Poseo una memoria terrible. Es mala, infiel y vengativa. Les pondré un vergonzoso ejemplo.
Hace unos días, para no ir muy lejos, acababa de subir las escaleras mecánicas de El Corte Inglés y me dirigía distraídamente -como en mí es habitual- hacia la sección de deportes, para hacer un encargo propio de estas fechas. Iba, digo, pensando en mis cosas y de repente escucho a alguien llamándome, levantando la voz desde mi derecha, me llama por mi nombre: ¡Salva, Salva! Me giro y veo a un hombre alto y delgado, vestido de manera deportiva, más o menos de mi edad, alargando la mano para estrechármela, con una amplia sonrisa en la cara, como contento de volver a verme (esta cara me suena -pienso-, lo conozco, pero... de qué lo conozco. ¡Qué mala memoria! Y encima él recuerda mi nombre). De repente me pone la mano en el hombro y me dice que se acuerda muchas veces de mí. Me dice que estoy igual que siempre y que tengo buen aspecto, que seguro que me cuidan bien. Sí, sí, la señora que lo cuida a uno bien -le contesto- (no me siento capaz de decirle que no me acuerdo de él después de tanta demostración de efusividad por su parte). Ahora mismo -pienso- tengo que tener una cara de auténtico panoli. A ti también te cuidan bien -contesto, para salir del paso-. Sí, sí, -me dice- ya sabes. (¡Ya sabes! Empiezo a darme pena a mí mismo).
Hace unos días, para no ir muy lejos, acababa de subir las escaleras mecánicas de El Corte Inglés y me dirigía distraídamente -como en mí es habitual- hacia la sección de deportes, para hacer un encargo propio de estas fechas. Iba, digo, pensando en mis cosas y de repente escucho a alguien llamándome, levantando la voz desde mi derecha, me llama por mi nombre: ¡Salva, Salva! Me giro y veo a un hombre alto y delgado, vestido de manera deportiva, más o menos de mi edad, alargando la mano para estrechármela, con una amplia sonrisa en la cara, como contento de volver a verme (esta cara me suena -pienso-, lo conozco, pero... de qué lo conozco. ¡Qué mala memoria! Y encima él recuerda mi nombre). De repente me pone la mano en el hombro y me dice que se acuerda muchas veces de mí. Me dice que estoy igual que siempre y que tengo buen aspecto, que seguro que me cuidan bien. Sí, sí, la señora que lo cuida a uno bien -le contesto- (no me siento capaz de decirle que no me acuerdo de él después de tanta demostración de efusividad por su parte). Ahora mismo -pienso- tengo que tener una cara de auténtico panoli. A ti también te cuidan bien -contesto, para salir del paso-. Sí, sí, -me dice- ya sabes. (¡Ya sabes! Empiezo a darme pena a mí mismo).
De repente me pregunta, aunque en sí es una afirmación: ¿estarás contento con el Málaga, no? (¡joder!, ¿quién coño es éste? -me torturo- No necesito saber el nombre, tan sólo recordar quién es, hago un esfuerzo de concentración enorme, con cara de poker, intentando que no se me note en la cara). Ya ves, le digo, el curso pasado de alegría en alegría, y esta temporada ya veremos, pero no está muy mal del todo. ¿Y a ti, cómo te va? -le pregunto con interés a ver si soy capaz de tirar de la cuerda y recordar algo-. Tirando -me contesta-, no me quejo. La misma mierda de siempre. Echando más horas que un chino, sudando más que un pollo en un asador y cobrando menos cada día, pero no voy a quejarme que no está la cosa para quejarse y además sirve de poco. La siguiente pregunta ya duele: ¿cuánto hace que no coincidimos? Puf, le digo, un montón, no sabría decir, soy malísimo con las fechas. Seis años o más por lo menos -dice-. ¡Cómo pasa el tiempo! (sólo se me ocurre cargar la conversación de tópicos). Sí, sí que pasa, ya ves -contesta con una media sonrisa en los labios-, a ver si coincidimos en otro mejor momento otro día y nos tomamos una cerveza -sugiere-. A ver, sí, cualquier día de estos. ¡Me alegro de verte!¡Hasta pronto!¡Felices fiestas! Y cada uno para su lado.
Me despedí de él, pero desde entonces todavía anda por mi cabeza y aún sigo intentando averiguar quién coño es. ¡Maldita sea mi mala memoria!
Pd: Pido perdón por si está leyendo esto, aunque lo dudo.
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