jueves, 2 de septiembre de 2010

Una Lisboa cultural

Para nuestro último día completo en Lisboa teníamos previstas varias visitas sueltas en distintos puntos de la ciudad. Nuestra primera parada era la Praça de Espanha, a la que llegamos en metro porque, aunque no está situada muy retirada de nuestro hotel, el día despertó caluroso y así lo aconsejaba. La plaza de España tiene, en mi opinión, poco encanto, tan sólo un arco en mitad de una plaza rodeada de amplias avenidas. Muy cerca de ella está el Museu Calouste Gulbenkian, que debe ser visita obligada e imprescindible para todo el que visite Lisboa.

El Museo tiene una muy amplia colección que incluye principalmente arte oriental, clásico y europeo, con conmovedoras esculturas y pinturas de Rubens, Rembrandt, Frans Hals, Manet, Renoir, Degas... y un largo etcétera. Sólo vimos la exposición permanente, que era la que captó nuestro interés, y no nos defraudó. Salimos encantados de nuestra elección.

Desde el museo fuimos en busca de algunos regalos para nuestros niños, que tan despreocupadamente habíamos dejado casi para el final. Una vez terminadas las compras, fuimos al hotel a dejarlas, y decidimos almorzar en horario portugués (una hora antes), en una pizzería camino de la Plaza Marqués de Pombal, desde donde tendría su inicio el autobús turístico que recorre la ciudad. Así que después del almuerzo compramos los billetes, subimos a la parte de arriba del autobús de dos plantas, nos colocamos los auriculares, y revisitamos la ciudad comprobando que había pocas cosas de las que veíamos, desde tan cómoda posición, que no la hubiésemos pateado durante los días anteriores.

Nos bajamos del autobús en la parada de la Praça da Estrela, junto a la Basílica da Estrela, de imponente y nívea fachada. Una vez dentro de la enorme iglesia, nos detuvimos, sentados, para leer la descripción del interior del edificio, que viene ampliamente detallada en nuestra guía, así como su resumen histórico, al mismo tiempo que disfrutábamos de un descanso, fresco y sombreado, para continuar, después, con nuestro itinerario.

A la salida de la Basílica visitamos brevemente el frondoso Jardín da Estrela, justo antes de volver al autobús, subir de nuevo a la segunda planta, de camino hacia Belém. Una vez en Belém, nuestra siguiente visita fue el Museu dos Coches, o Museo Nacional de Carruajes, donde nos acordamos de nuestro cuñado Chiqui, gran aficionado al mundo del caballo y los carruajes. Particularmente no soy un gran aficionado a los carruajes y lo que más llamó mi distraída atención fue el grandioso edificio donde se ubica el Museo.

Antes de abandonar Belém, no dejamos pasar la oportunidad de tomarnos otros exquisitos pastéis de Belém en nuestra pastelería favorita de Lisboa, aunque previamente compré un pequeño pastel para el camino al que ya había echado el ojo -no al camino, sino al pastel- en nuestra anterior visita a Belém. Pastel de cerveza, rezaba el cartel en la puerta del establecimiento, y claro, con semejante publicidad no pude pasar de largo, por segunda vez, sin probarlo.

Volvimos al autobús turístico que nos llevaría de vuelta a Lisboa, disfrutando de las vistas en el recorrido hasta llegar, de nuevo, a la Plaza Marqués de Pombal, donde nos apeamos y regresamos al hotel para darnos una ducha rápida y arreglarnos para la reserva que realizamos, la tarde anterior, para cenar en un restaurante de fados.

Sin darnos cuenta nos presentamos cerca del hotel con una hora de antelación, por lo que decidimos deambular pateando por los alrededores de Chiado, donde estaba situado el restaurante de nuestra reserva. Volvimos a fotografiarnos frente la cafetería A Brasileira, junto a la escultura de Pessoa, cercana a la Plaza de Luis de Camoes, pero esta vez vestidos de bonito.

El restaurante resultó algo caro pero de mucha calidad y excelente servicio, además de bonito, aunque teniendo en cuenta que en el precio incluía la actuación de al menos tres fadistas, ya no me lo pareció tanto. Digo al menos, porque nosotros una vez que terminó la actuación del tercer fadista abandonamos el restaurante, debido a que en ese momento ya estábamos verdaderamente cansados, y se nos fueron cerrando los párpados progresivamente hasta llegar al hotel.

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