Era una noche rica de estrellas y conducía sobre su vieja y destartalada moto hacia una gasolinera para comprar hielo. Minutos más tarde, bajo las luces de neón y con las bolsas heladas en la cartuchera, inició su camino hacia la casa abandonada de la colina. Con el casco en el codo ascendió sintiendo el cálido viento en la cara. Paró junto al barranco desde donde estaban las vistas de la ciudad que más le gustaban. Situó la moto de cara al barranco, con la ciudad a sus pies y encendió un cigarrillo. Aquella primera calada era para él como el primer descanso del día. La respiró hondo, sintiendo el humo ocupar completamente sus pulmones. Se acodó sobre el manillar y cerró los ojos. Parecía sentir el calor latente de la ciudad tras sus párpados. Las luces de los coches sobre el asfalto y los suaves susurros de las palmeras mecidas por la brisa completaban la sensación. Abrió levemente los ojos y observó el intermitente reflejo de la incandescencia lunar sobre las olas en la costa. A lo lejos.
Apagó la colilla bajo la suela cuando sintió el móvil vibrar en el bolsillo. Le estaban esperando en la casa de la colina con las botellas de whisky sobre la mesa. Impacientes. Probablemente -pensó- desde la colina verían el resplandor del foco de la moto cayendo sobre la ciudad. Miró hacia atrás, hacia la cartuchera y observó que el hielo aún no goteaba. Entonces, parsimoniosamente encendió otro cigarro.
2 comentarios:
Solo paso a decir que tu pequeño relato me ha hecho volar la imaginación mezclando lo que describes con recuerdos propios, y nada, pues eso.
A veces me parece que no basta con saber que nos están leyendo, que seria agradable que nos lo hagan saber, así que paso por aquí a marcar territorio.. *se orina sobre el teclado*. Hasta la próxima.
Muchas gracias por "orinar" en este territorio.
Aquí estoy para cuando gustes.
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