Regresé a la biblioteca para devolver la antología poética de Alejandra Pizarnik y me traje la de Blas de Otero. Compréndanme, me crié en una casa de dos plantas, y cada vez que subía a la planta de arriba para cualquier cosa, al bajar debía aprovechar el viaje si no quería pasar los días subiendo y bajando escaleras. Esa circunstancia personal de mi juventud me llevó a querer aprovechar al máximo aquellas subidas y bajadas y como extensión de aquello siempre intento no malgastar mis idas y venidas.
Ya ven que me invento ridículas excusas con tal de traerme un libro de la biblioteca. En cualquier caso, y sea cual fuere la razón, me traje la antología poética de Blas de Otero y una vez leída debo decir que dejando de lado una buena cantidad de poemas religiosos -asunto que no me entra bien por el gaznate-, el resto me agradó bastante. Entre el poemario hay un buen puñado de poemas que ensancharon mi minutos de lectura, como por ejemplo el poema que les coloco a continuación.
Aquí un buen ejemplo.
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Blas de Otero
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