martes, 17 de diciembre de 2013

Aquisgrán - Maastricht - Colonia

Nuestro segundo día comenzó con cambios, pues nuestra intención para la jornada era ir a primera hora de la mañana por carretera hasta Maastricht - Mastrique en castellano-, pero la noche anterior quedamos tan hipnotizados con el centro histórico de Aquisgrán que no quisimos salir de ella sin volver a verla con la luz del día. Además para esa mañana el cielo parecía, según los pronósticos en Internet, que iba a estar bastante despejado, o al menos que no llovería. Nos pareció una buena idea volver a hacer una visita rápida.

De manera que como el plan del día se iba a apretar un poco más de lo que teníamos planeado inicialmente decidimos levantarnos algo más temprano y aprovechar el amplísimo horario del desayuno buffet y desayunar aunque fuese a una hora en la que el apetito aún no haya despertado, pero como bien es sabido, en ocasiones todo es comenzar. Justo después de desayunar abandonamos nuestra habitación y bajamos al centro en coche, para intentar recuperar algo de tiempo invertido en la revisita.

El centro de Aquisgrán y en especial su Catedral son un recuerdo que siempre querré mantener en mi memoria, pero como sé que mi memoria es tan infiel nos hicimos unas cuantas fotos, por si acaso.

Después de nuestra fugaz visita matinal por Aachen nos dirigimos a Maastricht, que estaba a cuarenta kilómetros, y para ello tendríamos que dejar Alemania para cruzar su frontera en dirección a Holanda. No habíamos salido aún del centro de Aquisgrán en busca de la autovía cuando comenzaron a caer las primeras gotas que no cesaron hasta nuestra llegada a la coqueta y elegante Maastricht. Fuimos adentrándonos con el coche hasta el mismo centro buscando un aparcamiento lo mejor situado posible y tuvimos suerte pues encontramos uno en la misma plaza principal de nombre impronunciable (Vrijthof), donde ¿cómo no? había instalado un mercado navideño. Éste nos pareció quizás algo menos cautivador que el de Aquisgrán, pero seguramente sería porque era menos recogido y además el entorno no era tan grandioso, y también porque era de día y cierto encanto se pierde con las luces apagadas. En el centro había una gran pista de hielo para practicar el patinaje.
 
Comenzamos nuestra visita desde la misma plaza, rodeando la Basílica de San Servacio y la Iglesia de San Juan, que están la una junto a la otra en una esquina de la plaza. La Basílica y la Iglesia hacen una curiosa pareja, pues la Basílica de San Servacio tiene planta románica y hechuras anchas y cortas y está vestida con pequeños ventanucos de piedra , mientras que la Iglesia de San Juan es muy gótica ella, alta torre y elevado campanario y va vestida de tonalidad rojiza y llamativa. A pesar de tan llamativas diferencias, parecen llevarse muy bien.

Al dar la vuelta completa a tan extraordinaria pareja y justo antes de regresar a la Vrijthof, saludamos a la estatua de San Servacio que preside la entrada principal, que extrañamente no da a la plaza. Bajamos por Grote Staat hacia el edificio del antiguo Tribunal que hoy es la Oficina de Turismo y que fue construido alrededor de 1470. Allí compramos un plano para no perder el norte en tan monumental villa.

A continuación giramos por Muntstraat hacia Markt, donde está el edificio del Stadthuis o Ayuntamiento. El edificio está aislado, en el centro de la plaza, y es de planta aparentemente cuadrada y de estructura clásica, yo diría que afrancesada, aunque la torre despista bastante. Rodeamos la plaza observando cómo cada fachada estaba adornada con el símbolo de su gremio, al igual que hemos visto en otras ciudades europeas, y bajamos hasta encontrarnos con el río Maas, donde está el Puente de San Servacio, el más antiguo de los Países Bajos, por el que cruzamos a pie hasta el otro lado, pero antes nos detuvimos a hacernos unas fotos para aprovechar la amplitud de las vistas desde la rivera del río.

En el otro lado del río está el barrio más antiguo de la ciudad, donde las calles son más estrechas y las edificaciones más modestas y humildes. Hoy en día es una zona tremendamente comercial, repleta de pequeños comercios de todo tipo, desde pequeñas tiendas de moda, galerías de arte, brasseries, locales de trabajo artesanal... y cada esquina está adornada con pequeños detalles que hacen que el conjunto sea particularmente bello. Todo está perfectamente cuidado y engalanado, especialmente en navidades, por lo que nuestros pasos se demoraron disfrutando de cada pincelada que dibujan las calles.
 
Volvimos de nuevo hasta la ribera del Maas, pero esta vez cruzamos por el puente nuevo (De Hoeg Bröck), también peatonal, aunque incluye un carril de bici -no olvidemos la pasión por las bicicletas en Holanda- porque queríamos visitar la parte de las murallas y las entradas a las fortificaciones defensivas que están localizadas por aquella zona. Delante de una de las entradas a la fortificación está el Hospital de los Apestados, por cuyo nombre es fácil deducir qué tipo de pacientes incluía tras sus paredes.

Nos adentramos a través de las murallas por Sint Bernardusstraat hasta la Plaza de Nuestra Señora, que se enorgullece de estar considerada como una de las plazas más bellas de toda Holanda. En la misma plaza está situada la impresionante Basílica de Nuestra Señora Estrella del Mar, que da nombre a la plaza. La mayor parte de la Basílica fue construida entre los siglos XI y XII y su inmensa fachada, sin apenas ornamentación, la hace especialmente distinta a todo lo que yo había visto anteriormente. Los dos torreones que flanquean el enorme paredón y la fachada gótica y menuda adosada a su derecha, dando acceso al claustro, hacen que el conjunto sea especialmente hermoso y heterogéneo.

Abandonamos la plaza por la comercial Wolfstraat y al final giramos a la izquierda y continuamos hasta el punto de partida de nuestra visita a Maastricht en la plaza Vrijthof. Era la hora de despedirse de la ciudad donde se inició el sueño de la Unión Europea e hicimos uso del privilegio de la moneda única comprándonos un gofre para retomar algo de fuerza antes de regresar al coche y poner rumbo de vuelta a Alemania. Nuestro siguiente destino: Köln (Colonia en cristiano).

En Maastricht, por cierto, además de firmarse el tratado del mismo nombre, dando así inicio a la creación de la Unión Europea, falleció el Mosquetero D'artagnan, tanto el personaje de Dumas como el real, por lo que esta ciudad permanecerá siempre en el capítulo final de uno de los grandes personajes novelescos de la historia.

La distancia que separa Maastricht de Colonia son unos 110 kilómetros que recorrimos en una hora y cuarto aproximadamente. Una vez en Colonia aparcamos en un parking junto al hotel, que estaba perfectamente situado a los mismísimos pies de la Catedral de Colonia, uno de los edificios más impresionantes y magníficos que yo jamás haya visto. De hecho esta era mi segunda ocasión en Colonia y también mi segunda ocasión en la Catedral de Colonia y la primera impresión, de nuevo, fue sobrecogedora.

Como era de esperar delante de la Catedral de Colonia habían instalado un mercadillo navideño. Mucho más grande que los anteriores y también bastante más elaborado. Cada puesto estaba numerado y había un plano general para no perderse recorriendo el mercado. Había más de cien puestos solamente en el mercadillo junto a la catedral, y en toda Colonia creo que había seis o siete mercados navideños. Éste no era el más numeroso.

Nuestra intención era esa misma tarde visitar el museo Wallraf-Richartz, una pinacoteca para quitarse el sombrero, y tuvimos que andarnos despiertos porque los museos en Alemania cierran bastante pronto, pero afortunadamente llegamos a tiempo para visitarla. Y la visita bien que mereció las prisas y el precio de la entrada. Rembrandt, Renoir, Ribera, Rubens, Renoir, Van Gogh, Munch, Monet, Manet, Courbet, Degas, Pissarro, Sisley, Cézanne, Canaletto... por nombrar sólo a los más reconocidos. ¡Me derretía por dentro ante tanta maravilla! Y por si fuese poco, en mi último viaje a Madrid para visitar la exposición Hopper me quedé con las ganas de asistir a una exposición de Piranesi en otro recinto de la ciudad madrileña, pero que  -¡casualidades de la vida!- exponía temporalmente en el museo coloniense. Así que mira por donde maté dos pájaros de un tiro.

Salimos del museo agotados a la par que maravillados y decidimos pasear dejándonos guiar por los olores que nos llamaban desde los múltiples mercados navideños que hay repartidos por todo el centro. Así que picoteamos un buen número de comidas típicas que desconocíamos, siempre bien regadas con cervezas, y terminamos vagabundeando de vuelta al hotel, con el manto estrellado sobre nosotros, dejando escapar el vaho de nuestras bocas al hablar, con las manos en los bolsillos pero enlazados a la altura de los codos, deseando estirar las piernas sobre la cama pero indecisos a la hora de abandonar la noche catedralicia.

Una vez de vuelta en la habitación justo antes de acostarme descorrí la cortina y abrí la única ventana de la habitación y me apoyé cansadamente en el borde inferior de la ventana, contemplando la impresionante vista de la Catedral, suspirando  agradecido por tener la suerte de vivir días como el que acababa de vivir. Comprendiendo que la vida no es otra cosa que saber aprovechar el tiempo que se nos otorga, para bien o para mal.

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