Hay una práctica ridícula y totalmente extendida hoy día que atenta contra los números enteros. No hace tanto los productos solían tener su valor exacto, pero, de un tiempo a esta parte, se puede afirmar que las cosas tienen casi su valor, están muy cerquita, es cierto, pero no es lo mismo. Si buscas por ejemplo un vuelo por internet, los precios habituales tienen cifras como 29,90 ó 39,90, dependiendo del destino, del día y la hora. Si compras unos pantalones, unos zapatos o miras el precio de un solomillo a la salsa de pimienta en la carta de un restaurante, es casi seguro que todos los precios rocen los números enteros, pero, que sin embargo, ninguno atine en el centro. Siempre un poco más o preferiblemente un poco menos.
Recuerdo que cuando comenzó esta tontería de las cifras psicológicas, de esas que parece que no pero que sí, las modas de las estrategias de mercado -de marketing que dirían los snobs- y todo esto, resultaba hasta gracioso o por lo menos ocurrente. Pero sinceramente les digo una cosa: ¡estoy hasta la cebolleta de los precios psicológicos! Que si 24,45 , que si 9,90. ¡Coño, llamemos a los números por su valor! ¡No parece que los números redondos dan grima! Ayer fui al cine y me resultó extraño cuando la taquillera me dijo que las entradas costaban siete euros. Tan acostumbrado estoy a los precios "quieroynopuedo", que cuando uno se encuentra con un número redondo, de esos que uno aprende desde chiquitín, llega hasta sonar raro.
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