sábado, 14 de diciembre de 2013

Primer día en Aquisgrán

Eran las seis de la madrugada del viernes al sábado y ya llevaba un buen rato con los ojos como platos. Siempre me ocurre lo mismo. No tengo miedo a volar, pero cada vez que estoy a punto de coger un avión me pongo nervioso y me cuesta conciliar el sueño. Hay tantos detalles por amarrar, tantas distintas cosas que tener en cuenta a la hora de un viaje, que las preocupaciones porque todo salga como me gustaría me quitan el sueño.

El viaje comenzó como teníamos previsto -o incluso mejor- pues llegamos con media hora de antelación al aeropuerto de Münster-Osnabrück, lo cual nos vino muy bien, pues después del viaje de tres horas de vuelo teníamos que recoger un coche que habíamos alquilado por Internet un par de días antes, y nuestra intención era llegar a nuestro primer destino cuanto antes mejor para así poder visitar la ciudad cuando aún hubiera luz del día, pero tampoco queríamos correr, porque como ya se sabe las prisas son malas compañeras de viaje.

El coche que nos entregaron era un Volkswagen Golf manual de última generación. Dos mil kilómetros marcaba en el cuenta kilómetros.  Aún olía a recién salido de fábrica y venía equipado con navegador, sistema de ayuda al aparcamiento tanto delantero como trasero, y ruedas especiales para la nieve. Un bombón de utilitario.

Colocamos el equipaje en el maletero e iniciamos nuestra segunda etapa del viaje deseosos de llenarnos los ojos de nuevos horizontes. Salimos de la parkplatz del aeropuerto directos a echarnos encima los más de doscientos kilómetros que nos separaban hasta nuestro hotel en Aachen (Aquisgrán en cristiano), donde llegamos poco más de dos horas después. Durante todo el trayecto nos había estado lloviendo intermitentemente y durante un buen tramo temimos que nos nevara pues el paisaje que nos rodeaba estaba completamente nevado, y la nieve llegaba hasta el arcén, pero no nos nevó y al llegar a Aquisgrán ya ni siquiera llovía, y no llovió durante toda nuestra estancia en la ciudad, cuya Catedral está incluida en la primera lista de doce lugares patrimonio de la Humanidad.

Nuestro hotel estaba situado cercano a una de las dos puertas principales de la antigua ciudad medieval amurallada, llamada Marschiertor, que es la puerta sur. Pero nuestra principal visita prevista para ese primer día era la Catedral de Aquisgrán, así como el museo con su tesoro.

Aquisgrán es conocida principalmente por ser la ciudad donde Carlomagno instaló el centro de su Imperio. Llegando a ser el centro cultural cristiano más importante alrededor del año 800, y también porque alberga la catedral más antigua del norte de Europa. La Catedral es un conglomerado de edificios que fueron creciendo alrededor de la Capilla palatina, y el resultado actual es una amalgama de distintos estilos arquitectónicos que hacen que el conjunto sea auténticamente maravilloso.

La catedral estaba a unos diez minutos a pie desde nuestro hotel, y de camino a la catedral nos tomamos un kebab de ternera, pues eran más de las cuatro y desde que salimos de casa no habíamos probado comida. Fue una buena elección.

La primera impresión al ver la catedral fue imponente, pues en rededor de ella había instalado un mercadillo navideño típico de la región, con multitud de puestos vendiendo todo tipo de artículos artesanales navideños y la estampa hacía retroceder nuestra imaginación a los mercadillos que debían de instalarse en el mismo lugar varios siglos atrás, donde los viajantes deberían de intercambiar y regatear para negociar las mercancías que les fueran necesarias. La mezcla de olores a carne asada, a dulces almendrados, y especialmente el intenso y maravilloso olor que desprenden los gofres, unido con el aroma que despedía  una especie de ponche, o vino tinto caliente azucarado, elaborado con ron y diversas especias, completaban la particular memoria que me queda de mi llegada al recinto.

El interior octogonal de la Capilla Palatina estaba pobremente iluminado con la escasa luz de una lámparas de velas bajo la cual tal vez resaltaba aún más el mosaico dorado que adorna la cúpula. La combinación de dorados y azules, tan elegante e imperial, daba a la vez un aspecto religioso e incluso celestial al interior. Presidiendo el corredor estaba el Cofre de María, donde se supone que están los paños de Jesucristo o el vestido de la Virgen María. En la planta primera estaba colocado el trono imperial, que es el lugar donde se coronaron los emperadores durante siete siglos. El trono dista bastante de la idea general que todos tenemos de un trono, pues era apenas unas cuantas placas de mármol y granito dispuestas en forma de rudimentaria silla.

Nuestra siguiente parada era el Museo del Tesoro de la Catedral. La palabra tesoro nunca tuvo mayor sentido que en esta catedral pues oro era lo que abundaba en el Museo del Tesoro. La Cruz de Lotario realizada de oro y plata con incrustaciones de piedras preciosas, el busto relicario de Carlomagno que incluye la fastuosa corona del Emperador así como -según se cuenta- un trozo de su cráneo,  o el sarcófago de Proserpina, del siglo II, donde descansaban los restos de Carlomagno, además hay un buen número de incunables y hermosos trípticos de distintas épocas.

Salimos de la catedral y nos dejamos arrastrar por el torrente de personas que en esos momentos rodeaban por doquier el recinto. Fotografiamos la catedral desde cualquier perspectiva y derrochamos halagos sobre las idílicas siluetas de esta maravilla de la antigüedad. Robusta y sobria al mismo tiempo que delicada y elegante. Una auténtica maravilla.

Rodeamos la Catedral completamente hasta encontrarnos en la puerta del Ayuntamiento, cuyas primeras escalinatas  subimos para desde allí contemplar la seductora vista desde tan engalanado atrio.

Decidimos abandonar por un rato la algarabía contagiosa que allí se respiraba y salimos por estrechas callejuelas secundarias en busca de la otra entrada de la ciudad medieval, la puerta norte (Ponttor). Conforme nos acercábamos a ella, las calles estaban más solitarias y la iluminación era más escasa. Desde la distancia silueteábamos la entrada, en la que estaban unos hombres charlando, pero conforme nos acercábamos daba la sensación de que eran los centinelas encargados de la custodia de la entrada, de manera que la que cruzamos algo recelosos, pues parecían ocultarse tras sus estrechos y mínimos ventanucos guerreros agazapados, con sus despiadadas y silenciosas miradas, esperando el momento exacto en el que caer sobre nosotros. Aún así cruzamos y volvimos sobre nuestros pasos impunemente, hacia el calor benévolo que emanaba del mercado navideño.

Una vez en él decidimos probar una especie de tortilla frita que vendían en varios de los puestos. Habíamos visto mucha gente con ellos y nos entró ganas de probarlo. Era una especie de masa de puré de patatas con cebolla y alguna otra especie que no supimos distinguir. Esa pasta se freía en aceite hirviendo, vuelta y vuelta, y la servían en una especie de bandeja de cartón, acompañada entre dos distintas salsas a elegir, o bien, mermelada de manzana o bien de fresa. A mí casi me gustaba más sin ningún tipo de salsa. Evidentemente lo regué con una cerveza alemana, pero de eso ya entraré en más detalle en otra entrada específica de este blog. Por supuesto tomamos también salchichas currywurst con patatas fritas.

Después de tan suculenta puesta a punto paseamos sin rumbo como hipnotizados por el envolvente ambiente navideño que se respiraba en cada esquina, cada plaza superaba en encanto a la anterior y solamente el cansancio nos convenció a volver al hotel, pero lo hicimos dando un pequeño y lento rodeo para ver el Teatro Aachen y la entrada a Elisenbrunnen, que son las fuentes históricas de aguas termales, que en realidad fue lo que hizo que Carlomagno decidiera establecer en Aquisgrán el centro de su imperio.

Finalmente regresamos al hotel, cansados de la maratoniana jornada pero satisfechos por lo vivido. Nos sentamos en unas cómodas butacas habilitadas en la recepción donde además disponíamos de WIFI gratuita. Y así fuimos escribiendo los últimos minutos de nuestra primera jornada.

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