lunes, 9 de abril de 2012

Bilbao, segundo día

Nuestro segundo día en Bilbao despertó con una neblina pesada y un sirimiri intermitente que no consiguió doblegar nuestro ánimo, ni nuestras ganas de descubrir distintas partes de la ciudad. Salimos con la intención de desayunar en el Café Iruña, una cafetería con más de cien años de historia y declarado monumento singular, así que iniciamos bajo nuestros paraguas la marcha hacia la histórica cafetería. El trayecto era corto, apenas unos seiscientos metros, pero caminando bajo la lluvia y pasando por delante del intenso y cautivador olor a café que provenían de las diversas cafeterías con las que cruzamos, se nos hizo largo, y para colmo, cuando llegamos estaba cerrado, porque por lo visto era demasiado pronto y todavía no había abierto. Pensamos en retroceder hacia unas cafeterías que habíamos visto abiertas cerca del mercado del Ensanche pero nos decidimos por la más cercana, justo en frente de los Jardines de Albia, donde por cierto desayunamos muy bien.

Justo en una esquina de los Jardines de Albia estaba la Iglesia de San Vicente Mártir y entramos por curiosidad y resultó ser una iglesia muy coqueta y bien adornada, a pesar de la escasa luz que disponía pues era Viernes Santo. Nos dirigimos hacia las Torres Isozaki, que sirven de imponente entrada hacia el polémico puente Zubizuri de Calatrava, que ha tenido que ser alfombrado debido a las continuas caídas de los usuarios por su resbaladizo piso de cristal. En una panadería que encontramos por el camino nos tomamos unos pasteles de arroz que habíamos visto en distintos sitios pero que nunca habíamos probado y que nos recordaron a los pastéis de Belém que probamos en Lisboa y continuamos hacia el funicular que nos subiría al monte Artxanda desde donde disfrutamos de unas privilegiadas panorámicas de la ciudad de Bilbao, aunque demasiado nubladas.

Bajamos de nuevo en funicular y continuamos junto al Nervión hasta llegar a la altura del Ayuntamiento de Bilbao y de la enorme escultura de Oteiza donde nos hicimos unas fotografías. Continuamos nuestros pasos por el paseo del Arenal hasta el Teatro Arriaga, cruzamos el puente del Arenal para ver de cerca la fachada de la Antigua Estación de Ferrocarril. Volvimos a cruzar el puente y continuamos por la Ribera del Nervión, dejamos atrás el Puente de la Merced, el Puente de la Ribera, el Mercado de la Ribera, la Iglesia de San Antón y el Puente de San Antón hasta llegar a la nueva estación de trenes, donde cogimos el Euskotram, que nos dio un largo e ilustrativo paseo por todo Bilbao desde donde vimos la Universidad de Deusto, de nuevo el Guggenheim, la Torre Iberdrola, el Centro Comercial Zubiarte, el Monumento al Sagrado Corazón y parada final en San Mamés, donde nos apeamos, pues bien cerca teníamos una mesa reservada en el Asador Indusi.

Ese día precisamente, el seis de abril, se cumplían diez años del enlace matrimonial de mi santa y yo. Diez años de nuestra boda, vamos, y según afirma mi señora que lleva la cuenta de cosas así, era la primera ocasión en la que llovía desde que nos hemos casado en uno de nuestros aniversarios de boda, a parte del día de nuestra boda que sí nos llovió, a pesar de la gran cantidad de huevos que llevaron a no sé qué Iglesia que por lo visto tenía, hasta ese día, influencia sobre el clima de nuestra localidad. El asunto es que era nuestro décimo aniversario y que estábamos en Bilbao, después de haber estado en San Sebastián y, en realidad, todo este viaje era consecuencia de la excusa a la que nos habíamos agarrado para realizar una escapada al País Vasco y también para sentarnos a la mesa de un asador y comenzar a tomar de entradas unas guindillas fritas, después unos pimientos rellenos de rape y para terminar un txuletón a la parrilla de más de un kilo y trescientos gramos. ¡Un lujazo sabrocísimo!

Salimos del Asador Indusi con la necesidad y yo casi diría que con la obligación prescrita por un médico de dar un largo paseo con el fin de bajar un poco la comida, aunque en realidad para bajar esa comida yo necesitaría correr una maratón, por eso decidimos realizar nuestro segundo intento con el Café Iruña, y a pasitos cortos y pesados, poco a poco, conseguimos alcanzar el objetivo. Tomamos unos cafés y de remate otros pasteles de arroz, de esos que habíamos vuelto a descubrir esa misma mañana y disfrutamos de lo peculiarmente decorada que está la cafetería y así fue pasando la tarde y la hora definitiva de volver al hotel, recoger las maletas y decir agur a Bilbao, y montarnos en el autobús que nos llevaría de vuelta al aeropuerto, con la esperanza de que algún día podamos volver a vivir la experiencia de disfrutar del País Vasco.


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