Me acerqué a la biblioteca a devolver el libro de Rosa Montero con la intención de no traerme ninguno, pues entre los que compré en el rastro y los que me cayeron como regalos de Reyes, que fueron cuatro, tengo bastantes lecturas pendientes por delante. Pero justo cuando estaba a punto de salir pasé por delante de la zona reservada a la poesía, y mis pies echaron freno sólo para echar un vistazo y ya me fue imposible remediar el no traerme un libro de poemas.
En esta ocasión me traje una antología editada por El País sobre la obra de Alejandra Pizarnik. ¿Qué decir de la autora argentina que no se haya escrito ya? Personalmente creo que los poemas de Pizarnik son en general demasiado tristes para mi gusto. La muerte, el suicidio, la nada, la soledad como castigo son algunos de los temas recurrentes que Pizarnik abraza. Sus poemas son tristes y dolorosos y creo que lo que ahora necesito en mi vida es tal vez un poco de sincera alegría.
Quizás por eso sus poemas cayeron en mí como un postre en mal estado y los leí por encima, casi de puntillas, para que no se me agarraran al trapecio de mis sentimientos, aunque alguno lo logró.
Mendiga Voz
Y aún me atrevo a amar
el sonido de la luz en una hora muerta,
el color del tiempo en un muro abandonado.
En mi mirada lo he perdido todo.
Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay.
Alejandra Pizarnik
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