traducido al castellano como El juego del revés. Una colección de ocho relatos del melancólico estilo del autor italiano. Abrí por el primer relato y leí: "Cuando Maria do Carmo Meneses de Sequeira murió, yo estaba contemplando Las Meninas de Velázquez en el museo del Prado." y nada más llegar a ese primer punto y seguido, me quedó claro que iba a comenzar a leer ese libro y así, de esa manera tan natural y sencilla, quise rendirle mi propio homenaje a Tabucchi, que no era otra cosa que leer las palabras de Tabucchi. Fue la mejor manera que se me ocurrió de homenajearle, o quizás, la mejor manera que encontré de recordarle, o tal vez -y puede que esta última afirmación se aproxime más a la realidad- la mejor manera que hallé de recordarle y así ahogar mi tristeza, reviviéndole para mí a través de sus palabras.
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