En nuestro último día en Lisboa, o mejor dicho, en nuestras últimas horas en la capital lusa, sólo tuvimos tiempo de bajar en metro a la Baixa, donde habíamos echado el ojo el día anterior a una pastelería donde comprar unos pasteles de nata para nuestros familiares, de manera que llegasen fresquitos a Málaga. A pesar de nuestro poco tiempo, en una esquina junto a la Plaza del Rossio, delante de la estropeada y malcuidada Iglesia de Santo Domingo, en un puesto de Ginjinha, probamos el auténtico licor de guida portugués, algo fuerte para tomar por la mañana, pero que deja un regusto a sabor dulce en el fondo del paladar.
Así nos despedimos de Lisboa, brindando por nuestros niños y deseando que algún día podamos volver con ellos a esta ciudad bella y romántica, de la que tan buen recuerdo nos llevamos para España.
Volvimos en metro al hotel para recoger nuestras maletas, y desde allí en taxi hasta el aeropuerto para coger la diminuta avioneta que nos llevaría de vuelta a casa. Locos por ver a los pequeñines.
Obrigado Lisboa.
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