Acabo de volver de pasar el día con la familia en Sierra Nevada. Mis hijos y muy especialmente mi tierna hija, la cual afirmaba que su sueño era ver la nieve, han sido la rígida palanca que me ha arrancado del cómodo sofá. Pero también ha sido mi santa, que además de que ella tampoco había visitado nunca Sierra Nevada, quería hacer realidad el sueño de su hija.
Así que echamos unos cuantos guantes, varias bufandas, bastante ropa de abrigo, las llaves del coche y allí nos plantamos. A echar el día. Lo pasamos bien. No esquiamos pues ninguno sabemos. Simplemente hicimos el ganso, nos lanzamos bolas, nos tiramos en la nieve, tomamos unos bocatas, algún café y de vuelta para el sofá.
Más tarde, durante el camino de vuelta a casa, mientras ni niño y mi señora dormían bien acomodados en los asientos traseros del coche y mi pequeña miraba perdida y dulcemente por la ventanilla, mi mente no paraba de darle vueltas a la cabeza a una frase que mi hija me había dicho poco antes: "Papá, hoy he hecho mi sueño realidad". Venía pensando en esa felicidad natural que tienen los niños, en ese sentimiento de satisfacción tan gratuito y sencillo. En qué bonito debe ser cumplir los sueños. Pero cumplir los sueños no es algo delimitado a los niños, aunque sí es algo que se va complicando con la edad, pero no por cumplir años, si no, y más bien debido a que se deja de tener sueños que se puedan cumplir, o al menos que sean factibles, y que de alguna manera estén en nuestra mano hacerlos realidad. Conseguir que vuelvan las personas que ya no están a nuestro lado porque la vida, o la muerte, los apartó es imposible. Que te toque un gran pellizco en la lotería es posible, pero no probable. Sin embargo, llevar a tu familia a pasar un día en la nieve no sólo es posible y probable sino que es un bonito sueño hecho realidad. Así que les doy un consejo: elijan sueños que puedan alcanzar y que además sean probables.
Pd: Observen la cara de mi hija. No tiene precio.
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