Tres tiros, rotundos y atronadores. Así comenzó la obra de teatro de Los hijos de Kennedy. Tres tiros que fueron mucho más que el final de la vida de Kennedy. Provocaron el brusco inicio de la pérdida de la inocencia, la escisión total de las ilusiones y el radical y violento cambio de la sociedad americana. Se perdieron muchas más cosas que las palabras de Kennedy desde aquel día. Aquel asesinato quebró la dulce existencia de una sociedad entera y desde entonces las vidas de millones de personas quedó marcada con un amargo antes y después.
En la obra representada ayer en el Teatro Cervantes, Los hijos de Kennedy, cinco grandísimos actores: Maribel Verdú, Emma Suárez, Ariadna Gil, Fernando Cayo y Alex García retrataron a través de cinco personajes dispares de la sociedad neoyorquina de la época, cómo aquellos tres certeros tiros modificaron, directa o indirectamente, el rumbo de sus vidas. Personajes que coinciden en uno de los muchos bares que abundaban entonces en las estrechas calles secundarias de Nueva York. Cinco vidas que desde aquel fatídico momento quedaron arrastradas a la turbia desidia de los días sin propósitos.
Tras los tres tiros que también finalizaron la representación, se oyó una atronadora ovación. Yo era parte de ella.
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