martes, 31 de diciembre de 2013
lunes, 30 de diciembre de 2013
Arte callejero 21
Las leyes no cayeron del cielo un buen día. Las leyes las redactaron las personas y las establecieron, para bien o para mal, para decidir los límites legales del comportamiento humano, para concebir una sociedad democrática y justa, y para evitar el libre albedrío. Sin embargo, las leyes han de ir adaptándose a la sociedad, han de ir modificándose para regular los nuevos ámbitos que puedan surgir, como por ejemplo el uso adecuado de Internet. Las leyes deben servir para normalizar y establecer unas condiciones
igualitarias para todos, sin excepciones de ningún tipo. Otorgar derechos
y establecer obligaciones, y deben ser generales y regir lo más
justamente posible la convivencia de la sociedad. Son fundamentales para todos.
Pero viene ocurriendo últimamente que las leyes no se modifican pensando en el bien de un sociedad, sino más bien en los intereses de los partidos políticos. Desde que tengo uso de razón, las leyes se modifican para
el uso y disfrute, o simplemente por capricho, de la fuerza política que esté al
mando. Los Decretos de Ley que regulan el matrimonio, o el aborto, o las
sucesivas leyes de educación, todas provocan un baile normativo cada
pocos años y, a mi parecer, con ello sólo se consigue dividir más a la sociedad, que debe ser exactamente lo contrario de lo que se pretende con la normalización de las leyes. Las leyes deben abrir sus brazos al común de la sociedad, y en ningún caso, ir en contra del sentir común de ella.
Por eso cuesta comprender que nuestros políticos, que tan predispuestos están para cambiar el curso de la sociedad con sus decretos ley, al mismo tiempo, sean tan reacios a la hora de igualar su jubilación con el resto de la sociedad, o por ejemplo, soliciten unas capacidades de idioma para cualquier oposición, así como por su puesto una titulación, y sin embargo, ellos pueden llegar a ser presidentes del gobierno, o ministros de exterior si entender "buenos días" en una lengua distinta de la suya. Una vergüenza.
domingo, 29 de diciembre de 2013
El arte visto por mis ojos
Siempre he creído que apreciar el arte, sentirlo de verdad, es una abierta manera de crecer como persona. Siempre lo he creído así, y así lo sigo creyendo. Comprender que las personas nos distinguimos de los animales en gran parte porque somos capaces de crear de la nada, de plasmar una idea, de expresarnos, de sentir y crear unas sensaciones propias, de evolucionar en nuestros pensamientos, opiniones y gustos, además de otras capacidades, es lo que principalmente marca la diferencia. Y lo escribo con la letra pequeña pues nada de lo anterior tengo claro que sea exclusivo de los humanos, de hecho estoy seguro que al menos algunos animales son capaces de sentir el arte, o es que nunca vieron a un animal amansarse con la música.
Hay una idea general equivocada alrededor del arte, que viene a ser algo así como que todo arte debe explicar o sugerir, o transmitir un mensaje concreto. De que debe llegar a todo el mundo. Ese es un error muy extendido. El arte, el arte con mayúsculas, posiblemente acaricie muchas y diversas fibras y sea tan directo que con una sola y única atención puede poner de acuerdo a un elevado número de personas. Es más directo, es como un bestseller de las obras de arte. Pero eso no quiere decir que sea mejor ni peor que las demás, sino que así es su cualidad, puede que simplemente tocara más puntos comunes que otras, o que acertó más con el gusto general del gran público.
Con la música ocurre muy a menudo que en general se piensa que lo que a uno le gusta es maravilloso y lo que no, es una porquería. O con el arte abstracto, tan desprestigiado por las mayorías, que si no se entiende parece que no vale la pena. El respeto del arte perdió hace mucho esa batalla.
Si le preguntas a una niña de siete años cuál es su color favorito, probablemente contestará que es el rosa, y el de un niño el azul. Probablemente la sociedad los ha llevado a adoptar esas inclinaciones, pero nadie cree -y mucho menos un niño- que los demás colores son horrendos. Luego, conforme las personas vamos creciendo y definiendo nuestro carácter, esa elección primaria puede cambiar, o evolucionar, y sin embargo nadie -o no mucha gente, creo yo- opina que su color es el mejor, y que el del resto es una equivocación. Es una decisión tan arbitraria que nadie pone en duda la elección de los demás.
Exactamente igual ocurre con el arte. Que a la mayoría le guste más la pintura impresionista que la suprematista, por poner un ejemplo, es sólo una elección sensorial, de gusto o agrado hacia un tipo de expresión artística, pero no tiene por qué significar que la otra posibilidad, cualquiera que sea, sea mejor o peor. Es simplemente que por la razón que sea nos gusta o atrae, o nos identificamos más con ese tipo de placer estético.
Parece evidente comprender que a aquel al que le gusta una más amplia gama de formas de arte, más posibilidades tendrá de ser imbuido por ella. Por eso creo que hay que tener los sentidos bien abiertos al arte, porque el arte, bien pensado, es una de las más directas y naturales formas de disfrutar de la vida.
No sé si la capacidad o habilidad para apreciar el arte es innata o aprendida, supongo que gozará un poco de las dos partes, pero sí creo que cuanto más arte he visitado y contemplado, más amplios son mis gustos y, consecuentemente, más salgo ganando.
Camille Pissarro - L'Hermitage near Pontoise (1867)
sábado, 28 de diciembre de 2013
Aire libre - Blas de Otero
Hoy he querido festejar mi afortunado y fortuito encuentro con la poesía de Blas de Otero, escribiéndole este poema. Puede que parezca exceso de arrogancia o inmodestia colocar un poema mío junto a otro del poeta vasco, pero en realidad, como salgo maltrecho con la comparación, es casi un sonrrojante acto de agradecimiento.
Pueden leer el mío y olvidarlo, y deben leer el de Blas de Otero y amarlo.
Nuevos horizontes
Sin buscarlo, sino tropezando,
el nombre de un poeta cayó entre mis ojos.
Un poeta nuevo, desconocido para mí,
ya fallecido pero nunca olvidado.
Alegría por encontrar a Blas de Otero
pero simultáneamente
tristeza por perder sus días.
Buceo en sus palabras,
menudas, delgadas y sinceras,
nado por el oleaje de sus versos,
sobre las brisas de sus esquinas
y me ahogo en sus poemas.
Resplandezco ilusionado por sus nuevos horizontes,
antiguos paisajes ya mil veces visitados,
sin embargo, encuentro un poema vivo,
cercano y mundano,
escrito a ras de tierra,
una poesía que habla de mí.
Salvador Moreno Bonilla
Aire libre
Si algo me gusta, es vivir.
Ver mi cuerpo en la calle,
hablar contigo como un camarada,
mirar escaparates
y, sobre todo, sonreír de lejos
a los árboles...
También me gustan los camiones grises
y muchísimo más los elefantes.
Besar tus pechos,
echarme en tu regazo y despeinarte,
tragar agua de mar como cerveza
amarga, espumeante.
Todo lo que sea salir
de casa, estornudar de tarde en tarde,
escupir contra el cielo de los tundras
y las medallas de los similares,
salir
de esta espaciosa y triste cárcel,
aligerar los ríos y los soles,
salir, salir al aire libre, al aire.
Blas de Otero
viernes, 27 de diciembre de 2013
Una Brinkhoff's nº 1
Este mes como era de esperar voy a presentarles una cerveza alemana de esas que he probado en mi último viaje.
Era nuestra última noche en Alemania, estábamos en Münster, una ciudad encantadora, con calles formando un anillo que rodea la ciudad como un decorado auténtico de cuentos de navidad. La amplia plaza principal rodeada de edificios majestuosos daba al conjunto un inmenso sentido de belleza. Era noche cerrada y estábamos con los pies destrozados de pasear durante toda la jornada. Esa misma mañana habíamos estado visitando la Catedral de Colonia y gran parte de la ciudad. Al día siguiente, a media mañana, tendríamos que coger el coche en dirección al aeropuerto porque nuestro vuelo despegaba al final de la mañana. Acabábamos de sentarnos a descansar casi por primera vez en todo el viaje. El restaurante estaba decorado elegantemente con motivos navideños y estaba abarrotado de gente sonriente y con aspecto jovial, el aroma que inundaba el local era absolutamente balsámico. El camarero vino a tomarnos nota, y yo que le había echado el ojo a una cerveza que estaban probando en la mesa de al lado, le dije que quería una igual.
Aquella cerveza era una Brinkhoff's Nº 1 y me supo a gloria. La cerveza Brinkhoff's es una pilsener alemana, bastante suave y clara, con un 5% de alcohol y con espuma nívea y consistente, con un sabor final extraordinario. No tuve mucho tiempo de catarla porque me duró poco, lo que no es mala señal, y para la siguiente cerveza pedí otra distinta -ya saben, me gusta probar-. No sé si volveré a probarla en mi vida, pero sí que tiene un lugar privilegiado en el horizonte de las cervezas que he probado en el extranjero, al igual que los medallones de solomillo a la pimienta que devoré aquella noche. Se me hace la boca agua al recordarlo.
jueves, 26 de diciembre de 2013
Los últimos días de diciembre
Los últimos días de diciembre traen el aire agitado de los cambios de estaciones. Las calles parecen más solitarias y los centros comerciales están abarrotados de gentes ansiosas por encontrar el regalo idóneo. El ajetreo es continuo y desordenado y todo parece estar infestado por un desvarío frenético. Cualquier intento de encontrar algo se hace dificultoso y lento. Las estanterías de las librerías, por ejemplo, están más desordenadas que nunca, y este desorden provoca un auténtico caos en el abecedario de las búsquedas. De repente Soledad Puértolas es una escritora de literatura extranjera y Los Cuentos de Canterbury de Chaucer está entre las superventas del momento. Los libros para niños están por todas partes y una tal Violetta puede habitar tanto la zona reservada a los clásicos como la de psicología, incluso entre los libros de viaje. Las personas que habitualmente siempre van desordenándolo todo por las librerías, en estas fechas, si cabe, aún lo practican más. Es una situación demencial.
Las tallas de los jerseys -si no están agotadas- nunca están donde deben y sus colores forman un arcoíris desordenado en cada estantería. Los descuentos de los precios no están actualizados en las etiquetas, y uno puede encontrar el mismo artículo con dos precios distintos. Una marabunta parece haber arrasado por la zona de bolsos. Bien pensado, lo mejor que uno puede hacer es huir y alejarse rápidamente. Abandonar la búsqueda parece lo más sensato, dejar todo para otro momento, quizás a primera hora del día siguiente cuando todo esté ordenado y bien colocado.
Así que me subo el cuello del chaquetón, meto las manos en los bolsillos y regreso para enfrentarme al fuerte viento que gobierna las calles, en busca de una cafetería apartada donde poder cobijarme.
miércoles, 25 de diciembre de 2013
La ridícula idea de no volver a verte - Rosa Montero
Se puso a llover repentinamente y me refugié en la biblioteca que hay cerca de casa -qué mejor sitio para refugiarse- y curioseé entre los libros de novedades y elegí uno que llevarme -me cuesta horrores no traerme ninguno, a pesar de que en la casa tengo libros que quizás no pueda leer en toda la vida-. Me traje el último libro de Rosa Montero, de la que no había leído nada con anterioridad, pero mi mujer que sí había leído un libro suyo (La hija del caníbal) me había comentado que le había gustado. El título me encantó: La ridícula idea de no volver a verte, no sé por qué pero me sonaba a frase hecha o a estribillo de canción -quizás exista-.
Leí la sinopsis y explicaba que el libro hablaba "de la superación del dolor, de las relaciones entre hombres y mujeres, del esplendor del sexo, de la ciencia y de la ignorancia , de la fuerza salvadora de la literatura y de la sabiduría de quienes aprenden a vivir con plenitud y con ligereza.". Buf -pensé- un libro que abarca multitud de temas y todos me interesan. Por si fuese poco también añadía que era un libro "libérrimo y original... inclasificable..." y además incluía un Diario de Marie Curie. Esto último fue lo que me dejó un poco fuera de juego. ¿Que incluye un diario de Marie Curie? Efectivamente así debería ser pues pasando las páginas rápidamente comprobé que insertadas en el texto había salpicadas distintas fotos de la famosa científica polaca. Me lo llevo.
En cuatro sentadas lo he leído y quitando "el esplendor del sexo" que yo no lo encontré por ninguna parte, el resto, aunque ligeramente sí está en el libro.
Lo más acertado es que es un libro escrito con mucha libertad, pues la autora mientras avanza por la biografía de Marie Curie, introduce su principal preocupación sobre el principal tema de la superación de la muerte de un ser querido, punto en común de su vida privada en el momento en el que leyó la vida de Marie Curie. Me ha gustado.
En cuatro sentadas lo he leído y quitando "el esplendor del sexo" que yo no lo encontré por ninguna parte, el resto, aunque ligeramente sí está en el libro.
Lo más acertado es que es un libro escrito con mucha libertad, pues la autora mientras avanza por la biografía de Marie Curie, introduce su principal preocupación sobre el principal tema de la superación de la muerte de un ser querido, punto en común de su vida privada en el momento en el que leyó la vida de Marie Curie. Me ha gustado.
Pd: Con la lectura de este libro me quité esa fama de la que tanto me tacha mi mujer de ser un lector exclusivo de autores masculinos.
martes, 24 de diciembre de 2013
Mis deseos
Siempre he sido muy de navidades y siempre he disfrutado intensamente ese aire familiar y hogareño que se respira en estas fechas. Las fechas más familiares del año, donde las familias se desplazan, hacen miles de kilómetros para encontrarse, y las sonrisas y los abrazos imperan en las casas y el brillo de la navidad alumbra en los hogares. Por contra, la navidad es casi una maldición para aquellos que por las razones que sean quedan separados de sus familias, o simplemente no las tienen, y a buen seguro se sienten desplazados por la situación.
Yo el año pasado perdí el auténtico eje de las navidades de mi vida, mi madre, y sin ella la navidad ya no será lo mismo, y puede que nunca vuelva a serlo, pero aún, a pesar de todo, mantengo un recuerdo dulce de la navidad, o eso intento. Las navidades reunidos en nuestra casa, cuando venían mis abuelos, los regalos, las comidas que a todos nos gustaban, el tiempo de ocio juntos, la chimenea encendida... sí, verdaderamente la Navidad estaba escrita con mayúsculas en las fechas de mi vida. Ahora, además, están los niños, mis hijos y mis sobrinos, que dan un aire distinto y novedoso a todo. Su ilusión y sus ganas e inocencia brillan sobresaliendo por encima de todo, esperanzadoramente. Las navidades que me quedan se las entregaré a ellos y ojalá no vivan nunca una navidad tan triste como la que me tocó vivir a mí el año pasado. Bien pensado, esos son mis mejores deseos.
lunes, 23 de diciembre de 2013
Ecos de un viaje
Volver de un viaje y aterrizar lleva mucho más tiempo del que ocupa literalmente. Varios días más tarde aún arrastramos el dolor de pies y hasta los efectos del jetlag; todavía están las maletas por colocar en el último hueco del altillo del armario, y quedan por guardar en los cajones ropa usada en el viaje una vez lavada y planchada.
Una semana más tarde todavía quedan restos del viaje: un bombón de la caja que se trajo acompañando el café de la tarde, un ticket en la cartera de aquella cena en aquel restaurante, un mapa del museo que se visitó olvidado en el bolsillo de un chaquetón, el libro que se comenzó en el avión de ida y que aún está junto a la mesa de noche, cuyo separador de páginas es el billete de embarque.
Los viajes no acaban cuando uno vuelve, siguen acompañándonos. El eco de los recuerdos depende en gran medida de lo vivido en él.
domingo, 22 de diciembre de 2013
Marilyn Monroe 12
Estamos en diciembre, tiempo de regalos, de Papá Nöel y de celebraciones navideñas, tiempo para estar con la familia, tiempo también para comidas sabrosas y postres deliciosos. En mi caso también tiempo para disfrutar de las cosas que me gustan: un buen café, un buen libro, un buen rato escuchando música, o descansando una buena siesta. Placeres pequeños.
Marilyn también tenía sus pequeños placeres.
sábado, 21 de diciembre de 2013
Colonia - Münster
Aún siendo nuestra penúltima jornada, habíamos acumulado mi santa y yo tantas ganas por viajar y conocer nuevas ciudades que llegado el momento no quisimos desperdiciar ni un solo minuto y bajamos al buffet de nuestro hotel en Colonia cuando aún estaba amaneciendo. Queríamos exprimir nuestra estancia en la ciudad al máximo. Con ese primer café de la mañana verdaderamente terminamos de despertar.
Era lunes y Colonia comenzaba a calentar motores para una larga semana prenavideña. A través de la amplia cristalera del salón habilitado para el desayuno se veía la Catedral. El cielo esparcía una blanca claridad sobre ella y habían comenzado a apagarse la mayoría de las farolas. En la acera el viento empujaba arremolinadamente los escasos restos que aún quedaban por recoger de la noche anterior, mientras los empleados municipales aún estaban limpiando las calles. Las noticias de la prensa acababan de llegar a las oficinas para inaugurar las conversaciones y muchos empleados trajeados se dirigían diligentes hacia sus lugares de trabajo. Muchos de ellos caminaban con un café calentándoles las manos, otros en cambio consultaban el móvil mientras lo sostenían con sus manos desnudas al frío matutino.
Nuestros primeros pasos del día nos llevaron hacia la Catedral, la Kölner Dom, el monumento más visitado de Alemania, más de seiscientos años de construcción y durante muchos siglos el edificio más alto del planeta. Ostenta varios records de esos que quedan muy bien en las guías: que si la campana más grande, que si la aguja más alta, que si el mejor ejemplo del gótico y por supuesto, todo adornado con el seductor sello de la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.
La Catedral de Colonia merece, pues, una visita concienzuda y meticulosa, a ser posible con visita guiada, pero no la había en castellano en un horario se ajustase a nuestras necesidades, así que decidimos hacer la visita por nuestra cuenta con la ayuda de un pequeño tríptico que pagabas al entrar si eras honrado. Existía además la posibilidad de subir a una de las torres, quinientos y pico escalones mediante, pero también la desestimamos porque los dos le tenemos bastante estima a nuestros gemelos y glúteos. Además nos robaría un tiempo del que no disponíamos.
Visitamos la catedral siguiendo el itinerario recomendado en el folleto,
párrafo a párrafo, capilla a capilla, vidriera tras vidriera,
contemplando sus imágenes, sus mosaicos, sus tumbas, sus esculturas y sus altares,
el coro y especialmente el rico relicario de los tres Reyes Magos, obra magnífica en oro y principal atractivo de la Catedral, exceptuándola a ella en sí misma, claro.
Salimos de la Catedral casi una hora después por la puerta que da hacia la estación de tren Hauptbahnhof, en la Bahnhofvorplatz y cruzamos la plaza hacia Hohestrasse y giramos a la derecha en Schildergasse, una de las arterias comerciales principales de la ciudad y donde está el famoso centro comercial Kaufhof y el Weltstadthaus, el fabuloso edificio acristalado diseñado por el arquitecto italiano Renzo Piano.
Continuamos hasta llegar al Neumarkt, donde había otro mercado navideño por el que curioseamos y desde donde contemplamos la Iglesia de St Aposteln. Dimos la vuelta y bajamos por Cäcilien Strasse, paralelos al metro y rodeados de iglesias y de edificios de aparcamientos.
Junto a St María im Kapitol, desde donde se veía el inmenso Hotel Maritim, giramos hacia la izquierda, pasando por delante del Hard Rock Café, por Quartermarkt, junto a las ruinas de la iglesia de St Alban. Desembocamos junto al Museo Wallraf-Richatz que tan buen eco en la memoria nos dejó la tarde anterior y nos detuvimos frente a la Farina Haus, en la misma plaza del Ayuntamiento, que es el primer sitio del mundo donde se elaboró la fragancia conocida como Agua de Colonia, tan extendida por todo el globo.
Continuamos hasta llegar al Neumarkt, donde había otro mercado navideño por el que curioseamos y desde donde contemplamos la Iglesia de St Aposteln. Dimos la vuelta y bajamos por Cäcilien Strasse, paralelos al metro y rodeados de iglesias y de edificios de aparcamientos.
Junto a St María im Kapitol, desde donde se veía el inmenso Hotel Maritim, giramos hacia la izquierda, pasando por delante del Hard Rock Café, por Quartermarkt, junto a las ruinas de la iglesia de St Alban. Desembocamos junto al Museo Wallraf-Richatz que tan buen eco en la memoria nos dejó la tarde anterior y nos detuvimos frente a la Farina Haus, en la misma plaza del Ayuntamiento, que es el primer sitio del mundo donde se elaboró la fragancia conocida como Agua de Colonia, tan extendida por todo el globo.
La plaza del Ayuntamiento estaba en esos momentos en obras, pero se respetaba la espléndida vista hacia la fachada renacentista y su torre gótica. Un buen momento para descansar.
Rodeando la torre llegamos hasta el mercado navideño en Alter Markt, que es quizás el más bonito de todos los que habíamos visto hasta el momento, que además estaba separado apenas cincuenta metros del mercado navideño instalado en Heumarkt, tan bonito como el anterior, pero al que no acompañaba tanto el entorno. Todo era precioso y encantador.
Rodeando la torre llegamos hasta el mercado navideño en Alter Markt, que es quizás el más bonito de todos los que habíamos visto hasta el momento, que además estaba separado apenas cincuenta metros del mercado navideño instalado en Heumarkt, tan bonito como el anterior, pero al que no acompañaba tanto el entorno. Todo era precioso y encantador.
Por Mülengasse bajamos hasta encontrar el caudaloso Rhein -Rin-, a la altura de las originales fachadas coloreadas de los edificios y la poderosa Groß Sankt Martin presidiendo majestuosamente la vista. Aunque está totalmente resconstruida después de la II guerra Mundial, la han realizado idéntica a la anterior. Una de las más atractivas estampas de la ciudad alemana.
Desde aquí también se puede disfrutar de una esplendida vista del Hohenzollern Brücke, famoso puente de acero que une el centro de Colonia con el resto del Europa. El puente ferroviario más utilizado de Alemania.
Junto a estas formidables panorámicas nos fuimos despidiendo de Colonia. Nos acercamos al hotel, recogimos las maletas y salimos hacia el parking donde habíamos dejando el coche el día anterior, pero antes de darle la espalda a la Catedral nos detuvimos para disfrutar de una última vista de su doble silueta. Adiós Catedral de Colonia, absoluto faro de la ciudad, auf wiedersehen.
Nos acoplamos de nuevo en el coche y arrancamos en dirección a Münster. Por delante aún nos quedaban ciento cincuenta kilómetros, que para ser sinceros se nos hicieron largos ya que sufrimos varias caravanas de vehículos. Alemania es un país extenso, situado casi en el mismo epicentro de Europa y por sus carreteras pasan infinidad de trailers transportando todo tipo de mercancías. Además Colonia es famosa dentro del país germano por tener unos de los accesos más enrevesados y unas de las ciudades con el tráfico más caótico. Doy fe.
Llegamos a Münster sobre las tres de la tarde y aún quedaba tiempo antes de que anocheciera, pero no mucho, no estábamos para perder el tiempo. de manera que tan proto como aparcamos y nos dieron la llave de la habitación, soltamos el equipaje, nos abrigamos un poco para el frío y nos arrojamos a recorrer sus calles.
Münster es una ciudad pequeña de Westfalia, cerca de Dortmund, con un casco antiguo casi de cuento de hadas. Uno de esos lugares de ensueño que salen en las películas navideñas, donde cada rincón parece estar decorado para embellecer el conjunto. Las calles estaban abarrotadas de gentío alborotado, los escaparates de las tiendas competían en encanto los unos con los otros, y los olores de los mercadillos inundaban el ambiente dulcemente. El timbre de las bicicletas, que cruzaban disparadas desde casi cualquier sitio, aumentaba la sensación de irrealidad. El sentido navideño de lo que estábamos viviendo era verdaderamente contagioso y por un instante sentí unas ganas enorme de gritar Merry Christmas to everybody!, pero caí en la cuenta de que estaba en Alemania y allí se hablaba alemán y me retraje. Afortunadamente.
Paseamos por el anillo que rodea el centro histórico de la ciudad, donde cada fachada lucía orgullosa su iluminada hermosura, y contemplamos los frontones con sus características terminación en escalones, los amplios ventanales para aprovechar al máximo la escasa luz que dora sus calles, los portones robustos y sobrios de madera prieta y acostumbrada a ver helar las calles. Todo mostraba una sencillez tan distinta y natural a la que estoy acostumbrado que aun llamaba más la atención. La indudable diferencia que contemplábamos no encajaba con la invariable naturalidad de todas las personas que nos rodeaban, nadie parecía percatarse de la enorme belleza que les abrazaba. Caminaban ajenos y distraídos. Como ciegos en un palacio de cristal. No era posible. ¿Es que acaso nosotros éramos los únicos capaces de apreciar la sublime belleza que nos rodeaba? ¿Eran todos los que pasaban junto a nosotros estéticamente necios? ¿Habrían sido bautizados por una especie de maldición sensorial? ¿No estarían capacitados? Enseguida caímos en la cuenta de que en realidad nosotros éramos los únicos que no habíamos visto nunca antes algo así, éramos los únicos que estrenábamos decorado, éramos los únicos que no estábamos vacunados por la cotidiana indiferencia de lo mil veces contemplado. Lo que para nosotros era una utópica visión para ellos era el diario aspecto de cada jornada. Lo inamovible en el recorrido de sus días. Ese sentido de lo excepcional avivó aun más el fuego de nuestra ilusión.
Nos detuvimos a picar algo en uno de los cinco mercados navideños que encontramos por nuestro camino. Era el Giebelhüskesmarkt, en la Überweisserkirchplazt. Comimos una especie de merluza rebozada en una masa parecida a la de los fish & chips británicos, acompañada de un cartucho de patatas fritas al estilo belga con mayonesa. Nada más terminar de tomar el último bocado volvimos por un hermoso y pequeño puente sobre un canal, hacia la Picassoplatz, a través de la plaza de la Catedral -Domplatz-, donde visitamos el Museo monográfico a Picasso que hay en Münster.
El Kunstmuseum Pablo Picasso no era especialmente amplio, ni especialmente bello, pero en conjunto fue una visita acertada. Faltaban bastantes obras que pertenecen al museo porque estaban de préstamo en Niza, pero a cambio, en el museo de Münster se encontraban un buen número de obras de Matisse, prestadas por el Museo de Niza.
Salimos del museo prácticamente los últimos, orgullosos de que un malagueño tuviese un nombre de una plaza y un museo individual en aquella ciudad. Era uno de esos momentos en los que uno está deseoso de que alguien le pregunte de dónde es para contestarle que del mismo sitio que Picasso, de Málaga, pero no se dio el caso. Ains...
Ya había anochecido cuando salimos y temimos salir y no encontrar a nadie por las calles, pero nos llevamos una estupenda sorpresa cuando comprobamos que no sólo las calles estaban abarrotadas, sino que además había multitud de personas por todas partes. Las tiendas estaban aún abiertas, y el gentío llenaba cada taberna y cada plaza. Pepi tenía los pies machacadísimos y prefería sentarse para cenar esa noche, de manera que nos pusimos a pasear en busca de un lugar que nos entrara por los ojos. Finalmente dimos con una plaza animadísima, la Kiepenkerlplatz, donde en el centro había un mercado navideño, pero rodeándola había varios restaurantes a cual más bello. Tras un leve titubeo nos decidimos por el Restaurante Kleiner Keipenkerl, con una típica fachada de ladrillo, cruzada por vigas de maderas. El interior que pudimos ver a través del cristal esmerilado de la ventana parecía elegante y los platos bien servidos. No podíamos pensarlo mucho porque se iba haciendo tarde y estábamos derrotados. Nos decidimos por ese, pero al entrar un maître nos atendió en la puerta y nos dijo que sin reserva no era posible esa noche, que estaban completo. ¡Un lunes! De manera que volvimos a la plaza y preguntamos en el otro que estaba justo al lado que también tenía buena pinta. Nunca hay mal que por bien no venga, pensé. El siguiente también estaba lleno. Ni una mesa libre y no sería posible ni siquiera esperando en la barra. Empezamos a sospechar que tendríamos que volver a cenar de pie en un mercado navideño. Salimos de la plaza y rodeamos la manzana y en un lateral de la calle vimos unas ventanas con las luces encendidas y junto a las ventanas varias parejas cenando. Nos acercamos disimuladamente para mirar el interior y tenía muy buena pinta. Al lado había una puerta, pero no había ningún cartel, ni nada que indicara que era un restaurante, absolutamente nada. Una puerta modesta y nada más. Empujamos la puerta y entramos en el restaurante, la puerta estaba junto a la cocina, y era evidentemente una puerta de servicio, pero ya estábamos dentro, había varios pequeños salones en el restaurante, todo muy laberíntico y bien decorado. El ambiente bullicioso animaba a sonreír y a la alegría, los camareros pasaban con bandejas llenas de jarras de cervezas, y el olor a carne bien guisada era cautivador. ¡Aquí me quedo yo! -deseé-. Paseamos de salón en salón buscando una mesa, y justo en ese momento una pareja se levantó. Nuestra oportunidad. Un camarero que nos vio y comprendió la situación, en seguida nos indicó donde colgar las bufandas y los chaquetones y le facilitó el asiento a mi señora. ¡Habíamos triunfado! Todavía pasaron unos minutos hasta que Pepi vio al primer metre, aquel que nos dijo que estaba todo lleno en el primer restaurante que fuimos, pasando por entre las mesas. El nombre del restaurante en letras doradas con la típica letra de imprenta alemana en la primera página de la carta, confirmó nuestras sospechas. Habíamos entrado en el restaurante que habíamos escogido primero por la puerta de servicio. ¡El que estaba completo! ¡Imposible sin reserva -dijo-!¡Vaya risas que nos echamos! Y lo mejor: ¡fue una cena estupenda!
Esa noche de vuelta al hotel confieso que el camino se me hizo ondulado. Varias cervezas que pedí en el restaurante tuvieron la culpa. Volvimos tras un largo y bonito paseo de vuelta al hotel. El viaje llegaba a su fin. A la mañana siguiente, después del desayuno y de un par de horas paseando por el centro, para ver las mismas calles con la luz del día, deberíamos salir hacia el aeropuerto que estaba situado a unos veinte kilómetros de allí. Un paseo.
Y así hicimos, al día siguiente regresamos al aeropuerto, devolvimos el coche que tan buen servicio nos había ofrecido y volamos de vuelta hacia nuestro hogar, donde habíamos dejado a los chiquitines que tanto echamos de menos.
Regresamos a casa satisfechos de haber aprovechado cada minuto de nuestro viaje y de haber cumplido prácticamente todos nuestros objetivos, todas las ilusiones que teníamos puestas en él. Orgullosos de haber hecho de una realidad un sueño.
El Kunstmuseum Pablo Picasso no era especialmente amplio, ni especialmente bello, pero en conjunto fue una visita acertada. Faltaban bastantes obras que pertenecen al museo porque estaban de préstamo en Niza, pero a cambio, en el museo de Münster se encontraban un buen número de obras de Matisse, prestadas por el Museo de Niza.
Salimos del museo prácticamente los últimos, orgullosos de que un malagueño tuviese un nombre de una plaza y un museo individual en aquella ciudad. Era uno de esos momentos en los que uno está deseoso de que alguien le pregunte de dónde es para contestarle que del mismo sitio que Picasso, de Málaga, pero no se dio el caso. Ains...
Ya había anochecido cuando salimos y temimos salir y no encontrar a nadie por las calles, pero nos llevamos una estupenda sorpresa cuando comprobamos que no sólo las calles estaban abarrotadas, sino que además había multitud de personas por todas partes. Las tiendas estaban aún abiertas, y el gentío llenaba cada taberna y cada plaza. Pepi tenía los pies machacadísimos y prefería sentarse para cenar esa noche, de manera que nos pusimos a pasear en busca de un lugar que nos entrara por los ojos. Finalmente dimos con una plaza animadísima, la Kiepenkerlplatz, donde en el centro había un mercado navideño, pero rodeándola había varios restaurantes a cual más bello. Tras un leve titubeo nos decidimos por el Restaurante Kleiner Keipenkerl, con una típica fachada de ladrillo, cruzada por vigas de maderas. El interior que pudimos ver a través del cristal esmerilado de la ventana parecía elegante y los platos bien servidos. No podíamos pensarlo mucho porque se iba haciendo tarde y estábamos derrotados. Nos decidimos por ese, pero al entrar un maître nos atendió en la puerta y nos dijo que sin reserva no era posible esa noche, que estaban completo. ¡Un lunes! De manera que volvimos a la plaza y preguntamos en el otro que estaba justo al lado que también tenía buena pinta. Nunca hay mal que por bien no venga, pensé. El siguiente también estaba lleno. Ni una mesa libre y no sería posible ni siquiera esperando en la barra. Empezamos a sospechar que tendríamos que volver a cenar de pie en un mercado navideño. Salimos de la plaza y rodeamos la manzana y en un lateral de la calle vimos unas ventanas con las luces encendidas y junto a las ventanas varias parejas cenando. Nos acercamos disimuladamente para mirar el interior y tenía muy buena pinta. Al lado había una puerta, pero no había ningún cartel, ni nada que indicara que era un restaurante, absolutamente nada. Una puerta modesta y nada más. Empujamos la puerta y entramos en el restaurante, la puerta estaba junto a la cocina, y era evidentemente una puerta de servicio, pero ya estábamos dentro, había varios pequeños salones en el restaurante, todo muy laberíntico y bien decorado. El ambiente bullicioso animaba a sonreír y a la alegría, los camareros pasaban con bandejas llenas de jarras de cervezas, y el olor a carne bien guisada era cautivador. ¡Aquí me quedo yo! -deseé-. Paseamos de salón en salón buscando una mesa, y justo en ese momento una pareja se levantó. Nuestra oportunidad. Un camarero que nos vio y comprendió la situación, en seguida nos indicó donde colgar las bufandas y los chaquetones y le facilitó el asiento a mi señora. ¡Habíamos triunfado! Todavía pasaron unos minutos hasta que Pepi vio al primer metre, aquel que nos dijo que estaba todo lleno en el primer restaurante que fuimos, pasando por entre las mesas. El nombre del restaurante en letras doradas con la típica letra de imprenta alemana en la primera página de la carta, confirmó nuestras sospechas. Habíamos entrado en el restaurante que habíamos escogido primero por la puerta de servicio. ¡El que estaba completo! ¡Imposible sin reserva -dijo-!¡Vaya risas que nos echamos! Y lo mejor: ¡fue una cena estupenda!
Esa noche de vuelta al hotel confieso que el camino se me hizo ondulado. Varias cervezas que pedí en el restaurante tuvieron la culpa. Volvimos tras un largo y bonito paseo de vuelta al hotel. El viaje llegaba a su fin. A la mañana siguiente, después del desayuno y de un par de horas paseando por el centro, para ver las mismas calles con la luz del día, deberíamos salir hacia el aeropuerto que estaba situado a unos veinte kilómetros de allí. Un paseo.
Y así hicimos, al día siguiente regresamos al aeropuerto, devolvimos el coche que tan buen servicio nos había ofrecido y volamos de vuelta hacia nuestro hogar, donde habíamos dejado a los chiquitines que tanto echamos de menos.
Regresamos a casa satisfechos de haber aprovechado cada minuto de nuestro viaje y de haber cumplido prácticamente todos nuestros objetivos, todas las ilusiones que teníamos puestas en él. Orgullosos de haber hecho de una realidad un sueño.
martes, 17 de diciembre de 2013
Aquisgrán - Maastricht - Colonia
Nuestro segundo día comenzó con cambios, pues nuestra intención para la jornada era ir a primera hora de la mañana por carretera hasta Maastricht - Mastrique en castellano-, pero la noche anterior quedamos tan hipnotizados con el centro histórico de Aquisgrán que no quisimos salir de ella sin volver a verla con la luz del día. Además para esa mañana el cielo parecía, según los pronósticos en Internet, que iba a estar bastante despejado, o al menos que no llovería. Nos pareció una buena idea volver a hacer una visita rápida.
De manera que como el plan del día se iba a apretar un poco más de lo que teníamos planeado inicialmente decidimos levantarnos algo más temprano y aprovechar el amplísimo horario del desayuno buffet y desayunar aunque fuese a una hora en la que el apetito aún no haya despertado, pero como bien es sabido, en ocasiones todo es comenzar. Justo después de desayunar abandonamos nuestra habitación y bajamos al centro en coche, para intentar recuperar algo de tiempo invertido en la revisita.
El centro de Aquisgrán y en especial su Catedral son un recuerdo que siempre querré mantener en mi memoria, pero como sé que mi memoria es tan infiel nos hicimos unas cuantas fotos, por si acaso.
Después de nuestra fugaz visita matinal por Aachen nos dirigimos a Maastricht, que estaba a cuarenta kilómetros, y para ello tendríamos que dejar Alemania para cruzar su frontera en dirección a Holanda. No habíamos salido aún del centro de Aquisgrán en busca de la autovía cuando comenzaron a caer las primeras gotas que no cesaron hasta nuestra llegada a la coqueta y elegante Maastricht. Fuimos adentrándonos con el coche hasta el mismo centro buscando un aparcamiento lo mejor situado posible y tuvimos suerte pues encontramos uno en la misma plaza principal de nombre impronunciable (Vrijthof), donde ¿cómo no? había instalado un mercado navideño. Éste nos pareció quizás algo menos cautivador que el de Aquisgrán, pero seguramente sería porque era menos recogido y además el entorno no era tan grandioso, y también porque era de día y cierto encanto se pierde con las luces apagadas. En el centro había una gran pista de hielo para practicar el patinaje.
Comenzamos nuestra visita desde la misma plaza, rodeando la Basílica de San Servacio y la Iglesia de San Juan, que están la una junto a la otra en una esquina de la plaza. La Basílica y la Iglesia hacen una curiosa pareja, pues la Basílica de San Servacio tiene planta románica y hechuras anchas y cortas y está vestida con pequeños ventanucos de piedra , mientras que la Iglesia de San Juan es muy gótica ella, alta torre y elevado campanario y va vestida de tonalidad rojiza y llamativa. A pesar de tan llamativas diferencias, parecen llevarse muy bien.
Al dar la vuelta completa a tan extraordinaria pareja y justo antes de regresar a la Vrijthof, saludamos a la estatua de San Servacio que preside la entrada principal, que extrañamente no da a la plaza. Bajamos por Grote Staat hacia el edificio del antiguo Tribunal que hoy es la Oficina de Turismo y que fue construido alrededor de 1470. Allí compramos un plano para no perder el norte en tan monumental villa.
A continuación giramos por Muntstraat hacia Markt, donde está el edificio del Stadthuis o Ayuntamiento. El edificio está aislado, en el centro de la plaza, y es de planta aparentemente cuadrada y de estructura clásica, yo diría que afrancesada, aunque la torre despista bastante. Rodeamos la plaza observando cómo cada fachada estaba adornada con el símbolo de su gremio, al igual que hemos visto en otras ciudades europeas, y bajamos hasta encontrarnos con el río Maas, donde está el Puente de San Servacio, el más antiguo de los Países Bajos, por el que cruzamos a pie hasta el otro lado, pero antes nos detuvimos a hacernos unas fotos para aprovechar la amplitud de las vistas desde la rivera del río.
En el otro lado del río está el barrio más antiguo de la ciudad, donde las calles son más estrechas y las edificaciones más modestas y humildes. Hoy en día es una zona tremendamente comercial, repleta de pequeños comercios de todo tipo, desde pequeñas tiendas de moda, galerías de arte, brasseries, locales de trabajo artesanal... y cada esquina está adornada con pequeños detalles que hacen que el conjunto sea particularmente bello. Todo está perfectamente cuidado y engalanado, especialmente en navidades, por lo que nuestros pasos se demoraron disfrutando de cada pincelada que dibujan las calles.
Volvimos de nuevo hasta la ribera del Maas, pero esta vez cruzamos por el puente nuevo (De Hoeg Bröck), también peatonal, aunque incluye un carril de bici -no olvidemos la pasión por las bicicletas en Holanda- porque queríamos visitar la parte de las murallas y las entradas a las fortificaciones defensivas que están localizadas por aquella zona. Delante de una de las entradas a la fortificación está el Hospital de los Apestados, por cuyo nombre es fácil deducir qué tipo de pacientes incluía tras sus paredes.
Nos adentramos a través de las murallas por Sint Bernardusstraat hasta la Plaza de Nuestra Señora, que se enorgullece de estar considerada como una de las plazas más bellas de toda Holanda. En la misma plaza está situada la impresionante Basílica de Nuestra Señora Estrella del Mar, que da nombre a la plaza. La mayor parte de la Basílica fue construida entre los siglos XI y XII y su inmensa fachada, sin apenas ornamentación, la hace especialmente distinta a todo lo que yo había visto anteriormente. Los dos torreones que flanquean el enorme paredón y la fachada gótica y menuda adosada a su derecha, dando acceso al claustro, hacen que el conjunto sea especialmente hermoso y heterogéneo.
Abandonamos la plaza por la comercial Wolfstraat y al final giramos a la izquierda y continuamos hasta el punto de partida de nuestra visita a Maastricht en la plaza Vrijthof. Era la hora de despedirse de la ciudad donde se inició el sueño de la Unión Europea e hicimos uso del privilegio de la moneda única comprándonos un gofre para retomar algo de fuerza antes de regresar al coche y poner rumbo de vuelta a Alemania. Nuestro siguiente destino: Köln (Colonia en cristiano).
En Maastricht, por cierto, además de firmarse el tratado del mismo nombre, dando así
inicio a la creación de la Unión Europea, falleció el Mosquetero
D'artagnan, tanto el personaje de Dumas como el real, por lo que esta
ciudad permanecerá siempre en el capítulo final de uno de los grandes
personajes novelescos de la historia.
La distancia que separa Maastricht de Colonia son unos 110 kilómetros que recorrimos en una hora y cuarto aproximadamente. Una vez en Colonia aparcamos en un parking junto al hotel, que estaba perfectamente situado a los mismísimos pies de la Catedral de Colonia, uno de los edificios más impresionantes y magníficos que yo jamás haya visto. De hecho esta era mi segunda ocasión en Colonia y también mi segunda ocasión en la Catedral de Colonia y la primera impresión, de nuevo, fue sobrecogedora.
Como era de esperar delante de la Catedral de Colonia habían instalado un mercadillo navideño. Mucho más grande que los anteriores y también bastante más elaborado. Cada puesto estaba numerado y había un plano general para no perderse recorriendo el mercado. Había más de cien puestos solamente en el mercadillo junto a la catedral, y en toda Colonia creo que había seis o siete mercados navideños. Éste no era el más numeroso.
Nuestra intención era esa misma tarde visitar el museo Wallraf-Richartz, una pinacoteca para quitarse el sombrero, y tuvimos que andarnos despiertos porque los museos en Alemania cierran bastante pronto, pero afortunadamente llegamos a tiempo para visitarla. Y la visita bien que mereció las prisas y el precio de la entrada. Rembrandt, Renoir, Ribera, Rubens, Renoir, Van Gogh, Munch, Monet, Manet, Courbet, Degas, Pissarro, Sisley, Cézanne, Canaletto... por nombrar sólo a los más reconocidos. ¡Me derretía por dentro ante tanta maravilla! Y por si fuese poco, en mi último viaje a Madrid para visitar la exposición Hopper me quedé con las ganas de asistir a una exposición de Piranesi en otro recinto de la ciudad madrileña, pero que -¡casualidades de la vida!- exponía temporalmente en el museo coloniense. Así que mira por donde maté dos pájaros de un tiro.
Salimos del museo agotados a la par que maravillados y decidimos pasear dejándonos guiar por los olores que nos llamaban desde los múltiples mercados navideños que hay repartidos por todo el centro. Así que picoteamos un buen número de comidas típicas que desconocíamos, siempre bien regadas con cervezas, y terminamos vagabundeando de vuelta al hotel, con el manto estrellado sobre nosotros, dejando escapar el vaho de nuestras bocas al hablar, con las manos en los bolsillos pero enlazados a la altura de los codos, deseando estirar las piernas sobre la cama pero indecisos a la hora de abandonar la noche catedralicia.
Una vez de vuelta en la habitación justo antes de acostarme descorrí la cortina y abrí la única ventana de la habitación y me apoyé cansadamente en el borde inferior de la ventana, contemplando la impresionante vista de la Catedral, suspirando agradecido por tener la suerte de vivir días como el que acababa de vivir. Comprendiendo que la vida no es otra cosa que saber aprovechar el tiempo que se nos otorga, para bien o para mal.
sábado, 14 de diciembre de 2013
Primer día en Aquisgrán
Eran las seis de la madrugada del viernes al sábado y ya llevaba un buen rato con los ojos como platos. Siempre me ocurre lo mismo. No tengo miedo a volar, pero cada vez que estoy a punto de coger un avión me pongo nervioso y me cuesta conciliar el sueño. Hay tantos detalles por amarrar, tantas distintas cosas que tener en cuenta a la hora de un viaje, que las preocupaciones porque todo salga como me gustaría me quitan el sueño.
El viaje comenzó como teníamos previsto -o incluso mejor- pues llegamos con media hora de antelación al aeropuerto de Münster-Osnabrück, lo cual nos vino muy bien, pues después del viaje de tres horas de vuelo teníamos que recoger un coche que habíamos alquilado por Internet un par de días antes, y nuestra intención era llegar a nuestro primer destino cuanto antes mejor para así poder visitar la ciudad cuando aún hubiera luz del día, pero tampoco queríamos correr, porque como ya se sabe las prisas son malas compañeras de viaje.
El coche que nos entregaron era un Volkswagen Golf manual de última generación. Dos mil kilómetros marcaba en el cuenta kilómetros. Aún olía a recién salido de fábrica y venía equipado con navegador, sistema de ayuda al aparcamiento tanto delantero como trasero, y ruedas especiales para la nieve. Un bombón de utilitario.
Colocamos el equipaje en el maletero e iniciamos nuestra segunda etapa del viaje deseosos de llenarnos los ojos de nuevos horizontes. Salimos de la parkplatz del aeropuerto directos a echarnos encima los más de doscientos kilómetros que nos separaban hasta nuestro hotel en Aachen (Aquisgrán en cristiano), donde llegamos poco más de dos horas después. Durante todo el trayecto nos había estado lloviendo intermitentemente y durante un buen tramo temimos que nos nevara pues el paisaje que nos rodeaba estaba completamente nevado, y la nieve llegaba hasta el arcén, pero no nos nevó y al llegar a Aquisgrán ya ni siquiera llovía, y no llovió durante toda nuestra estancia en la ciudad, cuya Catedral está incluida en la primera lista de doce lugares patrimonio de la Humanidad.
Nuestro hotel estaba situado cercano a una de las dos puertas principales de la antigua ciudad medieval amurallada, llamada Marschiertor, que es la puerta sur. Pero nuestra principal visita prevista para ese primer día era la Catedral de Aquisgrán, así como el museo con su tesoro.
Aquisgrán es conocida principalmente por ser la ciudad donde Carlomagno instaló el centro de su Imperio. Llegando a ser el centro cultural cristiano más importante alrededor del año 800, y también porque alberga la catedral más antigua del norte de Europa. La Catedral es un conglomerado de edificios que fueron creciendo alrededor de la Capilla palatina, y el resultado actual es una amalgama de distintos estilos arquitectónicos que hacen que el conjunto sea auténticamente maravilloso.
La catedral estaba a unos diez minutos a pie desde nuestro hotel, y de camino a la catedral nos tomamos un kebab de ternera, pues eran más de las cuatro y desde que salimos de casa no habíamos probado comida. Fue una buena elección.
La primera impresión al ver la catedral fue imponente, pues en rededor de ella había instalado un mercadillo navideño típico de la región, con multitud de puestos vendiendo todo tipo de artículos artesanales navideños y la estampa hacía retroceder nuestra imaginación a los mercadillos que debían de instalarse en el mismo lugar varios siglos atrás, donde los viajantes deberían de intercambiar y regatear para negociar las mercancías que les fueran necesarias. La mezcla de olores a carne asada, a dulces almendrados, y especialmente el intenso y maravilloso olor que desprenden los gofres, unido con el aroma que despedía una especie de ponche, o vino tinto caliente azucarado, elaborado con ron y diversas especias, completaban la particular memoria que me queda de mi llegada al recinto.
El interior octogonal de la Capilla Palatina estaba pobremente iluminado con la escasa luz de una lámparas de velas bajo la cual tal vez resaltaba aún más el mosaico dorado que adorna la cúpula. La combinación de dorados y azules, tan elegante e imperial, daba a la vez un aspecto religioso e incluso celestial al interior. Presidiendo el corredor estaba el Cofre de María, donde se supone que están los paños de Jesucristo o el vestido de la Virgen María. En la planta primera estaba colocado el trono imperial, que es el lugar donde se coronaron los emperadores durante siete siglos. El trono dista bastante de la idea general que todos tenemos de un trono, pues era apenas unas cuantas placas de mármol y granito dispuestas en forma de rudimentaria silla.
Nuestra siguiente parada era el Museo del Tesoro de la Catedral. La palabra tesoro nunca tuvo mayor sentido que en esta catedral pues oro era lo que abundaba en el Museo del Tesoro. La Cruz de Lotario realizada de oro y plata con incrustaciones de piedras preciosas, el busto relicario de Carlomagno que incluye la fastuosa corona del Emperador así como -según se cuenta- un trozo de su cráneo, o el sarcófago de Proserpina, del siglo II, donde descansaban los restos de Carlomagno, además hay un buen número de incunables y hermosos trípticos de distintas épocas.
Salimos de la catedral y nos dejamos arrastrar por el torrente de personas que en esos momentos rodeaban por doquier el recinto. Fotografiamos la catedral desde cualquier perspectiva y derrochamos halagos sobre las idílicas siluetas de esta maravilla de la antigüedad. Robusta y sobria al mismo tiempo que delicada y elegante. Una auténtica maravilla.
Rodeamos la Catedral completamente hasta encontrarnos en la puerta del Ayuntamiento, cuyas primeras escalinatas subimos para desde allí contemplar la seductora vista desde tan engalanado atrio.
Decidimos abandonar por un rato la algarabía contagiosa que allí se respiraba y salimos por estrechas callejuelas secundarias en busca de la otra entrada de la ciudad medieval, la puerta norte (Ponttor). Conforme nos acercábamos a ella, las calles estaban más solitarias y la iluminación era más escasa. Desde la distancia silueteábamos la entrada, en la que estaban unos hombres charlando, pero conforme nos acercábamos daba la sensación de que eran los centinelas encargados de la custodia de la entrada, de manera que la que cruzamos algo recelosos, pues parecían ocultarse tras sus estrechos y mínimos ventanucos guerreros agazapados, con sus despiadadas y silenciosas miradas, esperando el momento exacto en el que caer sobre nosotros. Aún así cruzamos y volvimos sobre nuestros pasos impunemente, hacia el calor benévolo que emanaba del mercado navideño.
Una vez en él decidimos probar una especie de tortilla frita que vendían en varios de los puestos. Habíamos visto mucha gente con ellos y nos entró ganas de probarlo. Era una especie de masa de puré de patatas con cebolla y alguna otra especie que no supimos distinguir. Esa pasta se freía en aceite hirviendo, vuelta y vuelta, y la servían en una especie de bandeja de cartón, acompañada entre dos distintas salsas a elegir, o bien, mermelada de manzana o bien de fresa. A mí casi me gustaba más sin ningún tipo de salsa. Evidentemente lo regué con una cerveza alemana, pero de eso ya entraré en más detalle en otra entrada específica de este blog. Por supuesto tomamos también salchichas currywurst con patatas fritas.
Después de tan suculenta puesta a punto paseamos sin rumbo como hipnotizados por el envolvente ambiente navideño que se respiraba en cada esquina, cada plaza superaba en encanto a la anterior y solamente el cansancio nos convenció a volver al hotel, pero lo hicimos dando un pequeño y lento rodeo para ver el Teatro Aachen y la entrada a Elisenbrunnen, que son las fuentes históricas de aguas termales, que en realidad fue lo que hizo que Carlomagno decidiera establecer en Aquisgrán el centro de su imperio.
Finalmente regresamos al hotel, cansados de la maratoniana jornada pero satisfechos por lo vivido. Nos sentamos en unas cómodas butacas habilitadas en la recepción donde además disponíamos de WIFI gratuita. Y así fuimos escribiendo los últimos minutos de nuestra primera jornada.
El viaje comenzó como teníamos previsto -o incluso mejor- pues llegamos con media hora de antelación al aeropuerto de Münster-Osnabrück, lo cual nos vino muy bien, pues después del viaje de tres horas de vuelo teníamos que recoger un coche que habíamos alquilado por Internet un par de días antes, y nuestra intención era llegar a nuestro primer destino cuanto antes mejor para así poder visitar la ciudad cuando aún hubiera luz del día, pero tampoco queríamos correr, porque como ya se sabe las prisas son malas compañeras de viaje.
El coche que nos entregaron era un Volkswagen Golf manual de última generación. Dos mil kilómetros marcaba en el cuenta kilómetros. Aún olía a recién salido de fábrica y venía equipado con navegador, sistema de ayuda al aparcamiento tanto delantero como trasero, y ruedas especiales para la nieve. Un bombón de utilitario.
Colocamos el equipaje en el maletero e iniciamos nuestra segunda etapa del viaje deseosos de llenarnos los ojos de nuevos horizontes. Salimos de la parkplatz del aeropuerto directos a echarnos encima los más de doscientos kilómetros que nos separaban hasta nuestro hotel en Aachen (Aquisgrán en cristiano), donde llegamos poco más de dos horas después. Durante todo el trayecto nos había estado lloviendo intermitentemente y durante un buen tramo temimos que nos nevara pues el paisaje que nos rodeaba estaba completamente nevado, y la nieve llegaba hasta el arcén, pero no nos nevó y al llegar a Aquisgrán ya ni siquiera llovía, y no llovió durante toda nuestra estancia en la ciudad, cuya Catedral está incluida en la primera lista de doce lugares patrimonio de la Humanidad.
Aquisgrán es conocida principalmente por ser la ciudad donde Carlomagno instaló el centro de su Imperio. Llegando a ser el centro cultural cristiano más importante alrededor del año 800, y también porque alberga la catedral más antigua del norte de Europa. La Catedral es un conglomerado de edificios que fueron creciendo alrededor de la Capilla palatina, y el resultado actual es una amalgama de distintos estilos arquitectónicos que hacen que el conjunto sea auténticamente maravilloso.
La catedral estaba a unos diez minutos a pie desde nuestro hotel, y de camino a la catedral nos tomamos un kebab de ternera, pues eran más de las cuatro y desde que salimos de casa no habíamos probado comida. Fue una buena elección.
La primera impresión al ver la catedral fue imponente, pues en rededor de ella había instalado un mercadillo navideño típico de la región, con multitud de puestos vendiendo todo tipo de artículos artesanales navideños y la estampa hacía retroceder nuestra imaginación a los mercadillos que debían de instalarse en el mismo lugar varios siglos atrás, donde los viajantes deberían de intercambiar y regatear para negociar las mercancías que les fueran necesarias. La mezcla de olores a carne asada, a dulces almendrados, y especialmente el intenso y maravilloso olor que desprenden los gofres, unido con el aroma que despedía una especie de ponche, o vino tinto caliente azucarado, elaborado con ron y diversas especias, completaban la particular memoria que me queda de mi llegada al recinto.
El interior octogonal de la Capilla Palatina estaba pobremente iluminado con la escasa luz de una lámparas de velas bajo la cual tal vez resaltaba aún más el mosaico dorado que adorna la cúpula. La combinación de dorados y azules, tan elegante e imperial, daba a la vez un aspecto religioso e incluso celestial al interior. Presidiendo el corredor estaba el Cofre de María, donde se supone que están los paños de Jesucristo o el vestido de la Virgen María. En la planta primera estaba colocado el trono imperial, que es el lugar donde se coronaron los emperadores durante siete siglos. El trono dista bastante de la idea general que todos tenemos de un trono, pues era apenas unas cuantas placas de mármol y granito dispuestas en forma de rudimentaria silla.
Nuestra siguiente parada era el Museo del Tesoro de la Catedral. La palabra tesoro nunca tuvo mayor sentido que en esta catedral pues oro era lo que abundaba en el Museo del Tesoro. La Cruz de Lotario realizada de oro y plata con incrustaciones de piedras preciosas, el busto relicario de Carlomagno que incluye la fastuosa corona del Emperador así como -según se cuenta- un trozo de su cráneo, o el sarcófago de Proserpina, del siglo II, donde descansaban los restos de Carlomagno, además hay un buen número de incunables y hermosos trípticos de distintas épocas.
Salimos de la catedral y nos dejamos arrastrar por el torrente de personas que en esos momentos rodeaban por doquier el recinto. Fotografiamos la catedral desde cualquier perspectiva y derrochamos halagos sobre las idílicas siluetas de esta maravilla de la antigüedad. Robusta y sobria al mismo tiempo que delicada y elegante. Una auténtica maravilla.
Rodeamos la Catedral completamente hasta encontrarnos en la puerta del Ayuntamiento, cuyas primeras escalinatas subimos para desde allí contemplar la seductora vista desde tan engalanado atrio.
Decidimos abandonar por un rato la algarabía contagiosa que allí se respiraba y salimos por estrechas callejuelas secundarias en busca de la otra entrada de la ciudad medieval, la puerta norte (Ponttor). Conforme nos acercábamos a ella, las calles estaban más solitarias y la iluminación era más escasa. Desde la distancia silueteábamos la entrada, en la que estaban unos hombres charlando, pero conforme nos acercábamos daba la sensación de que eran los centinelas encargados de la custodia de la entrada, de manera que la que cruzamos algo recelosos, pues parecían ocultarse tras sus estrechos y mínimos ventanucos guerreros agazapados, con sus despiadadas y silenciosas miradas, esperando el momento exacto en el que caer sobre nosotros. Aún así cruzamos y volvimos sobre nuestros pasos impunemente, hacia el calor benévolo que emanaba del mercado navideño.
Una vez en él decidimos probar una especie de tortilla frita que vendían en varios de los puestos. Habíamos visto mucha gente con ellos y nos entró ganas de probarlo. Era una especie de masa de puré de patatas con cebolla y alguna otra especie que no supimos distinguir. Esa pasta se freía en aceite hirviendo, vuelta y vuelta, y la servían en una especie de bandeja de cartón, acompañada entre dos distintas salsas a elegir, o bien, mermelada de manzana o bien de fresa. A mí casi me gustaba más sin ningún tipo de salsa. Evidentemente lo regué con una cerveza alemana, pero de eso ya entraré en más detalle en otra entrada específica de este blog. Por supuesto tomamos también salchichas currywurst con patatas fritas.
Después de tan suculenta puesta a punto paseamos sin rumbo como hipnotizados por el envolvente ambiente navideño que se respiraba en cada esquina, cada plaza superaba en encanto a la anterior y solamente el cansancio nos convenció a volver al hotel, pero lo hicimos dando un pequeño y lento rodeo para ver el Teatro Aachen y la entrada a Elisenbrunnen, que son las fuentes históricas de aguas termales, que en realidad fue lo que hizo que Carlomagno decidiera establecer en Aquisgrán el centro de su imperio.
Finalmente regresamos al hotel, cansados de la maratoniana jornada pero satisfechos por lo vivido. Nos sentamos en unas cómodas butacas habilitadas en la recepción donde además disponíamos de WIFI gratuita. Y así fuimos escribiendo los últimos minutos de nuestra primera jornada.
miércoles, 11 de diciembre de 2013
Una perspectiva de viaje
A veces al final del día, después de
arropar a los niños en sus camas, me siento delante de la pantalla del
ordenador y consulto las noticias de prensa, y el correo y finalmente
termino perdiéndome distraídamente por la inmensidad de webs
interesantes que voy hallando en Internet. Algunas veces visito librerías
de viejo, o galerías de arte, blogs de cine y música, o museos
interactivos o lo que surja, y en ocasiones también sueño despierto consultando vuelos y
posibles destinos para un viaje futuro, pero la mayoría de las veces
este sueño se ahoga en la dura y persistente realidad.
Pero
ocurre a veces que lo que una vez comenzó siendo una vaga ilusión, se
va poco a poco convirtiendo en una posible perspectiva real de viaje, en
un proyecto firme, de manera que las ganas de viajar y contemplar
nuevos horizontes supera y aparta los inconvenientes -o al menos los
atenúa- aunque sólo sea momentáneamente, como ha ocurrido en esta última
ocasión.
Un
vuelo extremadamente económico (15 euros por trayecto y persona -tasas
incluidas-), sin escalas, desde Málaga hasta Münster (Alemania), con un
horario relativamente aceptable y sobre todo con muchísimas ganas por nuestra parte, hicieron este sueño realidad. Así que cerrando
un poco los ojos y cruzando los dedos mi santa y yo buscamos un hueco
de tres noches y cuatro días para escaparnos juntos a Alemania. Y por supuesto que lo encontramos.
viernes, 6 de diciembre de 2013
Extraviando recuerdos
Volver a los sitios donde uno no desea volver, porque le traen el recuerdo de una experiencia terrible, es una situación desagradable. Por un lado es una circunstancia forzada e incluso dolorosa con la que uno no deseaba reencontrarse, pero por otro lado es tal vez la forma más adecuada para superar los malos recuerdos. Introducir nuevos recuerdos e intermediarlos entre los antiguos es una forma como otra cualquiera de intentar engañar a la memoria. Estas nuevas experiencias menos traumáticas pueden confundir y desorientar con el paso del tiempo a los recuerdos que en el futuro vendrán a nuestra memoria.
Los malos recuerdos, como ya sabemos, vuelven sin ser llamados y regresan para martirizarnos. Las personas somos tan estúpidas que sentimos remordimientos incluso sobre lo que sabemos que no somos responsables. Nos culpamos incluso cuando sabemos que la culpa nunca tuvo nuestra huella, pero este sentimiento de autoreproche es tan natural y humano como la propia vida. Por eso olvidar los recuerdos indeseados es siempre tan complicado y cualquier ayuda, incluso las molestas, pueden resultar inesperadamente adecuadas.
Dicen que el tiempo lo cura todo, y aunque tengo claro que no siempre es cierto, sí creo que es el mejor antídoto para los recuerdos indeseados. No todo se consigue olvidar, al igual que no siempre es posible mantener fresco en la memoria aquello que se quiere recordar, y tanto es así que en multitud de ocasiones nuestra mente desatiende nuestra petición cuanto más se le requiere, y suele ocurrir también que se recuerda aquello que uno quisiera haber desvanecido en la memoria y, sin embargo, pierde por sus esquinas todo aquello que deseaba mantener presente.
Yo pagaría por extraviar recuerdos, pero más aún pagaría por recuperarlos. Dicen que cuando las personas nos vamos haciendo mayores nuestra mente se retrotrae a un pasado que teníamos olvidado y que algunos de los recuerdos lejanos y oxidados renacen vívidamente. No sé si eso me ocurrirá alguna vez y no sé siquiera si seré consciente de que me esté ocurriendo, pero si no fuese porque dicen que ocurre a una edad longeva, ya me gustaría vivirlo ahora.
A veces pienso que en algún momento de mi vida, sin ser consciente, decidí echar tierra sobre mi pasado, y viví tan sumido en el presente y en el futuro (no mucho más allá del inmediato, no crean) que desatendí mis recuerdos y me convertí en un desmemoriado sin remedio. Por eso puedo decir que siento nostalgia de aquellos recuerdos que perdí -cualesquiera que sean- y sin embargo siento hartazgo de otros que no logro quitarme completamente de encima.
Los malos recuerdos, como ya sabemos, vuelven sin ser llamados y regresan para martirizarnos. Las personas somos tan estúpidas que sentimos remordimientos incluso sobre lo que sabemos que no somos responsables. Nos culpamos incluso cuando sabemos que la culpa nunca tuvo nuestra huella, pero este sentimiento de autoreproche es tan natural y humano como la propia vida. Por eso olvidar los recuerdos indeseados es siempre tan complicado y cualquier ayuda, incluso las molestas, pueden resultar inesperadamente adecuadas.
Dicen que el tiempo lo cura todo, y aunque tengo claro que no siempre es cierto, sí creo que es el mejor antídoto para los recuerdos indeseados. No todo se consigue olvidar, al igual que no siempre es posible mantener fresco en la memoria aquello que se quiere recordar, y tanto es así que en multitud de ocasiones nuestra mente desatiende nuestra petición cuanto más se le requiere, y suele ocurrir también que se recuerda aquello que uno quisiera haber desvanecido en la memoria y, sin embargo, pierde por sus esquinas todo aquello que deseaba mantener presente.
Yo pagaría por extraviar recuerdos, pero más aún pagaría por recuperarlos. Dicen que cuando las personas nos vamos haciendo mayores nuestra mente se retrotrae a un pasado que teníamos olvidado y que algunos de los recuerdos lejanos y oxidados renacen vívidamente. No sé si eso me ocurrirá alguna vez y no sé siquiera si seré consciente de que me esté ocurriendo, pero si no fuese porque dicen que ocurre a una edad longeva, ya me gustaría vivirlo ahora.
A veces pienso que en algún momento de mi vida, sin ser consciente, decidí echar tierra sobre mi pasado, y viví tan sumido en el presente y en el futuro (no mucho más allá del inmediato, no crean) que desatendí mis recuerdos y me convertí en un desmemoriado sin remedio. Por eso puedo decir que siento nostalgia de aquellos recuerdos que perdí -cualesquiera que sean- y sin embargo siento hartazgo de otros que no logro quitarme completamente de encima.
Precisamente ahora me vienen a la memoria aquellos problemas de la facultad -quizás los más difíciles de todos- en los que conocíamos el problema (que venía en el enunciado) y también la solución (facilitada en las últimas páginas del libro) pero desconocíamos lo más complicado, llegar a ella.
martes, 3 de diciembre de 2013
Colores
Los hombres y las mujeres nos diferenciamos en muchas cosas. Unas son muy evidentes y otras no tanto. Sobre los gustos mejor ni comentamos, y sobre la obsesión por la higiene y la limpieza directamente es mejor mirar para otro lado y hacerse el tonto. Pero de entre la completísima serie de diferencias entre los hombres y las mujeres existe una que aunque no es una de las más relevantes diferencias sí es evidente y cae por su propio peso: la manera peculiar que tienen las mujeres de entender los colores.
En el aspecto relacionado con los colores, hay que reconocer que somos totalmente distintos. Yo por ejemplo cuando voy a comprar ropa, busco algo que me guste, que me quede bien y que el precio sea asequible para mi bolsillo, sin más, aunque también es cierto que a veces puede que me incline más hacia algún color que hacia otro, dependiendo de lo que esté buscando, pero tampoco es algo que me obsesione. Sin embargo, las mujeres tienen su propio código. Ellas salen a buscar una prenda y muchas veces lo más importante de todo es el color, pues hay que tener en cuenta que tiene que quedar bien conjuntado con otra prenda de tal o cual color, y esa necesidad -supongo- les obliga a definir lo que están buscando de una manera más precisa. Más exacta. A afinar con los colores.
En el aspecto relacionado con los colores, hay que reconocer que somos totalmente distintos. Yo por ejemplo cuando voy a comprar ropa, busco algo que me guste, que me quede bien y que el precio sea asequible para mi bolsillo, sin más, aunque también es cierto que a veces puede que me incline más hacia algún color que hacia otro, dependiendo de lo que esté buscando, pero tampoco es algo que me obsesione. Sin embargo, las mujeres tienen su propio código. Ellas salen a buscar una prenda y muchas veces lo más importante de todo es el color, pues hay que tener en cuenta que tiene que quedar bien conjuntado con otra prenda de tal o cual color, y esa necesidad -supongo- les obliga a definir lo que están buscando de una manera más precisa. Más exacta. A afinar con los colores.
Hoy, por ejemplo, sin ir más lejos, fui a comprar un jersey azul que mi señora me había pedido que le comprara, de manera que entré en la tienda y fui a por el jersey, busqué la talla, la encontré y me dirigí a la caja a pagarlo. Cuando puse el jersey sobre la caja la dependienta me dice que ese jersey azul Prusia era muy mono, que a ella también le gustaba. Yo, enarqué la ceja, y pagué lo que me dijo, y le dije que sí, que a mí me gustaba, pero no para mí. La dependienta sonrió y añadió que ya lo suponía. Pagué y salí de la tienda en dirección al coche, en mi mano derecha sostenía una bolsa con un jersey azul de Prusia y asumiendo este nuevo color que acababa de descubrir caí en la cuenta de que yo no llevaba unas botas negras, no, seguramente llevaría unas botas de negro Congo, y me estaba dirigiendo hacia mi coche color berenjena de neumáticos negro asfalto y entré en él. Y minutos más tarde conducía de vuelta a casa preguntándome si no sería tal vez más apropiado afirmar que mis botas eran de negro Zanzíbar. No sé, no sé...
Ganas de complicarse.
domingo, 1 de diciembre de 2013
Tuxedos - Cold War Kids
Cada cierto tiempo una canción se mete en mi cabeza sin preguntar, ni llamar a la puerta. Entra y no saluda, camina hasta la sala de estar de mi cerebro y se sienta en la butaca más cómoda y ya no hay manera de sacarla. Una vez dentro me repite su estribillo o su ritmo o alguna frase, o algo que hace que ya no la olvide nunca. El tema Tuxedos de los Cold War Kids es una de esas canciones que han tomado asiento en la principal sala de estar de mi cabeza.
Espero que les guste.
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