Después de bastante tiempo hoy he vuelto a la facultad, mi facultad. La Politécnica de Málaga. Mi facultad que ya no es la mía porque aunque estudié en ella, ya no es la misma. Ahora tanto la ubicación como el edificio y los planes de estudios son otros. Todo ha cambiado. Estudié en la Facultad Politécnica en El Ejido y ahora todo aquel campus -si es que merecía que lo llamaran así- ha sido trasladado. Ahora está en el Campus de Teatinos. Una universidad completamente remozada y modernizada, muy pulcra y funcional, con aire de hospital moderno, pero algo más fashion, con su hélice en la cubierta moderna. Superguay.
Otro cambio que uno observa es que ahora el aparcamiento es sencillo. Llegas con el coche y puedes elegir el aparcamiento casi que te venga en gana. Hay cientos de plazas libres para estacionar, al menos hoy cuando la he visitado. Nada que ver con aquellos días en los que aparcábamos los coches en segunda fila dejando el freno de mano quitado para que quien lo necesitase empujase el coche según su interés. Ni sospecha de que hubiese un gorrilla que te sableara cien pesetas por decirte que habías aparcado bien. ¡Hasta la moneda ha cambiado!
Entro en el centro y los pasillos son amplios y luminosos, y están pintados de distintos colores, alegrando y dividiendo las diferentes secciones dentro del centro. Todo muy bien indicado por pertinentes carteles, bien ortografiados con letra de imprenta. Nada de folios pegados en las paredes con adhesivos con un flecha y unas pocas palabras mal garabateadas con un boli bic. Ahora, además, hay información telemática sobre casi cualquier asunto sobre el que estés interesado. Existen facilidades por todas partes y hasta la reprografía está ubicada en el mismo edificio. ¡Cuántas ventajas! ¡Si hasta entran ganas de estudiar!
Camino por los pasillos siguiendo las indicaciones y al llegar a secretaría encuentro una pequeña cola, ¿es posible? La mayoría de los jóvenes con los que voy cruzando son todos del género masculino -hay cosas que no cambian-. Y todos los de la cola, sin excepción, están con los móviles en las manos. Chateando imagino. Pantalones vaqueros caídos estratégicamente para mostrar los gayumbos que supongo habrán recibido el día de reyes, sudaderas de marcas, zapatillas deportivas, barba de dos semanas y peinado estudiadamente descuidado, pero la misma cara de pardillos con espinillas de siempre. Entonces cuando el funcionario que atiende se levanta y sólo estamos los de la cola, pregunto en voz alta: ¿esta cola es para alumnos? Y todos me miran bobalicones y con miradas huidizas y me confirman que sí. Mis canas y mis cuarenta tacos dan cierta presencia. Entonces avanzo y cuando el que atiende pregunta quién es el siguiente doy un paso al frente y me atiende a mí. Por la cara. Y eso que yo no tenía ninguna prisa. Y no me hubiese importado esperar la cola. Lo hice sólo para comprobar si era cierto eso que yo pensaba sobre que aún estaban tiernos. Confirmado.
Salí de la universidad camino del coche reafirmándome con aquella acertada cita que dice que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Si no sintiéndome orgulloso, confieso que sí algo feliz por haber sacado partido a mis canas. No todo iban a ser desventajas.
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