Los últimos días de diciembre traen el aire agitado de los cambios de estaciones. Las calles parecen más solitarias y los centros comerciales están abarrotados de gentes ansiosas por encontrar el regalo idóneo. El ajetreo es continuo y desordenado y todo parece estar infestado por un desvarío frenético. Cualquier intento de encontrar algo se hace dificultoso y lento. Las estanterías de las librerías, por ejemplo, están más desordenadas que nunca, y este desorden provoca un auténtico caos en el abecedario de las búsquedas. De repente Soledad Puértolas es una escritora de literatura extranjera y Los Cuentos de Canterbury de Chaucer está entre las superventas del momento. Los libros para niños están por todas partes y una tal Violetta puede habitar tanto la zona reservada a los clásicos como la de psicología, incluso entre los libros de viaje. Las personas que habitualmente siempre van desordenándolo todo por las librerías, en estas fechas, si cabe, aún lo practican más. Es una situación demencial.
Las tallas de los jerseys -si no están agotadas- nunca están donde deben y sus colores forman un arcoíris desordenado en cada estantería. Los descuentos de los precios no están actualizados en las etiquetas, y uno puede encontrar el mismo artículo con dos precios distintos. Una marabunta parece haber arrasado por la zona de bolsos. Bien pensado, lo mejor que uno puede hacer es huir y alejarse rápidamente. Abandonar la búsqueda parece lo más sensato, dejar todo para otro momento, quizás a primera hora del día siguiente cuando todo esté ordenado y bien colocado.
Así que me subo el cuello del chaquetón, meto las manos en los bolsillos y regreso para enfrentarme al fuerte viento que gobierna las calles, en busca de una cafetería apartada donde poder cobijarme.
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