Volver a los sitios donde uno no desea volver, porque le traen el recuerdo de una experiencia terrible, es una situación desagradable. Por un lado es una circunstancia forzada e incluso dolorosa con la que uno no deseaba reencontrarse, pero por otro lado es tal vez la forma más adecuada para superar los malos recuerdos. Introducir nuevos recuerdos e intermediarlos entre los antiguos es una forma como otra cualquiera de intentar engañar a la memoria. Estas nuevas experiencias menos traumáticas pueden confundir y desorientar con el paso del tiempo a los recuerdos que en el futuro vendrán a nuestra memoria.
Los malos recuerdos, como ya sabemos, vuelven sin ser llamados y regresan para martirizarnos. Las personas somos tan estúpidas que sentimos remordimientos incluso sobre lo que sabemos que no somos responsables. Nos culpamos incluso cuando sabemos que la culpa nunca tuvo nuestra huella, pero este sentimiento de autoreproche es tan natural y humano como la propia vida. Por eso olvidar los recuerdos indeseados es siempre tan complicado y cualquier ayuda, incluso las molestas, pueden resultar inesperadamente adecuadas.
Dicen que el tiempo lo cura todo, y aunque tengo claro que no siempre es cierto, sí creo que es el mejor antídoto para los recuerdos indeseados. No todo se consigue olvidar, al igual que no siempre es posible mantener fresco en la memoria aquello que se quiere recordar, y tanto es así que en multitud de ocasiones nuestra mente desatiende nuestra petición cuanto más se le requiere, y suele ocurrir también que se recuerda aquello que uno quisiera haber desvanecido en la memoria y, sin embargo, pierde por sus esquinas todo aquello que deseaba mantener presente.
Yo pagaría por extraviar recuerdos, pero más aún pagaría por recuperarlos. Dicen que cuando las personas nos vamos haciendo mayores nuestra mente se retrotrae a un pasado que teníamos olvidado y que algunos de los recuerdos lejanos y oxidados renacen vívidamente. No sé si eso me ocurrirá alguna vez y no sé siquiera si seré consciente de que me esté ocurriendo, pero si no fuese porque dicen que ocurre a una edad longeva, ya me gustaría vivirlo ahora.
A veces pienso que en algún momento de mi vida, sin ser consciente, decidí echar tierra sobre mi pasado, y viví tan sumido en el presente y en el futuro (no mucho más allá del inmediato, no crean) que desatendí mis recuerdos y me convertí en un desmemoriado sin remedio. Por eso puedo decir que siento nostalgia de aquellos recuerdos que perdí -cualesquiera que sean- y sin embargo siento hartazgo de otros que no logro quitarme completamente de encima.
Los malos recuerdos, como ya sabemos, vuelven sin ser llamados y regresan para martirizarnos. Las personas somos tan estúpidas que sentimos remordimientos incluso sobre lo que sabemos que no somos responsables. Nos culpamos incluso cuando sabemos que la culpa nunca tuvo nuestra huella, pero este sentimiento de autoreproche es tan natural y humano como la propia vida. Por eso olvidar los recuerdos indeseados es siempre tan complicado y cualquier ayuda, incluso las molestas, pueden resultar inesperadamente adecuadas.
Dicen que el tiempo lo cura todo, y aunque tengo claro que no siempre es cierto, sí creo que es el mejor antídoto para los recuerdos indeseados. No todo se consigue olvidar, al igual que no siempre es posible mantener fresco en la memoria aquello que se quiere recordar, y tanto es así que en multitud de ocasiones nuestra mente desatiende nuestra petición cuanto más se le requiere, y suele ocurrir también que se recuerda aquello que uno quisiera haber desvanecido en la memoria y, sin embargo, pierde por sus esquinas todo aquello que deseaba mantener presente.
Yo pagaría por extraviar recuerdos, pero más aún pagaría por recuperarlos. Dicen que cuando las personas nos vamos haciendo mayores nuestra mente se retrotrae a un pasado que teníamos olvidado y que algunos de los recuerdos lejanos y oxidados renacen vívidamente. No sé si eso me ocurrirá alguna vez y no sé siquiera si seré consciente de que me esté ocurriendo, pero si no fuese porque dicen que ocurre a una edad longeva, ya me gustaría vivirlo ahora.
A veces pienso que en algún momento de mi vida, sin ser consciente, decidí echar tierra sobre mi pasado, y viví tan sumido en el presente y en el futuro (no mucho más allá del inmediato, no crean) que desatendí mis recuerdos y me convertí en un desmemoriado sin remedio. Por eso puedo decir que siento nostalgia de aquellos recuerdos que perdí -cualesquiera que sean- y sin embargo siento hartazgo de otros que no logro quitarme completamente de encima.
Precisamente ahora me vienen a la memoria aquellos problemas de la facultad -quizás los más difíciles de todos- en los que conocíamos el problema (que venía en el enunciado) y también la solución (facilitada en las últimas páginas del libro) pero desconocíamos lo más complicado, llegar a ella.
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